Fue un día largo. O una noche. O algo, un hueco en el tiempo convencional. Las piernas le duelen, tiene sed, quiere más agua. La última vez que Mariano estuvo entre el silencio fue hace más de un día. Después de eso, y hasta ahora, bailó. Tal vez abrazó a alguien, pero lo seguro es que bailó. Le zumban los oídos. Un ritmo repetitivo, como un mantra sónico, todavía suena adentro suyo. Mariano mira el reloj: está a punto de ser lunes. De su casa salió a bailar el sábado a la medianoche. Y todavía no piensa volver.
La noche de Buenos Aires atravesó el crepúsculo. Y sigue siendo noche aun con sol. La música electrónica abrió un camino en el que no cuenta el tiempo. No importa la hora, cuando una disco cierra abre la otra y así pasa un día entero.
Pachá, Caix, Morocco, Club One, Bahrein, Amerika -y otros más- son las postas por las que miles de jóvenes (y no tanto) corren durante el fin de semana, subidos a un tren impulsado -sobre todo- por la nocturnidad, el éxtasis, el alcohol y el agua mineral. Como si uno surgiera por el otro. "Siempre hay algo abierto para los que no pueden bajar de los efectos, ese es el gran invento", resume Hernán (31) en la esquina de Alsina y Bernardo de Irigoyen, con el sol estallando en sus anteojos negros. Como casi todos los que están cerca suyo, él empezó la noche en Pachá, a eso de las 2 de la mañana. Ese es el punto de partida. Allí, sobre el río, cerca de 2.000 personas bailan cada sábado. "Después hay muchos que se van a dormir, pero la cultura de seguir está pegando", dice Hernán.
Ahora son las seis de la tarde y él espera insomne a un amigo para entrar juntos a Club One. "Prefirió dormir un rato, almorzar y volver acá, porque este boliche ahora explota. Yo no, quiero bailar", cuenta. La fila sobre Alsina dobla la esquina. Un policía mira pasar pechos operados, travestis platinados, hombres de paso frenético y sonríe. Pero aclara: "Sabemos cómo viene, qué toman. Pero nunca pasa nada. Es un ambiente raro, pero tranquilo". Como el after hour dejó de ser la última parada, la ruta de la "noche" completa su círculo de día: Club One es el nexo entre el after clásico (que termina al mediodía) y los boliches del domingo. Sus organizadores prefieren llamarlo "The no after sundays" (El no-after del domingo). Pero su público mismo lo llama "el after del after": arranca a las 15 y termina pasadas las 22.
"Salimos de Caix, nos quedamos dando vueltas por la ciudad y después venimos acá. Nos gusta seguir porque amamos la música electrónica, de eso se trata. El éxtasis es un complemento, pero somos gente sana: trabajamos, tenemos familia, amigos, somos responsables", comparten Oscar y Celia, que viene a bailar también con su hijo de 21. Caix abre a las ocho y cierra a las 13. Allí el público transpira el alcohol nocturno y baila con frenesí, montado al piso como si fuera una tabla de surf histérica sobre la ola. Es otro tipo de ejercicio matinal, un poco más extremo que el que a unos metros emprenden otros porteños, al trote por la costanera. La música aturde.
Dicen que este es un lugar en el que se unen diferentes tipos de gente: los que vienen de otros boliches, gente de la noche -desde prostitutas y travestis hasta el que trabaja en un estacionamiento- y los que madrugan para bailar de mañana.
"Antes arrancaba en Pachá, pero no llegaba a Club One. Así que ahora prefiero desayunar y venir. Al que madruga Dios lo ayuda, ¿o no?", ríe Micaela (26).
En Caix, el Dj Aldo Haydar lleva la música al extremo con repeticiones intensas. Pasado el mediodíada termina la sesión de fiesta mañanera. "¿Ves que quedás al palo? Si tomaste pastillas tenés que mantener el ritmo", demuestra Mariano, que ostenta en su bolsillo algunas otras cosas, como Cristal (una droga parecida al éxtasis) y Popper. Y así sigue. La noche vuelve a oscurecer la ciudad cuando llega el final de Club One. Cerca de allí está Bahrein, otro "templo" para los amantes de la movida electrónica. Sobre Alsina se escuchan invitaciones. Para algunos ya es suficiente, pero tal vez no para Micaela y sus amigas. "Seguimos un poco más", avisa, todavía con sus gafas de sol puestas.Detrás suyo Mariano parece moverse con la música que suena en su cabeza. Tiene sed, y quiere seguir bailando.
Los riesgos
Carlos Damin, jefe de toxicología del Hospital Fernández, alertó sobre los riesgos de subirse a un tren de baile de más de 24 horas: "Para aguantar estas 'giras' muchos toman alcohol con energizante, alcohol con cocaína o tres o cuatro pastillas de éxtasis. El riesgo más grande es el cardiovascular, porque esto provoca un aumento de la presión arterial, taquicardia y puede terminar fácilmente en un infarto".
Los códigos
La ropa
Carlos Damin, jefe de toxicología del Hospital Fernández, alertó sobre los riesgos de subirse a un tren de baile de más de 24 horas: "Para aguantar estas 'giras' muchos toman alcohol con energizante, alcohol con cocaína o tres o cuatro pastillas de éxtasis. El riesgo más grande es el cardiovascular, porque esto provoca un aumento de la presión arterial, taquicardia y puede terminar fácilmente en un infarto".
Los códigos
La ropa
Ellas usan calzas, shorts y musculosas largas. Ellos, chupines escoceses, remeras estampadas y zapatillas bajas.
El accesorio
Las gafas negras. Cuanto más grandes y caras, mejor.
La música
Variantes de la electrónica: progressive, trance, house, hard y electro.
El baile
Basta con mover las rodillas, los hombros y los brazos.La bebidaAgua, energizantes con vodka o champagne.
Nuevas búsquedas
Buenos Aires se caracteriza por su nocturnidad profunda. Su historia es inseparable de esta costumbre. Pero en los últimos veinte años, paradójicamente, se extiende hasta un punto en que conquista el día. Es el caso del after hour, un uso juvenil del fin de semana. Para los sedientos de encuentro y experiencias, la noche no alcanza y se lanzan a nuevas búsquedas. Visto de afuera, es absurdo. Visto de adentro es una nueva apuesta, el reenganche. A la larga, para los que lo sostienen, se convierte en un club de amigos, casi un grupo de autoayuda de noctámbulos crónicos, que conforman una comunidad tibia en el frío del amanecer.
Nuevas búsquedas
Buenos Aires se caracteriza por su nocturnidad profunda. Su historia es inseparable de esta costumbre. Pero en los últimos veinte años, paradójicamente, se extiende hasta un punto en que conquista el día. Es el caso del after hour, un uso juvenil del fin de semana. Para los sedientos de encuentro y experiencias, la noche no alcanza y se lanzan a nuevas búsquedas. Visto de afuera, es absurdo. Visto de adentro es una nueva apuesta, el reenganche. A la larga, para los que lo sostienen, se convierte en un club de amigos, casi un grupo de autoayuda de noctámbulos crónicos, que conforman una comunidad tibia en el frío del amanecer.
Marcelo Urresti
Sociólogo
clarin.com
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