viernes, 9 de enero de 2009

Costumbres argentinas que son de importación



Ellos dicen que el mate, a veces, tiene un efecto muy parecido al de un café concentradísimo, que el dulce de leche es empalagoso y que los sorprende la costumbre del beso unisex en los saludos. Pasan y dicen que la ciudad es encantadora, insoportable, mágica y vulgar, como son las ciudades fuera de los mapas y las guías de viaje. Como son las ciudades cuando se huelen y se tocan... cuando insisten tanto en estar ahí, en acompañarlos, lo que los obliga a dejar de ser extranjeros y quedarse. Porque son muchos los que se quedan: según los últimos datos de la Dirección Nacional de Migraciones, más de 700.000 extranjeros pidieron la residencia argentina desde 2003. El aumento en el número de solicitudes es muy significativo medido en términos anuales, mientras que entre 1993 y 2003 se concedieron unas 13.000 residencias por año, entre 2003 y 2007 el promedio anual fue de 175.000.
Más allá de los números, la presencia de extranjeros en la vida cotidiana de los porteños es una realidad que puede verse en las calles y en los diarios. Por ejemplo, en algunas noticias del mundo del cine, de ese Hollywood antes tan lejano y ahora tan metido en el nombre de un barrio (con fórceps de esnobismo, eso sí): el asentamiento de Francis Ford Coppola en Palermo con robo de computadora incluido; el amor de Robert Duvall por el país y el 2 x 4, reflejado en su película Assassination Tango ; el paso del legendario músico John Cale por la Patagonia para filmar una película junto a Dolores Fonzi, y el arribo del director James Ivory y su actor fetiche, Anthony Hopkins, para filmar juntos una película en la que también participó Norma Aleandro.
Vienen por el cambio favorable, en muchos casos. Porque ésta es una ciudad bonita y barata para aquellos que tienen dinero fabricado en otras latitudes. Pero, más allá de esos motivos económicos obvios y fluctuantes hay otros cambios más profundos que surgen de este fenómeno: la vida de muchos argentinos termina por variar bastante con tanta importación de gente, ya sea porque se ofrecen nuevas oportunidades laborales o porque la convivencia con personas de otras culturas genera una mezcla de hábitos y costumbres.


Ciclista por amor
Gabriel Brusco, por ejemplo, es un empleado bancario de 28 años que ha adoptado el hábito de trasladarse en bicicleta a todos lados, casi como un belga o un holandés. "Salí con una chica, Jomi, unos meses. Mientras estuvimos juntos íbamos a todos lados en bicicleta. Ella me contó que en Bélgica (su país de origen) casi ningún integrante de su familia maneja ni tiene auto ni usa transporte público. Al principio me costaba un poco, pero Jomi me encantaba, así que pedaleaba igual. Ella se fue, pero seguimos siendo amigos y voy con la bici a todos lados." Un cambio de hábito que trascendió las fronteras del amor, con beneficios para su salud y su forma de ver y recorrer Buenos Aires.
Sea por noviazgos fugaces o por relaciones de trabajo, el contacto con otras maneras de encarar la vida cotidiana puede traer efectos colaterales, casi siempre buenos. Claudio Mancini cuenta que hace unos meses empezó a trabajar en una consultora con jefes mexicanos y que su ritmo de vida cambió tanto que terminó por caer, durante un tiempo, en una especie de estrés al revés: "Hacen todo más lento, tardan horas o días en contestar un mail. Al principio me volvía loco, sentía que no iba a llegar nunca a hacer lo que ellos me pedían a ese ritmo. Estaba muy estresado". Sin embargo, con el tiempo, Mancini fue adoptando otra actitud. "Cuando empecé a ver que llegábamos bien con todo me relajé y aprendí a trabajar de otra manera. Esta gente la tiene clarísima, nada la mueve de su estado de serenidad total y hace lo mismo que nosotros, pero sin volverse loca", cuenta.
Hay más casos.

Laura Bilbao es una artista plástica que, desde junio de 2007, dejó de lado otras ocupaciones laborales para dedicarse a realizar tours de arte por Buenos Aires (Buenos Aires Art Sight/BAAS). "Hoy miro para atrás y creo que logré capitalizar varios de los mundos por los que circulo en torno del arte", expresa Laura. Gracias a los tours que lidera junto con un grupo de artistas y profesionales provenientes del medio cultural porteño, cumple su deseo de mostrar la gran máquina productiva que es la ciudad de Buenos Aires y puede, además, vivir de eso. Los visitantes entran en contacto con lo que se está gestando aquí y ahora, dentro de lo más relevante en arte y diseño. "Facilitamos el acceso a los talleres y las galerías de arte, los estudios y los showrooms de diseño; también realizamos paseos para ver colecciones privadas, antigüedades, remates y museos, por ejemplo", cuenta satisfecha. Con otro cristal
Por lo general, quien mira la ciudad por primera vez lo hace a través de un cristal más agradable, que a veces pueden facilitar a los locales. Romina Diacono, por ejemplo, tiene desde hace un tiempo otra forma de percibirse. Esta psicóloga de 29 años prestó el altillo en su casa del barrio de Parque Patricios a Emma, una francesa de 27.
"Nos conocimos a través de Internet en un sitio en el que la gente se anota para practicar idiomas. Ella me comentó que quería conocer la Argentina y, bueno, le ofrecí que se quedara en casa. El tema es que al principio eran semanas, después meses y así fue pasando el tiempo. Ella está enamorada de todo. El mate, la comida, las salidas nocturnas, la manera de relacionarnos, todo para ella es guau -cuenta-. Su punto de vista me hizo revalorizar algunas cosas. A partir de su mirada, veo todo como si fuera la primera vez."
Trabajos entretenidos, menos estrés, paseos en bicicleta y una mirada nueva sobre las cosas de todos los días son ejemplos de los buenos hábitos que traen algunos visitantes del exterior. Hay un Buenos Aires que sigue escabulléndose de las fronteras y los mapas, que sigue ganando gente que llega, pasa o se queda. Ese cambio a favor del que tanto se habla no corre en un único sentido. Tal vez tenga más que ver con una mutación de costumbres que con una mera circunstancia financiera.
Santiago Craig

lanacion.com

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