Sergio Britos
Para LA NACION
El exceso de peso, en sus formas de sobrepeso y obesidad, afecta a no menos del 30% de los niños argentinos. Unos 3,5 millones de chicos, entre pequeños, escolares y adolescentes padecen lo que ya es reconocidamente el mayor problema nutricional mundial y también en la Argentina.
Desde la perspectiva de la comida, más de la mitad de los niños consume más calorías que las necesarias, aunque muchos de ellos menos nutrientes que los indispensables. El resultado: el peso para arriba, la nutrición para abajo. No son los alimentos mal llamados chatarra los únicos responsables; es solo que los chicos comen más de una dieta monótona: pan, pastas, milanesas, papa, carne vacuna o lácteos con más grasa que la recomendable, además de jugos o galletitas con muy alto tenor graso.
Desde la perspectiva del movimiento y actividad física se hace todo mal; no sólo por el excesivo sedentarismo frente a la TV o la PC. Los recreos y las horas de actividad física son muy desaprovechadas cuando deberían ser una excelente oportunidad de estímulos para gastar calorías. Lo mismo puede decirse de la política de la movilidad urbana.
Es urgente que el Estado defina una política frente a la epidemia de obesidad. Implica acciones de promoción de la salud, educación alimentaria desde muy temprano, aprovechamiento del ámbito escolar para promover hábitos más saludables, políticas urbanísticas, estímulos o señales hacia la agroindustria para favorecer el desarrollo de alimentos diferenciados y funcionales.
Los padres tienen una enorme responsabilidad. La obesidad se previene desde el primer año de vida, aun antes. Lactancia materna exclusiva hasta el sexto mes de vida. Luego complementarla con una fórmula láctea apropiada, rápida incorporación de carne (no sólo vacuna), cereales, hortalizas y frutas.
El ambiente familiar, la mesa, debe ser agradable y la preparación de la comida una oportunidad de promover desde muy temprano en la vida y, con toda la paciencia, la incorporación de cada nuevo alimento. Los niños no aprenderán buenos hábitos alimentarios si los padres no los practican.
Desde la perspectiva de la comida, más de la mitad de los niños consume más calorías que las necesarias, aunque muchos de ellos menos nutrientes que los indispensables. El resultado: el peso para arriba, la nutrición para abajo. No son los alimentos mal llamados chatarra los únicos responsables; es solo que los chicos comen más de una dieta monótona: pan, pastas, milanesas, papa, carne vacuna o lácteos con más grasa que la recomendable, además de jugos o galletitas con muy alto tenor graso.
Desde la perspectiva del movimiento y actividad física se hace todo mal; no sólo por el excesivo sedentarismo frente a la TV o la PC. Los recreos y las horas de actividad física son muy desaprovechadas cuando deberían ser una excelente oportunidad de estímulos para gastar calorías. Lo mismo puede decirse de la política de la movilidad urbana.
Es urgente que el Estado defina una política frente a la epidemia de obesidad. Implica acciones de promoción de la salud, educación alimentaria desde muy temprano, aprovechamiento del ámbito escolar para promover hábitos más saludables, políticas urbanísticas, estímulos o señales hacia la agroindustria para favorecer el desarrollo de alimentos diferenciados y funcionales.
Los padres tienen una enorme responsabilidad. La obesidad se previene desde el primer año de vida, aun antes. Lactancia materna exclusiva hasta el sexto mes de vida. Luego complementarla con una fórmula láctea apropiada, rápida incorporación de carne (no sólo vacuna), cereales, hortalizas y frutas.
El ambiente familiar, la mesa, debe ser agradable y la preparación de la comida una oportunidad de promover desde muy temprano en la vida y, con toda la paciencia, la incorporación de cada nuevo alimento. Los niños no aprenderán buenos hábitos alimentarios si los padres no los practican.
El autor es nutricionista del Programa de Agronegocios y Alimentos de la UBA
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