lunes, 3 de noviembre de 2008

El nuevo amor online


"Si me lo contaban, seguro que me parecía de película, algo irreal, pero a mí me pasó”, explica con naturalidad a NOTICIAS la actriz Jimena Barón, refiriéndose a su relación con el arquero de la selección argentina de fútbol playa, Marcelo Salgueiro. Lo “irreal” para Jimena es haber conocido a su pareja en Facebook y haber logrado “enganchar” con alguien que, hasta hace poco tiempo, era un perfecto desconocido. "Marcelo tenía entre sus contactos a un amigo, que también estaba entre los míos. Vio mi perfil y me envió una invitación. Lo acepté como amigo y empezamos a mandarnos mensajes. Luego, chateamos en MSN. Se fue a Portugal al mundial de fútbol playa y cuando volvió, nos vimos por primera vez. Todavía seguimos juntos”.
Desde hace diez años, cuando la web explotó y los portales empezaron a cotizar en Bolsa, la posibilidad de encontrar pareja (real o platónica) se transformó en uno de los atractivos más evidentes de internet. En ese tiempo, las salas de chat y los servicios de búsqueda (del estilo “Match.com”) brindaban un camino directo para las innumerables posibilidades de relación que caben en la imaginación humana. Pareja estable, ocasional o estrictamente erótica. Sexo a distancia (webcam mediante), pornografía o contactos swingers.
El anonimato era la clave del éxito, porque los usuarios solían ocultar cualquier tipo de práctica romántica online, por más inocente que fuera. La realidad virtual y el mundo de carne y hueso eran universos diferentes y aun cuando se traspasaran las fronteras, por ejemplo, al concretar una relación iniciada en la web, familia y amigos tardaban mucho en enterarse del verdadero origen de la historia.
El advenimiento de la llamada web 2.0 cambió por completo las reglas del juego. Los tiempos se aceleraron, los límites se volvieron difusos y el estigma de los amores cibernéticos empezó a desaparecer.
La nueva web. Para quienes estén poco interiorizados en el tema, vale la pena definir qué es la web 2.0. “Una era (en internet) en que el usuario toma protagonismo real como productor, consumidor y difusor de contenidos y servicios”, explica el periodista especializado en tecnología, Leandro Zanoni, en su libro “El imperio digital” (Ediciones B). Los sitios más representativos de esta nueva etapa permiten comprender mejor en qué consiste el cambio. YouTube, MySpace, Facebook, Wikipedia… son los espacios en la red cuyo contenido es producido, en su totalidad, por los usuarios.
¿Qué implica este cambio en materia de relaciones? “Sobre todo para los más jóvenes, la diferencia entre mundo ‘real’ y ‘virtual’ desaparece”, explica a NOTICIAS Zanoni. “Conocer a alguien en la calle o en la web es casi lo mismo. Los portales de búsqueda de pareja se vuelven obsoletos porque espacios como Facebook permiten un contacto más natural”.
Bruno, de 47 años, que inició la relación con su mujer en una sala de chat de UOL, en 2005, hoy siente que “es como si nos hubiéramos conocido en otro lado, no en internet. Por la confianza que nos tenemos”.
Una percepción del mundo virtual –más artificial, menos verdadera– completamente distinta de la que tiene Florencia, de 23 años. Para ella es habitual salir con gente que conoce en el MSN (Messenger, el servicio de chat más popular). “He tenido historias con varios chicos que conocí en el chat. Generalmente, es gente que copia el contacto de algún mail y te escribe para ver qué onda”.
Andrés, de 26 años, usa algunas aplicaciones de Facebook para contactar chicas. Se trata de opciones extra, accesibles a todos los usuarios, para integrar redes interesadas en algo más que amistad. “Suelo recurrir a la aplicación ‘Are you interested?’ –‘¿Estás interesado?’– o ‘Flirtable’ –‘flirteable’–. Para la gente de mi edad es natural. No se lo considera una actitud de ‘desesperados’”.
En este punto, la división generacional es tajante. Los usuarios de más edad, que encuentran difícil iniciar vínculos en sus actividades habituales, prefieren los portales de búsqueda donde acceden a un perfil que les permite elegir a la persona más adecuada. Los jóvenes se manejan con la misma naturalidad que en un bar o un boliche. Incluso toman muy pocas precauciones en el momento de concretar el encuentro. “El último chico con el que salí, pasó a buscarme por mi casa”, cuenta Florencia. “Pero le pedí que me trajera el documento y una boleta de luz, para comprobar que vivía realmente donde decía”.
Recorrido del amor. Sea cual fuere la edad, el camino del romance online es más o menos siempre el mismo. Después del primer contacto, vía elección de un perfil o mensaje en Facebook, sigue el intercambio de fotos. Incluso, una cita a través de la webcam. “La conferencia con la cámara te permite verificar la existencia real de la persona. Porque a tu página podés subir fotos de otro. Y, de paso, ves si la chica te gusta de verdad”, explica Andrés.
De las imágenes, se pasa a las palabras. Chatear y enviarse mails es el preludio de la primera charla telefónica. Luego, sólo resta el encuentro.
Aunque son muchos los que mantienen largas relaciones online que no se concretan en una cita real. “A través de Facebook se conoce a extranjeros”, cuenta Marisa, de 38 años. “Con ellos, verse es difícil. Pero además, prefieren el flirteo extendido. Los argentinos, en cambio, te preguntan enseguida si tenés webcam. Con qué fines, no me queda muy claro. Yo, por las dudas, no acepto”.
Para la doctora Mónica Whitty, un referente en el estudio de las relaciones en la web y autora del libro “Cyberspace romance” (Romance en el ciberespacio), “la gente quiere moverse lo más rápidamente posible del online al offline, porque cree que no podrá comprobar si realmente hay química, hasta que se produzca el encuentro cara a cara”.
Sin embargo, hay quienes prefieren eternizar los vínculos virtuales, por inseguridad o por miedo, o quedan atrapados en las posibilidades infinitas de contactos que hoy brinda la web, sin decidirse a concretar una relación en particular.
En el momento del encuentro, existen tantas posibilidades de éxito como en una cita a ciegas. La mayoría de los testimonios hablan de muchos fracasos. Pero también de romances que terminan en matrimonio. Ni más ni menos que la vida misma.
Psicología web. Hoy, cuando los contactos exceden el límite de los portales creados “ad hoc” e invaden cualquier sitio que permita el intercambio entre usuarios, es imposible calcular cuánta gente, en este preciso instante, está iniciando un “ciber-romance”.
Los expertos vaticinan que será la forma privilegiada de un primer acercamiento romántico en los próximos años. Entre las causas principales se encuentra la vida cada vez más recluida de las ciudades y la postergación del proyecto de pareja tanto en hombres como en mujeres. Frente a la guerra de géneros, la discriminación, la cruel competencia laboral y otros males que afectan a la convivencia humana, internet parece erigirse como un oasis de empatía en un mundo de gente sola.
Pero no todas son rosas en la interpretación de este crecimiento comunicativo que propone la web 2.0. Para analizar (y sospechar) el fenómeno, nació una nueva rama de la psicología: la ciber-psicología. Ya es carrera de posgrado en algunas universidades del mundo (la de Nottingham, en Inglaterra, por ejemplo) y cuenta con investigaciones, congresos y publicaciones propias.
En materia de amor, los especialistas se concentran en algunos aspectos llamativos de la relación entre sexos. En primer lugar, hacen hincapié en los perfiles, esa ficha personal que completa el usuario en cualquier sitio de contactos (por ejemplo, Facebook o MySpace). En ellos, se puede exagerar, mitigar o falsear la verdad en pos de presentar una imagen atractiva de uno mismo. Estudios realizados en Estados Unidos revelan que la mayoría de los usuarios esperan cierto grado de falsedad en los perfiles que encuentran en internet. Mentiras sobre edad, altura, peso y estado civil son las más frecuentes.
Otro elemento que enfatizan los especialistas es la irrealidad que circunda a una comunicación que carece de elementos tan vitales como el encuentro de las miradas, los gestos, las inflexiones de la voz y que se basa exclusivamente en textos escritos.
La distancia y el anonimato también permiten actitudes que serían reprobables en un acercamiento no virtual. Por ejemplo, desaparecer sin dar explicaciones o desestimar una invitación a sumarse a un grupo de amigos. Los amantes cibernéticos parecen estar más preparados para el rechazo y el abandono. Incluso puede suceder que tengan que soportar que un compañero que pasó al nivel offline, siga manteniendo su perfil actualizado en el sitio en el cual se conocieron.
¿Los puntos psicológicos a favor? Según un estudio realizado por Janet Morahan-Martir, de la universidad Bryant, los intercambios en internet pueden ser positivos en materia de identidad y sexualidad. Esto explicaría el interés de los adolescentes por la web, en la etapa de su vida en la que más se cuestionan sobre su personalidad. La interacción virtual también permite ejercitar estrategias para comunicarse mejor en la vida real. La desinhibición que promueve el anonimato es muy importante para personas tímidas y solitarias.
Con defectos y falencias, es indudable que la web pone al alcance de todos la posibilidad de dejar de estar solos. Es gratis, sólo requiere unos minutos, “¿por qué no intentarlo?”, es lo que cada día más gente piensa.
Prejuicios. Lo que los jóvenes hoy viven con naturalidad, sigue siendo vergonzante para quienes superan los treinta. Entre los mitos más frecuentes entre las mujeres figuran el prejuicio de que la web está poblada de hombres casados o fanáticos del sexo sin compromiso.
Otro prejuicio: comunicarse por internet es peligroso. Muchos padres imaginan la web asediada por psicópatas y asesinos seriales. Es cierto que conviene tomar recaudos a la hora de dar información o aceptar un encuentro (ver recuadro), pero los que circulan por chats y redes sociales son más o menos los mismos que vemos en la calle. “Hay mucha gente que tiene miedo de conocer a alguien en internet”, dice Bruno. “Pero yo creo que es como la vida misma. ¿O vos conocés al chico o la chica que te encaran en un boliche?”.

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