domingo, 15 de marzo de 2009

Agregarle memoria artificial al cerebro es cada vez más probable


Javier Sampedro
Diario El Pais
MADRID. Si la historia universal ya cabe en un pendrive, ¿por qué no podemos enchufarnos el pendrive directamente al cerebro? Así podríamos adquirir esos conocimientos de forma instantánea. Con conexiones directas similares, quizá podríamos insertarnos una especie de Google en la cabeza para buscar en nuestra memoria o ampliar nuestra inteligencia acoplándola a las modernas redes neurales y demás programas que aprenden de la experiencia.
Esos casos de interfase mente/máquina pertenecen aún al campo de la ciencia ficción. Pero hay otros que caminan entre nosotros y que ya sirven para examinar muchos de los problemas técnicos y éticos que, previsiblemente, se derivarán del desarrollo futuro de estas técnicas.
"Discutir el acoplamiento entre mente y máquina es tan viejo como la película Metrópolis", dice Jens Clausen, del Instituto de Etica e Historia de la Medicina de la Universidad de Tübingen, que recientemente analizó la cuestión en la revista Nature . "Lo que es nuevo es que la conexión de un cerebro humano a un ordenador mediante microelectrodos implantables es ahora una opción real."
La forma más extendida de estas interfases directas son los implantes cocleares en el oído interno, que se usan para ayudar a las personas sordas. Un micrófono recoge los sonidos y los envía a un pequeño ordenador, que contiene un sistema procesador del habla. La señal procesada se manda a un receptor en la cóclea, en el oído interno, que estimula las neuronas del nervio auditivo que se comunican con el cerebro.
Si eso no parece todavía una interfase mente/máquina, lo empezará a parecer dentro de poco. "Las personas que tienen el nervio auditivo dañado no pueden beneficiarse de este sistema -dice Clausen-, y ya han entrado en ensayos clínicos dispositivos similares que se implantan directamente en las áreas acústicamente relevantes del cerebro."
Otro caso son los implantes de paneles de microelectrodos en la retina de los ciegos. Los sistemas que se han probado tienen una resolución muy parcial, pero aun así les bastan a los pacientes para evitar la rama de un árbol cuando van por la calle, por ejemplo, y también para distinguir entre un plato o una taza, o para saber hacia dónde se están moviendo los objetos que tienen delante.
Estos electrodos suelen recibir las señales, de modo inalámbrico, desde unas cámaras acopladas a las gafas, y luego las transmiten directamente a las neuronas del nervio óptico. Desde allí llegan al córtex visual primario, situado junto a la nuca. Pero, al igual que con los implantes cocleares, los científicos ya están ensayando versiones que se conectan directamente a las áreas visuales del córtex cerebral.
La estimulación profunda del cerebro se ha usado ya en unos 30.000 pacientes de Parkinson en el mundo. Un pequeño ordenador subcutáneo manda señales eléctricas a unos electrodos implantados en el cerebro para estimular los núcleos subtalámicos afectados por el Parkinson. Variantes de la técnica se están examinando para el tratamiento de otras enfermedades neurológicas.
Quizá las aplicaciones que más se acercan al futuro son las que permiten a un animal de experimentación, y ocasionalmente a un voluntario humano, mover objetos, miembros mecánicos o el cursor de un ordenador con la mente, es decir, con sólo pensar o imaginar alguna acción dentro de su cabeza.
En humanos se ha probado con técnicas no invasivas, como un casco electroencefalográfico que recoja las grandes ondas cerebrales, pero la precisión que se logra es mucho mayor con electrodos implantados en el cerebro. "Es una gran promesa para la gente paralizada." Objeciones éticas
Nadie plantea objeciones éticas a la conexión entre cerebro y máquina si lo que se pretende es tratar una enfermedad, o mejorar las condiciones de vida de las personas ciegas, sordas o paralizadas por un accidente. Cuestión distinta es aplicar estas técnicas a la mejora de las capacidades naturales de la mente humana.
Un primer problema, por trivial que parezca, es que sería preciso experimentar con personas sanas. Esto es común en los ensayos clínicos de fase I (donde no se pone a prueba la eficacia de un fármaco, sino su seguridad), pero los riesgos de algunas intervenciones cerebrales son demasiado altos para justificar su uso en un voluntario sano, al menos en la actualidad.
"Utilizar una técnica con el propósito explícito de mejorar las cualidades humanas conlleva mayores exigencias de seguridad que su aplicación médica -explica Clausen-. Los riesgos habitualmente se aceptan a cambio de mejorar la salud o de salvar la vida."
En los dispositivos controlados por el cerebro -como las prótesis mecánicas-, las señales emitidas por las neuronas deben ser interpretadas por un ordenador antes de poder ser leídas por el miembro artificial. La función del ordenador es predecir los movimientos que el usuario quiere ejecutar. Y todo sistema de predicción tiene sus fallas.
"Eso conducirá a situaciones peligrosas, o como mínimo embarazosas", prevé el científico alemán. "¿Quién es responsable de un acto involuntario? ¿Ha sido culpa del ordenador o del cerebro?"
Otro campo de preocupación es que las máquinas puedan cambiar el cerebro. Por ejemplo, aunque la estimulación con electrodos ayuda a pacientes de Parkinson que no responden a los tratamientos farmacológicos, también presenta una incidencia mayor de efectos secundarios psiquiátricos, cambios de personalidad y suicidios.

lanacion.com

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