jueves, 10 de julio de 2008

Un hospital para putas, travestis y taxi-boys


Funciona en La plata y Atiende a 1.500 pacientes por mes

Es un emprendimiento del sindicato de prostitutas, AMMAR. Métodos anticonceptivos y Papanicolau, primeros en la lista de estudios y consultas.
Crítica de la Argentina 10.07.2008
Florencia Halfon-Laksman

La sala parece apacible, con los clásicos folletos médicos, un televisor y un par de sillones donde prostitutas, travestis y taxi boys aguardan que el médico pronuncie su nombre, apellido o apodo. La confidencialidad es la ley número uno en el Centro de Salud “Sandra Cabrera”, el primer hospital para quienes se ganan la vida como trabajadores sexuales.
El hospital, sobre avenida 1 y 63, en pleno centro de La Plata, se erigió sobre una historia violenta: la de Sandra, quien a los 24 años murió de un balazo en la nuca luego de denunciar por corrupción en 2004 a varios policías.
Cabrera había dedicado parte de su vida a militar por los derechos de los trabajadores del sexo y fue quien gestionó que la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR) fuera reconocida como institución gremial.
Susana Martínez es la mujer que recibió el legado de Cabrera: es la secretaria general de AMMAR. Sale a recorrer barrios y rutas para difundir la tarea del hospital, que depende el Ministerio de Salud provincial. “Nos organizamos para ver dónde podíamos tener turnos acordes al horario de trabajo, pero no teníamos respuesta. Además, no te hacían el Papanicolau ni un estudio ginecológico, porque para ocuparse tenías que ser HIV positivo –explica–.
Mi horario de trabajo empieza a las 20 y salgo a las 7. Nunca voy a llegar a que me atiendan. Para mí era un problema porque yo quería hacerme ver.” Claudia es prostituta.
En el Centro de Salud “Sandra Cabrera” halló un lugar donde no se siente discriminada: “Una vez fui a un hospital y en la sala de espera la enfermera gritó: ‘Que pase el que tiene HIV’”.
El centro, único en el país, cuenta con diez especialistas. Además de las prostitutas, que van a hacerse ver o consultan por sus hijos, también lo hacen alumnos universitarios y algunos vecinos. “El policía que me llevaba presa viene a hacer sus consultas médicas”, confiesan Susana y Aldana, otra compañera de trabajo.
Un pasillo separa los cuatro consultorios donde ya fueron atendidos más de 1.500 pacientes. El equipo médico reclama más equipamiento, pero lograron sumar dentistas, infectólogos, enfermeros y asistente social. Están centrados en la concientización de la importancia del control ginecológico.
“Al principio costaba hacerlas venir, pero hoy vienen por sus propios medios”, describe Octavio Fontana, del área de ginecología y obstetricia.
Desde que abrió el centro, los médicos no dejan de sorprenderse con la desinformación de los pacientes. “Hay ideas erróneas de técnicas anticonceptivas –explica el ginecólogo–. La incorrecta utilización de los anticonceptivos inyectables, del preservativo, del anticonceptivo oral.”
Ana Lía, directora del emprendimiento, recuerda: “Cuando íbamos a las recorridas, algunas no sabían el significado de sexo oral o beso negro y había que explicarles. Nos preocupa que ese desconocimiento pueda terminar en una enfermedad”.
La infectóloga Marcela Toller cuenta que una vez una paciente le dijo que la sífilis es una enfermedad que se adquiere por tener relaciones con perros y ella tuvo que explicarle que hay una bacteria similar que se transmite de perro a perro. Toller hace relevamientos de los casos: el motivo más frecuente de consulta es para pedir análisis o tratamiento de HIV, hepatitis y sífilis.
El miedo de algunos pacientes de que sus datos quedaran registrados hizo que el avance del centro fuera muy paulatino. Y ése terminó siendo otro de los logros de la asociación: que los pacientes tuvieran asegurado el anonimato.
“Nadie tiene que saber sobre nuestra salud. El tema es entre el médico y yo. Nadie más tiene por qué saber si tengo o no tengo algo”, reflexiona Susana.
Médicos y prostitutas fueron y siguen yendo a los lugares donde se consume sexo: boliches, pubs, cabarets, reservados, privados, para repartir preservativos –entregan 26.500 por mes– y estimular las consultas médicas.
En el barrio, los vecinos son respetuosos del lugar y no hay reclamos al respecto. Para integrarlos, el “hospital de prostitutas” organizó talleres de cine. Carlos atiende un kiosco a unas cuadras. Dice que cuando algún vecino se lastima o tiene un problema de salud, él le aconseja atenderse en el centro.
Susana se sorprende con el cambio: “Antes la gente se quejaba cuando nos veía cerca. Con el tiempo, el vecino empezó a decir que gracias a que la policía vigila la zona cuando trabajamos, en el barrio hay menos robos”.

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