domingo, 15 de marzo de 2009

Historia reciente: Los 70 bajo la lupa


Cuando la presidenta Cristina Fernández de Kirchner pide que se aceleren los juicios vinculados a la represión, y la jueza Carmen Argibay reclama recursos para hacerlo, no sólo se intercambian mensajes políticos. También se habilita que, como en eco, en las aulas, las mesas de café, el cine, el arte y los libros, los años 70 vuelvan a colocarse en el centro de la escena y, desde allí, convoquen pasiones, encuentros, diferencias.
Para algunos, es culpa de un duelo colectivo que ha quedado sin resolver; para otros, de un discurso político que eligió hacer de los 70 su marca de origen y profundizó así las posturas antagónicas que, frente a una tragedia de resolución trunca, no habían logrado aún suavizarse.
Pero, paradójicamente, es el mismo discurso encendido -iniciado por Néstor Kirchner cuando como presidente se declaró "hijo de las Madres de Plaza de Mayo"- el que, quizás por primera vez, está provocando que hoy se cuestione a actores centrales de los 70, como las organizaciones armadas, que hasta hace poco era muy políticamente incorrecto criticar.
Dos campos evidencian como pocos este cambio. Por un lado, el mundo editorial, en el que los libros de investigación periodística sobre hechos sucedidos en los 70 se multiplican en los catálogos de las editoriales y muestran niveles inéditos de ventas. Operación Traviata , de Ceferino Reato, que investigó el asesinato del líder sindical José Ignacio Rucci, lleva vendidos 40.000 ejemplares desde el año pasado. Pero no sólo eso, las revelaciones de la investigación (que confirmaría la participación de conspicuos miembros del Gobierno en el fusilamiento) recorrieron el espinel político y, seguramente, ayudaron a que Hugo Moyano pudiera arrancarle un gesto incómodo a la Presidenta: recibir a la familia de Rucci, que todavía pide justicia.
Por otro, la academia. La llamada "historia reciente" -interesada en los hechos colectivos más traumáticos del pasado- ya está consolidada como un espacio con peso propio en la historiografía local. Y no reniega de las dificultades que implica mirar "el pasado que duele": "No es lo mismo estudiar los saldos del comercio exterior en 2005 que la resistencia peronista de 1955. La clave es reducir la necesidad de juzgar y acentuar la de comprender, pero no es fácil en este ambiente tan sensibilizado con la memoria y la corrección política", dice Luis Alberto Romero, historiador de larga trayectoria, hoy en la UBA y en la Universidad Nacional de San Martín, donde organizan desde hace tres años un simposio sobre los partidos armados en la Argentina de los 70.
Con miradas distintas, que a veces se superponen y a veces se distancian, periodistas e historiadores estudian hoy las organizaciones armadas, el exilio, la resistencia peronista desde el 55 y la sociedad que acompañó ese proceso (el periodismo, los sindicatos, la Iglesia) con la urgencia de iluminar las zonas oscuras que aún se mantienen.

La memoria en debate
"El kirchnerismo se presentó como la militancia política de la izquierda peronista que reconocía sus vínculos con Montoneros y, ahora desde el poder, abrazaba a toda la militancia que nunca había sido reconocida desde el Estado, en más de 30 años. Pero luego se objetó la legitimidad de la reconstrucción de esa memoria oficial, y eso ayudó a poner a la década del 70 nuevamente en discusión, a profundizar el debate y, en algún sentido, a enriquecerlo", dice Marcelo Larraquy, autor de Galimberti,Fuimos soldados,López Rega, el peronismo y la triple A , que ahora prepara Marcados a fuego .


La violencia en la historia argentina.
"Hoy es legítimo decir que uno no está de acuerdo con los Montoneros, y eso no implica embanderarse con los represores", explica en el mismo sentido Pablo Avelluto, director editorial de Sudamericana, que el año pasado también publicó Setentistas. De La Plata a la Casa Rosada , de Fernando Amato y Christian Boyanovsky Bazán.
Esa editorial tiene previstos para este año más de siete títulos sobre los 70, entre ellos, Mi nombre es Victoria , la autobiografía de la diputada Victoria Donda, nieta recuperada por las Abuelas de Plaza de Mayo; Los otros , de Guido Braslavsky, sobre cómo los militares viven la condena social; una biografía de Roberto Quieto; la historia no contada sobre el secuestro de los Born, y las presiones detrás del trabajo de la Conadep, de Graciela Fernández Meijide.
Planeta, por su parte, acaba de publicar Timote , de José Pablo Feinmann, una "ficción histórica" sobre el asesinato y muerte del General Aramburu, la carta de presentación pública de Montoneros. Para este año, Planeta anticipa un título sobre las monjas francesas desaparecidas y asesinadas por la dictadura; otros sobre Vandor, el comunismo en los 70 y el papel de la Iglesia en la dictadura llegarán en libros de otras editoriales.
"Los 70 tienen para los argentinos un atractivo especial, porque hubo grandes utopías unidas a grandes fracasos", dice Ceferino Reato. "La visión actual de los 70 no es unívoca", sintetizó, y lo adjudicó a una crisis en el propio kirchnerismo. "Cuando el kirchnerismo era hegemónico, su interpretación de los 70 se trasladaba a la producción académica y editorial. Ahora, cuando aparecen grietas en ese espacio político y en su discurso, también surge otra mirada sobre esa década", resumió.
Justamente, autores y editores reconocen diferencias en los libros sobre los 70 que se han escrito desde 1983."Desde el Juicio a las Juntas aparecieron libros que acompañaron la recuperación de la democracia y apuntaron a develar los secretos de la represión", señaló Avelluto. Con La voluntad -los tres tomos de Martín Caparrós y Ernesto Anguita, publicados desde 1997- se abrió una segunda etapa, "sobre lo que pasó antes del 76 y el funcionamiento interno de las organizaciones armadas".
En los 90 se publicaron, entre otros, Todo o nada , la biografía de Santucho escrita por María Seoane; Almirante Cero, sobre Massera, de Claudio Uriarte; El presidente que no fue , sobre Cámpora, por Miguel Bonasso, y El vuelo , de Horacio Verbitsky. Luego del 2001, llegaron entre muchos otros Galimberti , de Larraquy y Roberto Caballero; La vergüenza de todos. El dedo en la llaga del Mundial 78 , de Pablo Llonto; Montoneros , de Lucas Lanusse y La montonera. Una biografía de Norma Arrostito , de Gabriela Saidón.
Como un efecto colateral no buscado de su discurso, el kirchnerismo habría provocado un tercer momento en la revisión de los 70. "Al colocarse como sobreviviente de esa generación y embanderarse con un discurso setentista, Néstor Kirchner dio legitimidad al discurso antisetentista y a una mirada crítica sobre el accionar de las organizaciones armadas, que sólo existía desde lugares marginales", dijo Avelluto.
Larraquy compartió la mirada. "Creo que hoy los libros de la militancia, que tuvieron auge desde mediados de la década del 90 hasta mediados del 2000, con una voz testimonial muy poderosa, se toman con más prevención, diría con desconfianza. Ahora hay mayor consideración y audiencia para aquellos libros que, si bien no llegan a justificar los procedimientos de la dictadura, sí intentan rebatir los postulados de la militancia política y armada de los años 70".
Para Paula Pérez Alonso, editora de Planeta, la década del 70 sigue rozando heridas que no cerraron. "Hay una avidez de democracia real en cuanto al criterio de verdad que no ha sido satisfecho. Estos libros intentan echar luz sobre ciertos momentos clave que podrían ayudar a encontrar una explicación en un período histórico y personal muy traumático para la mayoría de los involucrados y de los que fueron testigos voluntarios o involuntarios", afirmó.
Empujados por el mismo clima de época, los historiadores también reclaman su lugar. Es la llamada "historia reciente", que reconoce inicios en Europa en los 60 y que en otros países también recibió impulsos de las tragedias colectivas, como el Holocausto en Alemania y la Guerra Civil en España.
"La historia reciente es el estudio, la investigación y la reflexión sobre hechos relativamente cercanos en el tiempo, pero lo que la define es que trabaja problemas históricos que están aún muy presentes en la sociedad actual, circulan en el debate público, en políticas de Estado, en las demandas de ciertos grupos sociales", apuntó Marina Franco, investigadora y docente del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam) y autora de El exilio. Argentinos en Francia durante la dictadura (Siglo XXI).
Parece sencillo así planteado, pero dentro de la historiografía en su momento fue equivalente a un cisma. "Hoy hay un proceso fuerte de reivindicación de los tiempos más cercanos como campo específico del historiador", afirmó Luis Alberto Romero.
"El pasado empieza a revolver cosas de la conciencia presente y ahí uno, sabiendo que está involucrado como ciudadano, puede tomar una cierta distancia como historiador", reflexionó Romero, que dirige la serie "El pasado presente", de Siglo XXI, en la que también se publicó La historia política del Nunca Más , de Emilio Crenzel, y este año aparecerá De la revolución a la democracia . (1976-1992), de María Matilde Ollier.
La historia reciente es un campo elegido mayoritariamente por historiadores jóvenes, que en general vivieron la llegada de la democracia en la escuela primaria.
"Llama la atención la cantidad de jóvenes que se inician en sus carreras con estos temas. Al ir cambiando las generaciones existe la posibilidad de empezar a tomar cierta distancia, a pensar y tener curiosidad sobre estas cuestiones", dice Florencia Levín, docente investigadora de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), co-compiladora, con Marina Franco, del libro Historia reciente (Paidós). Ambas idearon y gestionan, además, la Red Interdisciplinaria de Estudios sobre Historia Reciente (
http://www.riehr.com.ar/ ), que desde diciembre de 2006 logró reunir a casi 400 investigadores de todo el continente.
Podría influir algo más que el paso del tiempo. "La crisis del 2001 rehabilitó toda una reflexión sobre la política y la militancia que está muy ligada a la historia reciente, sobre todo en jóvenes que estaban buscando modelos y prácticas políticas", explica Franco.
En el Cono Sur, la Argentina lleva la delantera en mirar científicamente a los años 70. "El Juicio a las Juntas, en 1985, fue un cierre político muy fuerte de la dictadura que no hubo en otros países. Es un corte que instaura una distancia necesaria para poder pensar ese proceso", dijo Levín.
En el país, la historia reciente hoy se extiende en la formación de posgrado, con grupos de investigación en las universidades nacionales de San Martín, General Sarmiento, Rosario y La Plata, entre otras.


Dilemas morales
Quienes investigan sobre los años 70, especialmente los historiadores, atraviesan dificultades metodológicas -las fuentes son muchas veces testigos o protagonistas de los hechos- y hasta morales. La distancia científica puede volverse difícil de mantener, tanto al entrevistar a una víctima que sufrió y que por eso construyó un pasado intocable en su memoria, como al sentarse frente a alguien de quien uno se siente moralmente lejano.
Subyace la tensión entre tomar partido o intentar comprender, sobre todo cuando los temas son, como coincidieron por separado varios historiadores, "muy densos".
"Cuando no hay una convivencia serena entre la sociedad y su pasado, que permita arribar a un cierto grado de consenso -dice Larraquy-, la reconstrucción histórica se convierte en un campo de batalla en el que se mezclan el Nunca más, la épica política, la frustración, el odio al enemigo, y sobre todo, más que la voluntad de entender, la necesidad de establecer una verdad frente a la tragedia".
De eso, de la dificultad de llegar a la verdad, habla Fernando Rocchi. director de los posgrados en Historia de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), y plantea la incomodidad con todas sus letras: "Moralmente uno tiene una posición y es difícil establecer distancias. No hay problemas con hacer una historia del gobierno de De la Rúa, por ejemplo, pero la dictadura fue una tragedia. El tema es cómo ocuparse de una tragedia."
© LA NACION




Lecciones de los años violentos

Es bastante natural que, siendo la nuestra una cultura decadentista, para la cual el pasado está hecho de posibilidades frustradas disponibles para que cada grupo de opinión añore, los años setenta ofrezcan una cantera casi inagotable de insumos. Ellos son los años en que un cambio social (que podía y puede hoy imaginarse con los cristales del guevarismo, del reformismo social cristiano o del desarrollismo, según se prefiera) parecía al alcance de la mano, en que aún éramos los ricos del vecindario y regía un empate entre obreros y empresarios que hacía posible pensar una sociedad cada vez más integrada, en que podíamos ser inocentes y aun inocentemente violentos porque todavía no se había conocido el terror de las torturas y asesinatos en masa, en que podíamos gastar porque no le debíamos un dineral al sistema financiero mundial, en fin, en que podíamos sentirnos medianamente orgullosos como nación y no parias internacionales humillados por la derrota militar y la constante auscultación externa de nuestras miserias.
De allí que, desde 1983 a esta parte, se haya buscado en esos años una fuente de inspiración. Y que, en una deriva del revisionismo histórico al revisionismo político, en los sucesivos proyectos de cambio que nos ofrecieron inaugurar un futuro distinto haya gravitado la restauración de una o varias de esas movilizadoras imágenes de los setenta. Porque cada uno de sus protagonistas quiso ver, en las posibilidades que se le abrían, una reedición de oportunidades entonces perdidas, una "segunda oportunidad" de hacer efectivas soluciones con las que se podría no sólo dejar atrás, sino corregir, un pasado frustrante.
La pretensión de Alfonsín de representar una versión estilizada de las "luchas populares" de los setenta, haciéndolas pasar por el filtro de la ética democrática, debía permitirle separar a los "violentos" y autoritarios -que tanto habían hecho por echar a perder esas "luchas"- del resto sano de la sociedad, y mostrar que democracia y justicia social sólo estaban en tensión por una confusión, que rápidamente habría de disiparse. Ello resonó con fuerza en una intelectualidad que hasta entonces había profesado mucho menos entusiasmo por las instituciones democráticas que por la productividad social de la violencia; y fuera acompañando el proyecto alfonsinista, fuera reclamándole desde la oposición que cumpliera lo prometido, ayudó a dar cuerpo al consenso social de los ochenta.
Menem fue bastante menos setentista, pero en su esfuerzo por reinterpretar el pasado e inaugurar una nueva época no se privó de nada.
A Kirchner le tocaría en suerte sacar provecho de la resolución de esas tensiones heredadas de los setenta, a través de la privatización de la sociedad y la autonomización del estado, y de la conversión del peronismo en un actor más estatal que social. Sin embargo, él concibió su rol en base a una nueva estilización de la "primavera de los pueblos", una no tan refinada ni intelectual como la de Alfonsín, y mucho más militante. Por ello es que sus años setenta resultarían ser más ambiciosos y bastante menos reflexivos: no se trataba ya de purificar esa experiencia, sino de tomarse revancha, permitirle a esas generaciones -abandonadas por el general y por el resto del país en sucesivas frustraciones- recuperar lo perdido.
Cada uno de los proyectos democráticos, en suma, ha intentado una apropiación del pasado en que mejor se creyó poder inspirar el presente. La memoria colectiva siempre se hace tanto de verdades como de mentiras y olvidos, y no siempre los errores sobre lo que pasó son los que llevan a errar en el presente. Más que un déficit de rigor, lo que ha afectado tal vez decisivamente a estas miradas sobre el pasado, volviéndolas inefectivas, ha sido su afán por recuperar un tiempo perdido. Como si la historia pudiera reescribirse y fuera posible, por obra de la voluntad y circunstancias oportunas, reencontrar un hilo perdido. Eso es lo que todas las evocaciones de los setenta tienen en común, y lo que las ha vuelto más atractivas para el público: que en ellas se celebra a la vez la nostalgia y la voluntad. Es hora de aprender entonces la que tal vez sea la más importante lección que tienen para enseñarnos los años setenta: la voluntad tiene una eficacia acotada y a veces las mejores intenciones arrojan los peores resultados.
© LA NACION

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