Hace décadas, cuando el ministro de Bienestar Social Francisco Manrique dio el patadón inicial al Prode, algunos medios periodísticos, apresurados por decir el nombre del primer ganador del sorteo, consideraron a Mercedes Negrete como la galardonada con un pozo varias veces millonario que, en realidad, se lo llevó un paraguayo radicado en el país tiempo atrás que nada tenía de mujer más que el nombre en homenaje a la Virgen de las Mercedes. Negrete, en su círculo más íntimo, siguió recordado como la Negrete, sin por eso menoscabar su masculinidad ni su fortuna, incrementada por el azar.
Lo curioso es que, tratándose de esta parte del mundo, donde aún los hombres procuran demostrar por todos los medios a su alcance un valor agregado a su masculinidad, afirmándola o confirmándola casi en forma obsesiva, existan, sin embargo, algunos hombres -bien hombres- que llevan sobrenombres femeninos como si tal cosa, sin que eso haga mella en su posición de rey de la naturaleza ni en la cosmovisión clásica del m acho-man. Es decir, los llaman como a mujeres y se lo bancan como hombres.
Las controversias van más allá de los ambiguos René, Cruz, Paz, José y María, que pueden llevar con altura los dos sexos. La Mona Giménez es quizás uno de los primeros ejemplos de esta tendencia tan peculiar. Con más de una docena de álbumes, el cordobés lleva con picardía y gracia su apodo, lo más mono, desde hace años y a todo ritmo. Y todos contentos.
El mundo del deporte tiene también sus referentes válidos; especialmente el íntimo mundo del rugby, donde el tercer tiempo ofrece el espacio para encontrarse con un ex jugador y periodista conocido por todo el mundo como Perica Courreges. Vale aclarar que ése no era su nombre de pila. En su Documento Nacional de Identidad figura como Andrés, y Perica es el apodo que le pusieron los amigos por su parecido capilar con un cartoon de los años 60, Periquita, una niña de las revistas mexicanas que se leían en aquella época.
En el fútbol también se admiten pluralidades de apodos. Juan Sebastián Verón es para todo el mundo la Brujita . La Gata Fernández es Gastón Nicolás Fernández, jugador de Estudiantes de La Plata. El DT Julio Falcioni se deja llamar Pelusa , y su colega Fernando Quiroz responde al alias de Teté . Al robusto presidente del equipo San Martín de Tucumán, Rubén Alé, le dicen la Chancha .
El sindicalismo nacional cuenta entre sus filas con otro ejemplo de esta tendencia. En efecto, Emilio Quiroz, el chofer de Pablo Moyano, hijo del líder cegetista Hugo Moyano (que alcanzó el grado más alto de su carrera mediática en la batalla de San Vicente), no solamente es un personaje de armas tomar. Es padre de nueve hijos y admite que lo llamen igual que a la reina del pop, Madonna.
Un conocido publicita porteño no imaginaba años atrás que, apenas pasados los cincuenta años, los amigos más cercanos seguirían llamándolo Nacha. Así, muchas veces Fernando Guevara debió explicar, con una sonrisa, que nada tiene que ver con el mundo del espectáculo, y muchos menos con la eterna conductora de Me gusta ser mujer.
Algunos privilegiados pueden conducir sus destinos hasta cierto punto, pero jamás se pueden controlar las derivaciones de un apellido, que, en algunos casos pueden crear equívocos o simpáticas analogías en el laberíntico sendero de las relaciones humanas. Ejemplo de esto es lo que le ocurrió, y cada tanto le sigue ocurriendo, al doctor Guillot, un exitoso abogado de San Isidro. De chico debió resignarse a que su elástico y ecléctico grupo de amistades, un poco en broma y más seguido después, lo llamara Olga, mítica cantante de boleros cubana con la que comparte el apellido. Desde entonces, de jovial humor acepta la chanza que casi constituye una marca registrada.
En el mundo del espectáculo televisivo, es el conductor y bailarín Daniel Tota Santillán el referente más representativo de la tendencia. Con sus amoríos, romances y pasos de baile, es presentado al público como verdadera diva y no le sorprende que le griten por la calle gorda. Llamame Marta.
Alejandro Schang Viton
Lo curioso es que, tratándose de esta parte del mundo, donde aún los hombres procuran demostrar por todos los medios a su alcance un valor agregado a su masculinidad, afirmándola o confirmándola casi en forma obsesiva, existan, sin embargo, algunos hombres -bien hombres- que llevan sobrenombres femeninos como si tal cosa, sin que eso haga mella en su posición de rey de la naturaleza ni en la cosmovisión clásica del m acho-man. Es decir, los llaman como a mujeres y se lo bancan como hombres.
Las controversias van más allá de los ambiguos René, Cruz, Paz, José y María, que pueden llevar con altura los dos sexos. La Mona Giménez es quizás uno de los primeros ejemplos de esta tendencia tan peculiar. Con más de una docena de álbumes, el cordobés lleva con picardía y gracia su apodo, lo más mono, desde hace años y a todo ritmo. Y todos contentos.
El mundo del deporte tiene también sus referentes válidos; especialmente el íntimo mundo del rugby, donde el tercer tiempo ofrece el espacio para encontrarse con un ex jugador y periodista conocido por todo el mundo como Perica Courreges. Vale aclarar que ése no era su nombre de pila. En su Documento Nacional de Identidad figura como Andrés, y Perica es el apodo que le pusieron los amigos por su parecido capilar con un cartoon de los años 60, Periquita, una niña de las revistas mexicanas que se leían en aquella época.
En el fútbol también se admiten pluralidades de apodos. Juan Sebastián Verón es para todo el mundo la Brujita . La Gata Fernández es Gastón Nicolás Fernández, jugador de Estudiantes de La Plata. El DT Julio Falcioni se deja llamar Pelusa , y su colega Fernando Quiroz responde al alias de Teté . Al robusto presidente del equipo San Martín de Tucumán, Rubén Alé, le dicen la Chancha .
El sindicalismo nacional cuenta entre sus filas con otro ejemplo de esta tendencia. En efecto, Emilio Quiroz, el chofer de Pablo Moyano, hijo del líder cegetista Hugo Moyano (que alcanzó el grado más alto de su carrera mediática en la batalla de San Vicente), no solamente es un personaje de armas tomar. Es padre de nueve hijos y admite que lo llamen igual que a la reina del pop, Madonna.
Un conocido publicita porteño no imaginaba años atrás que, apenas pasados los cincuenta años, los amigos más cercanos seguirían llamándolo Nacha. Así, muchas veces Fernando Guevara debió explicar, con una sonrisa, que nada tiene que ver con el mundo del espectáculo, y muchos menos con la eterna conductora de Me gusta ser mujer.
Algunos privilegiados pueden conducir sus destinos hasta cierto punto, pero jamás se pueden controlar las derivaciones de un apellido, que, en algunos casos pueden crear equívocos o simpáticas analogías en el laberíntico sendero de las relaciones humanas. Ejemplo de esto es lo que le ocurrió, y cada tanto le sigue ocurriendo, al doctor Guillot, un exitoso abogado de San Isidro. De chico debió resignarse a que su elástico y ecléctico grupo de amistades, un poco en broma y más seguido después, lo llamara Olga, mítica cantante de boleros cubana con la que comparte el apellido. Desde entonces, de jovial humor acepta la chanza que casi constituye una marca registrada.
En el mundo del espectáculo televisivo, es el conductor y bailarín Daniel Tota Santillán el referente más representativo de la tendencia. Con sus amoríos, romances y pasos de baile, es presentado al público como verdadera diva y no le sorprende que le griten por la calle gorda. Llamame Marta.
Alejandro Schang Viton
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