domingo, 2 de noviembre de 2008

Cada vez más hombres sufren trastornos alimentarios


Jeremy Gillitzer se ha pasado 25 años luchando contra la anorexia y la bulimia. Hace diez parecía ir ganando: era modelo de profesión, el trabajo le iba muy bien y tenía el cuerpo bien formado y unos bíceps voluminosos, pero, tras una ruptura amorosa que lo sumió en una depresión, el físico de Jeremy es hoy esquelético.
Cuando tocó fondo el año pasado, a los 36 años, sólo pesaba 38 kilos y tenía el índice de masa corporal situado en la fatal cifra de 12. Tras recurrir a la ayuda de un especialista en trastornos de la alimentación, está haciendo lo posible por volver a llevar una vida normal.
El ex modelo, afirma sentirse asqueado por su aspecto, pero no tiene reparo en hablar de la época en que a diario se daba atracones de comida y luego se sometía a purgas, si eso sirve para abrirles los ojos a los demás sobre lo espeluznante de este tipo de trastornos.
"Quiero evitar que otros acaben como yo. Llevo dos años enfermo de veras, las cosas están peor que nunca y no puedo ni mirarme al espejo", enfatiza Jeremy, que vive en Minneapolis, Estados Unidos, y es un caso extremo dentro del creciente número de manorexics (anoréxicos hombres), a quienes la presión por estar siempre delgados lleva a someterse a regímenes alimentarios y de ejercicio físico al límite.
Hoy se diagnostican más casos de varones anoréxicos que nunca. En los dos últimos años el número de hombres con estos trastornos ha aumentado un 44 por ciento, especialmente en la franja de edad que va de los 13 a los 18 años.
Normalmente se considera que un diez por ciento de los casos de anorexia afectan a hombres, pero un reciente estudio estadounidense habla ya de un 25 por ciento de anoréxicos y de hasta un 40 por ciento de bulímicos, en un momento en que el número de páginas "proana", es decir, que hacen apología de los trastornos alimentarios, ha aumentado un 470 por ciento en un solo año, según un estudio de la agencia Optenet.
Historia trágica.
Jeremy empezó a sufrir su trastorno alimentario a los 12 años de edad, cuando se hartó de que los amigos y compañeros de clase se burlasen de su peso excesivo. En ese momento también estaba comprendiendo su orientación homosexual y, según afirma, no comer lo ayudaba a manejarse mejor con lo que sentía.
"Me acostumbré a no comer los platos enormes que mi madre me servía y a contentarme con pequeñas porciones. A mi familia al principio no le importaba. De hecho, les gustaba que hiciera un esfuerzo y tratara de adelgazar. Pero empecé a comer cada vez menos y menos y al final apenas probaba un par de bocaditos durante las cenas. Mi peso se redujo a poco más de 25 kilos. En el fondo estaba matando dos pájaros de un tiro: me pasaba tanto tiempo pensando en no comer que no tenía un minuto libre para preocuparme por mi sexualidad. A todo esto, quien está maltrunido no se siente sexualmente atractivo, por lo que da lo mismo ser gay o hetero", comentó.
Sus padres lo llevaron al médico de cabecera, que le diagnosticó una anorexia e hizo que lo ingresaran en un hospital infantil. "Utilizaban la táctica del palo y la zanahoria. Si no comía o no ganaba peso, me castigaban reduciendo el número de visitas familiares o el tiempo que podía ver la tele o llamar por teléfono. Estuve un mes ingresado, y no fue fácil, pero al final me las arreglé para engordar lo suficiente para que me dieran el alta. Una vez en casa, de nuevo empecé a dejar de comer y a provocarme los vómitos con los dedos. Miraba a mis amigos comer golosinas y helados y, si un día me decidía a probarlos, acababa vomitando sin remedio. Sin provocármelo, simplemente agachaba la cabeza y vomitaba a chorro", se sinceró el ex modelo.
"Mis padres a esas alturas se daban más cuenta de lo que me estaba pasando, y en casa siempre estábamos discutiendo a gritos. Al final me llevaron a un hospital más importante en Madison, Wisconsin. Allí me tuvieron 18 meses. Lo pasé mal, porque los enfermeros me vigilaban para asegurarse de que comía. Empecé a mejorar, pero seguía provocándome vómitos dos o tres veces por semana. Quería estar mejor para volver a casa de una vez. Pero cuando volví, de nuevo me fue difícil aceptar el mundo como era", se confesó Jeremy.
A los 18 años apenas pesaba 32 kilos. Volvió al hospital y allí aprendió nuevos trucos para esquivar la vigilancia de las enfermeras. Comenzaron los pensamientos suicidas y llegó a cortarse con cuchillas de afeitar. Cuando le dieron el alta hospitalaria, Jeremy tenía 19 años y se fue a vivir con sus abuelos para ahorrarse las broncas constantes con sus padres.
"Empecé a trabajar, a hacer amigos, salir y divertirme por primera vez en la vida. Poco a poco empecé a dejar clara mi orientación sexual. Decían que era guapo, pero a mí no me lo parecía en absoluto. Me fallaba la autoestima. Pero mi anorexia y mi bulimia ya no eran tan evidentes como antes. Empecé a hacer ejercicio, a ir al gimnasio tres o cuatro veces por semana. Desarrollé mi físico y me volví musculoso. Comencé a comer de forma más sana y era cada vez más raro que me pegara los atracones y las purgas de antes", contó.
A los 25 años, Jeremy se fue a vivir solo por primera vez y se matriculó para estudiar ciencias políticas en la universidad. Un amigo de la facultad le sugirió convertirse en modelo profesional. "Al mirarme en las fotos, yo no veía lo que veían los demás. No estaba contento con mi aspecto. Me gustaba trabajar en las sesiones de fotografía y me pagaban bien, pero yo seguía sin poder mirar mi propia imagen. Me entraban toda clase de dudas y complejos.", explicó Jeremy.
Fue entonces cuando conoció a su primer y único novio, del que se enamoró perdidamente. "Ésa fue la mejor época de mi vida. Era feliz y tenía la autoestima alta, por lo que el trastorno de alimentación desapareció por completo", relató.
Pero cuando rompió con su novio hace tres años, Jeremy se sumió en la depresión, lo que a su vez lo llevó a castigarse de nuevo con los atracones y los vómitos autoinducidos. "Perdí todo el entusiasmo por las cosas. La anorexia y la bulimia reaparecieron en una forma cien veces peor que antes. Las purgas empezaron a ocuparme todas las horas del día. No veía a nadie. Sólo vomitaba e iba a hacer bicicleta. Acabaron por echarme del gimnasio. Según dijeron, me estaba saltando todos los límites. He estado hospitalizado varias veces a lo largo de los dos últimos años, pero me sentía tan deprimido que no hacía ningún esfuerzo real por mejorar. Sólo ahora empiezo a ver las cosas de manera más positiva. Me están tratando en una unidad especializada y quiero ser otra vez el de antes. Definitivamente, quiero vivir. Por primera vez en mucho tiempo, hay comida en mi heladera; son porciones pequeñas, pero es un gran paso para mí", concluyó.
Por Karen Grattage Especial de ABC.es






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