viernes, 13 de marzo de 2009

El extravagante autor de Watchmen


Con tal de que la versión cinematográfica de sus historietas no llevaran su nombre, Alan Moore, 55 años, guionista de cómic, melena de vikingo, anillos afilados como armaduras diminutas, resignó la totalidad de sus derechos. Y eso que prácticamente sus mejores creaciones –V de vendetta, Desde el infierno, La liga de caballeros extraordinarios, Constantine y la recién estrenada Watchmen– fueron a parar al cine. Y que la última, Watchmen, que tardó veinte años en llegar al cine y costó 120 millones de dólares, abrió primera en Estados Unidos dos semanas atrás, con una recaudación de 55,7 millones en sus primeros tres días.
Moore es como la versión diabólica de Jesucristo. Para los fanáticos es simplemente Dios que un día decidió que trabajaría como guionista de historietas. A diferencia de otros genios, no busca fama, dinero y chicas, como el resto de su especie.
El crítico George Khoury lo describió así: “Alan llevó el cómic a los límites del cerebro”. Y lo cierto es que Moore vive en otro planeta. Ordenó levantar una vidriera de cristal con un ejemplar de la Kabbalah en su habitación y guarda una colección de varitas mágicas de la fraternidad hermética del Alba Dorada, a la que pertenece. Toma hongos alucinógenos, declama que es anarquista y que le rompe soberanamente los lápices ir a las convenciones de cómics.
Pero antes de convertirse en “mesías del cómic”, tuvo oficios raros. Raros, por ponerle un nombre humano. Su primer empleo fue en una planta removedora de pieles, donde extraía cueros de baldes con sangre y orín, y les quitaba coágulos de encima. Su trabajo más dignificante fue el de limpieza de baños en un hotelucho de Northampton, el lugar donde el mesías vio la luz –y las sombras– en 1953. Después de remover pieles, órganos y mierda de hotel, el cerebro de Moore estaba lo suficientemente licuado para ingresar en el mundo de la historieta con Maxwell el gato mágico, una tira que firmó con seudónimo para un periódico local. Colaboró en revistas como 2000 AD y Warrior, el top del mercado británico. Sus guiones se volvieron famosos no sólo por su oscura carga emocional, también por sus dimensiones físicas. En Miracleman emplea 288 palabras para describir una única viñeta.
Fascinados, lo convocaron de DC cómics, la editorial de los superhéroes impolutos, a retomar el clásico La cosa del pantano. Y del pantano nació la leyenda.
En 1982, Moore publicó V de vendetta, sobre un justiciero con máscara de Guasón, que decide hacer la revolución anarquista en medio del totalitarismo. “Cuando Thatcher llevaba años en el poder, las brigadas antidisturbios se metían en barrios que antes eran pacíficos”, recordó Moore, “y yo sentía que V de Vendetta era algo necesario”.
Después llegarían La liga de los caballeros extraordinarios, y la alucinada Desde el infierno, resultado de diez años de trabajo recreando los crímenes de Jack El Destripador. En 1986, publica en 12 entregas Watchmen, el punto caramelo de su carrera. Pero, ¿qué hay de especial en esta historia que, según su propio creador, fue pensada como “un Moby Dick del cómic” y diseñada para releerse, como mínimo, cinco veces? ¿Qué hay de esta saga considerada uno de los más perfectos experimentos de historietas de todos los tiempos, donde Moore utiliza las ideas de William Burroughs para recrear el clima opresivo del gobierno de Nixon?
Los críticos coincidieron: la poesía, el cine, la novela, la música: todo estaba en esta historia de un grupo de superhéroes marginales y prohibidos, que regresan para salvarse a sí mismos de un misterioso complot. Uno lo llamó “el apocalipsis de los superhéroes”. Y muchos señalaron que parecían los paradigmas de la historieta contados por un loco en su camino a la silla eléctrica. La saga que deja a Batman y a Superman como una banda de peleles en calzoncillos”, escribió alguien.
En 1994, cuando ya era un artista consagrado, algo le partió el coco. Una tarde, una entidad del tiempo de los romanos, con forma de serpiente y apodada Glycon, alzó a Moore, fuera del tiempo y del espacio. “No hay forma de asumir una experiencia como ésa”, aseguró él. Tras el encuentro, empezó a celebrar rituales secretos y a publicitarse como mago del caos.
Rompió su contrato con los grandes sellos del cómic, y convirtió la magia en el centro de todo y el mensaje subliminal de sus creaciones. Hoy pasa tardes enteras conversando con demonios góticos, cuando cruza un semáforo analiza las connotaciones cabalísticas de sus colores, y si le preguntan por su fe, se mata de risa: “La fe”, afirma, “es para los mariquitas que no se atreven a ir y mirar por sí mismos”. Él vio. Y algo demoníaco, innombrable, lo vio a él.
Una imaginación con poca suerte en su traslado al cine
Hasta hoy, la única adaptación en que Moore aceptó figurar en los créditos fue la de Desde el infierno –2001, con Johnny Depp–. Pero al parecer lo que vio le disgustó tanto que, desde entonces, delegó sus derechos a los dibujantes con el sólo propósito de no figurar. Es que, con el cine, el hombre nunca tuvo suerte. En 2003, La liga de caballeros extraordinarios, con Sean Connery, fue una versión pobre y deslucida de su historieta, que atravesó un pleito kafkiano para estrenarse. Dos años más tarde, Constantine, protagonizado Keanu Reeves, un personaje que emergió del cómic La cosa del pantano, fue sepultada por la crítica.V de vendetta, producida por los directores de Matrix, fue una adaptación ambiciosa, pero ineficaz. Para Moore, el guión era “una porquería”.
Por más que los directores se esfuercen, dice que nunca será suficiente. “Yo exploro áreas donde ningún medio excepto la historieta puede funcionar”. Por eso, terminó su propio guión cinematográfico. Se llama Fashion Beast, y está basada, extrañamente, en La Bella y la Bestia y en la vida de Christian Dior. Aún sin fecha de estreno.
criticadigital.com

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