lunes, 3 de noviembre de 2008

"En el instituto me drogaba más que afuera"


Por Evangelina Himitian De la Redacción de LA NACION
De prosperar el proyecto que impulsa el gobierno nacional sobre despenalización del consumo de drogas, el Estado ya no será responsable de la recuperación de los adictos. Hoy, hay 3600 chicos internados en centros públicos y privados en todo el país, según la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha Contra el Narcotráfico (Sedronar). Más del 60 por ciento llegó obligado por la Justicia tras haber cometido algún delito o bien porque un juez lo consideró peligroso para sí mismo.
La idea de descriminalizar al consumidor divide a los especialistas y muchos se preguntan qué ocurrirá si la recuperación pasa a ser una decisión personal de la persona afectada.
José María Rshaid, director de Casa del Sur, una ONG que tiene 14 centros de rehabilitación con más de 500 adictos, equipara la despenalización con el abandono de persona. El 65% de los pacientes está judicializado. "Muchos se recuperan aunque, en un comienzo, no querían hacer el tratamiento. Significa que va más allá de la voluntad personal. Involucra al Estado, que no puede desentenderse", opinó.
El subjefe del Departamento de Prevención del Centro Nacional de Reeducación Social, Rafael Arteaga, aseguró que las "acciones privadas que no afecten a terceros no pueden ser consideradas delitos". Según el diputado Eugenio Burzaco (Pro), en coincidencia con el especialista en adicciones Eduardo Kalina, despenalizar el consumo significa legalizarlo y propiciar desde el Estado una tolerancia social.
La controversia llegó a la Corte Suprema, que antes de fin de año dará otro paso hacia la no criminalización, al entender en el caso de un hombre detenido en Rosario, en medio de un operativo policial amplio, que tenía una mínima cantidad de estupefacientes.
Jorge tiene 19 años, es tucumano y desde hace siete meses lucha por superar su adicción en la comunidad terapéutica Casa del Sur, en Villa Ballester. Porta la estampa del buen tipo del barrio. Sin embargo, hasta hace poco lo buscaba la policía y podía sorprender a cualquiera con un arma. Hoy lucha contra sus propios impulsos. Contra un león que tiene adentro. La droga fue su compañera más fiel desde que tiene recuerdos. Empezó a consumir a los 11 años y, desde entonces, no pasó más de un mes sin drogarse. Hoy, lleva siete sin hacerlo. "Quiero que mi hijo tenga lo que yo no tuve... un papá. Yo sufrí el maltrato desde que nací. Cuando tenía un año mi papá me quiso matar y, a los dos, mi mamá me abandonó", cuenta.
A los 8 años, unos amigos hechos en la calle le hicieron inhalar nafta. "Al ratito ya veía figuras grandes, dinosaurios. Era como si me hubieran encendido los dibujitos, como si yo mismo estuviera con Tom y Jerry. Me reía de todo... Después seguí con poxi, con pastillas", relata.
Jorge había empezado a trabajar como ayudante de portería con su hermano. Pero, a los 12, ya no trabajó más y, en tercer año, dejó la escuela. "La cabeza no me daba... y me puse a robar", dice. A los 14 años, fue preso por robo armado. "La jueza me mandó a que hiciera un tratamiento. Le decía que sí para zafar. Iba a la terapia consumido. Entonces, conocí a mi mujer. Consumíamos juntos", dice. Jorge tenía 15 años y su novia, 17. A los dos años ella le pidió que se rescatara, quería tener un hijo. "Dejé un mes y arranqué de nuevo", cuenta.
Al poco tiempo nació Jorge Eduardo, que hoy tiene dos años. "La droga es más fuerte que uno. Te llama... Una jueza me mandó a Salta, a una comunidad que era un desastre. Hice el tratamiento de rehabilitación, drogándome a diario", cuenta.
Cuando le faltaban dos meses para recibir el alta decidió fugarse. "«¿De qué sirve, si me drogo todos los días?», me dije. Entonces me fui", resume. Desde entonces, su vida fue drogarse y robar. Una cosa llevaba a la otra y las dos juntas lo llevaban a la ruina.
"Tenía varias causas por robo. Todo me daba lo mismo. Me sentía bien con la droga. A mi hijo no le faltaba nada. Robaba para tener mis cosas. Me hice la casa y me compré los muebles robando, sin sacrificio. «Pero a él [el hijo] le falta un padre», pensé. Tomé conciencia de que él iba a ser como yo. Para que él no pasara por lo mismo, me tengo que recuperar."
Ahora, Jorge coordina la limpieza de la comunidad y se siente orgulloso de eso. "Esta enfermedad que yo tengo es incurable. Hay que vivir en recuperación. Me da tanto miedo volver al robo como a las drogas, porque son dos caminos que te llevan a lo mismo: a la muerte", dice.
Cuando esta cronista llegó a la comunidad terapéutica, Fabián, de 18 años estaba prendido a la reja . Llevaba gorrito y una mirada de pibe chorro. De pronto, salió al cruce pero para ofrecer un pan recién horneado. Llegó hace ocho meses desde Bariloche. Estuvo en un instituto de menores y se fugó. Con 18 años, tiene 26 causas abiertas. La mayoría, por robo y una por homicidio. Cuenta que en el instituto se sentía a gusto. No le faltaba nada, ni comida ni droga. "Adentro, el consumo de marihuana era lo único que hacíamos", dice.
La historia de Fabián y las drogas, según él cuenta, se remonta a la infancia, con una madre que tenía 15 años y que lo abandonó. "Me dejó en la casa de mi abuela, que trabajaba. A los ocho años decidí no ir más a la escuela. Me iba mal y mis compañeros y la maestra me hacían a un lado."
Cuando tenía 13 años, empuñó por primera vez un arma que le dieron sus amigos de la calle y participó de un robo a una carnicería. "Entramos a los gritos, todos teníamos que apuntar a alguien. Yo respiraba fuerte. Me acuerdo de que oía mi propia respiración, el corazón me iba a estallar. Después, se te hace más fácil. Lo hacés todo el tiempo."
"Un día conocí a un chileno, discutimos y me pintó la agresividad. Había tomado cuatro Alplax con alcohol. Lo golpeé con un ladrillo. No me recuerdo más. Cuando volví a tener conciencia, había oscurecido. Me miré las manos y tenía la cabeza del chileno, como si fuera la de un muñeco. Lo había matado y no me acordaba de nada", dice. Dejó el cuerpo y salió corriendo. "Me tomé tres tabletas de Rivotril y volví al lugar. El cuerpo estaba todavía ahí. Me quería matar."
Así llegó al instituto de menores, pero las cosas no mejoraron. "Adentro, me drogaba más que afuera. Estaba recómodo. No tenía que hacer nada y tenía droga. No pensaba en salir. ¿Para qué? Si cuando cumpliera los 18 iba a ir preso..." Cuando se cansó, organizó un motín, tomó de rehenes a las autoridades y se fugó. En el camino, robó un auto y asaltó una farmacia. Después estuvo desaparecido. El año pasado decidió entregarse y el juez lo envió a Casa del Sur. Antes, buscó a su madre. "Le conté que tenía bronca porque ella me abandonó. Me pidió perdón y nos abrazamos. Entonces, decidí presentarme al juez y pedir ayuda", dice. Desde entonces lucha por dejar las drogas. "Cuando salga, voy a ir a vivir con ella, eso me motiva", cuenta Fabián.

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