miércoles, 7 de enero de 2009

YOU YUBE: EL BOOM DE LAS CIBERCONFESIONES


"Peso 130 kilos y soy un culo gordo. Quiero hacerme cargo de esto ante el mundo entero. Voy a intentar perder peso y mi terapeuta me recomendó que lo haga frente a ustedes”, dice Cree Ingles.
“¿Te acordás de aquella vez en la que me preguntaste qué podías hacer para recuperar a tu novio y yo te dije que le mostraras tu diario íntimo, y él después se lo mostró a sus amigos, y todos terminaron riéndose de vos y te deprimiste mal?
Bueno, yo sabía que eso iba a pasar. Tu diario era una mierda”, confiesa Token Black Chic.
“La semana pasada compré cinco kilos de caramelos y me comí todo en dos días. Tengo una adicción”, advierte Gay God.
¿Qué tienen en común estas tres declaraciones?
Que fueron filmadas y colgadas en YouTube: el nuevo y más impensado confesionario que parió el siglo XXI. Y es que cualquiera que tipee en el portal las palabras “confesión” o “confession” accederá a un total que ronda las 50 mil entradas. En ellas puede verse a una infinidad de individuos ventilando sus angustias más dolientes (“no me animo a decir que soy gay”) o echando luz sobre algún secreto estúpido (“me como las uñas”, “soy adicto a la Coca-Cola”). Pero lo raro ni siquiera es esto, sino la popularidad de este fenómeno: ya hay “ciberpecadores” que lograron reunir, en torno a sus confesiones, cerca de un millón de entradas. De ahí que ya existen vloggers (video bloggers) que montan performances confesionales con el criterio de un programa de ficción: las editan, las posproducen (les agregan efectos, música, animaciones), las publican por entregas, y –en síntesis– las organizan con más timing que buena parte de los programas de televisión.
“Antes los adolescentes hacían catarsis de otro modo –opina Julio Moreno, psicólogo especializado en temas de informática–. Yo me pasé la infancia tratando de abrir el diario íntimo de mi hermana, que lo tenía cerrado con candado. Eran receptáculos hechos para no ser abiertos. Pero ahora está todo revertido: las cosas se hacen para ser vistas. Para ser tenés que estar en pantalla. Y tenés que tener rating, algo que hoy se puede medir en YouTube”. Mírenme, soy infeliz.
YouTube tiene 100 millones de entradas diarias y una comunidad de usuarios que, en un 93% de los casos, se dedica a mirar en forma pasiva (mientras que un 7% cuelga videos).
Subir una confesión a la web, entonces, no es sólo un acto catártico: es, sobre todo, un camino hacia la popularidad más efectivo que el de cualquier reality de televisión. De hecho, las ciber-confesiones ya tienen sus gurúes online.
Token Black Chic es una alcahueta que se hizo famosa desnudando los secretos de sus amigas. Y mal no le fue: uno de sus videos fue visto, hasta el momento, 1.122.686 veces.
Mememolly –cuyo video más visto tiene 637.897 entradas– habla de su obsesión por morderse las uñas, una fijación oral que ya logró parodias que se cuelgan en la propia web.
Y Gaygod (con archivos de hasta 1.250.964 reproducciones) aconseja a los internautas sobre cómo salir del closet. Y de paso habla de sus terribles adicciones, como la de comer caramelos hasta reventar.
¿Cuál es la gracia –o la inteligencia– de contarle un secreto a medio mundo?
Para la psicoanalista Marcela Aguirre, supervisora del Equipo de Niños y Adolescentes del Centro Dos, el sentido de estas confesiones no es sólo el de volverse famoso. Es, principalmente, el de vencer las barreras del pudor gracias a una ficción: la de pensar que al otro lado de la pantalla no hay nadie. “Esto pasa mucho entre las relaciones amorosas, e incluso entre amigos: hay gente que luego de un encuentro ‘real’ llega a su casa y recién por chat le dice a aquél con el que estuvo reunido cosas que no pudo o no se animó a decirle en la cara –explica–. Esta lógica resulta difícil de entender para aquellos que nacieron y crecieron en casas con teléfono y sin tele. Pero hay toda una generación que nació y creció rodeada de pantallas, y que terminó enfrentada a una paradoja: para ellos, la distancia vuelve a la gente más accesible”.

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