miércoles, 14 de enero de 2009

El amor al fin podría tener remedio


John Tierney New York Times
NUEVA YORK.- En el último número de Nature, el neurocientífico Larry Young propone una gran teoría unificada del amor. Además de un análisis de la química cerebral del apareamiento de los mamíferos, que incluye la fascinación erótica de los humanos por los pechos, Young predice que no falta mucho para que un pretendiente inescrupuloso pueda verter una poción de amor en la bebida de su amado.
Esa es la mala noticia. Sin embargo, uno podría disfrutar de estas pociones si se las tomara a conciencia con la persona indicada. Pero la mejor parte, en mi opinión, es que se podría crear una inoculación antiamor que prevenga que nos convirtamos en tontos enamorados. Aunque esta vacuna del amor no es mencionada en el trabajo de Young, cuando se lo propuse, estuvo de acuerdo con que también podría hacerse.
¿Podría algún otro descubrimiento ser más bienvenido? Esto es lo que los seres humanos estuvimos buscando ya desde que Odiseo les ordenó a sus subordinados que lo ataran al mástil de su embarcación mientras navegaban por los dominios de las sirenas. Mucho antes de que los científicos identificaran los neurorreceptores, antes del matrimonio relámpago de Britney Spears en Las Vegas o cualquiera de los siete matrimonios de Larry King, ya estaba claro que el amor era una peligrosa enfermedad.
El amor es identificado como un desequilibrio químico fatal en la historia medieval de Tristán e Isolda, quienes accidentalmente consumen una poción de amor y se convierten en pobres adictos. Incluso, aunque se dan cuenta de que su esposo, el rey, los castigará con la muerte, ellos necesitan otra dosis de amor.
No podrían haber adivinado qué había en la poción, pero claro, ellos no contaban con la investigación de Young en ratones de campo realizada en la Universidad Emory. Estas criaturas se cuentan dentro de la minoría de los mamíferos, el 5 por ciento, que comparten la tendencia humana de la monogamia. Cuando se le inyecta oxitocina, hormona que produce efectos similares a la nicotina y a la cocaína, al cerebro de una ratona, ésta se sentirá atraída rápidamente por el macho más cercano.
Otra hormona relacionada, la vasopresina, crea la necesidad de formar una pareja cuando se la inyecta en los machos, o cuando se activa de manera natural a causa del sexo. Después de que Young encontrara que los machos con una respuesta genética limitada de vasopresina eran menos dados a emparejarse, investigadores suecos reportaron que los hombres con tendencias genéticas similares eran menos dados a casarse.
En su trabajo publicado en Nature , Young especula con que el amor humano se desencadena por una "cadena de eventos bioquímicos", que evolucionó del antiguo circuito cerebral involucrado en el amor madre-hijo, estimulado en los mamíferos por la oxitocina liberada durante el parto y los meses subsiguientes.
"Parte de nuestra sexualidad evolucionó para estimular ese mismo sistema de oxitocina que crea relaciones entre hombres y mujeres", explica Young, y hace hincapié en que los juegos eróticos y las relaciones sexuales tienden a estimular las mismas partes del cuerpo de la mujer que están involucradas en el parto y en el amamantamiento. Esta hipótesis hormonal, que no tiene sustento fáctico, podría explicar algunas de las diferencias entre los humanos y otros mamíferos menos monógamos: el deseo de las mujeres de mantener relaciones sexuales incluso cuando no son fértiles y la fascinación erótica masculina con los pechos.
Young explica que acostarse de manera más frecuente y prestarles más atención a los senos femeninos podría ayudar a construir relaciones más duraderas gracias a un "cocktail de neuropéptidos", como la oxitocina, que se libera durante el orgasmo.
El deseo siempre presente
Sin embargo, aunque Young no está preparando pociones de amor, sino que está buscando drogas que mejoren los talentos sociales de personas con autismo y esquizofrenia, advierte que podrían existir, en un futuro cercano, drogas que incrementaran los deseos de enamorarse.
"Sería completamente no ético dárselas a otras personas -explica-, pero si uno quiere mantener su matrimonio, podría contar con una pequeña ayuda de vez en cuando. Hoy en día ya no es una posibilidad remota tomar medicación junto con las terapias matrimoniales."
El gran problema sería identificar a la persona de la que queremos enamorarnos. Supongamos que tomáramos la poción y sintiéramos la necesidad de fugarnos con la próxima persona con la que nos cruzamos, digamos el dentista, o que, como Tristán, creemos una conexión emocional con la esposa de nuestro jefe, ¿qué pasaría entonces?
Una vacuna para el amor es más simple y práctica, y ya hay algunas drogas que inhiben los impulsos románticos de las personas y han sido probadas en los ratones de campo.
Dudo de que muchas personas quieran suprimir el amor de manera permanente, pero una vacuna temporaria podría ser útil: esposos sufriendo su crisis de la mediana edad podrían no escaparse tan frecuentemente con sus entrenadoras personales.

lanacion.com

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