lunes, 19 de enero de 2009

La ciencia lee las manos y dice: el dedo anular, mejor más largo


La predicción del futuro es algo que la ciencia habitualmente no desdeña; es más, forma parte de su constitución poder decir, por ejemplo, qué órbita seguirá un planeta o cómo va a terminar el universo. Pero de ahí a leer las manos para conocer a la personalidad de una persona hay un paso... que algunas universidades británicas y norteamericanas vienen dando desde hace algunos años.
El último caso de más de media docena se dio a conocer esta semana y muestra que se encontró una relación entre el largo superior del dedo anular al índice y el éxito de los corredores de bolsa. John Coates de la Universidad de Cambridge midió durante casi dos años los dedos de la mano derecha de 44 agentes que compran y venden acciones; los de anulares más grandes ganaron más dinero.
Pero no es la primera vez que se va en busca del tamaño del dedo que lleva el anillo matrimonial. Anteriormente se había estudiado cómo eso incide en la habilidad deportiva (anular largo, mujeres más hábiles para el tenis por ejemplo); con la fertilidad (mejor un anular largo en varones y un índice largo en mujeres); y con la agresividad (anular chico, tendencia a ser ruidoso). En otro casos fueron más lejos y lo relacionaron con el buen desempeño escolar en niños y hasta con la posibilidad de ataques cardíacos (en esta ocasión midieron dedos de bebés). Fue la Universidad de California la más polémica al hablar de que las mujeres homosexuales tienen el anular más grande que las heterosexuales.
El mecanismo, en casi todos los casos es así: el largo de algunos dedos está determinado por la exposición del bebé a ciertas hormonas durante el período de vida intrauterina. Como esas mismas hormonas también ejercen influencia sobre aspectos de la vida de relación, es posible concluir que dedos y formas de la personalidad se relacionan mutuamente, aseguran.
Desconfío.
Pero para todos los científicos argentinos consultados hay que tener sumo cuidado con investigaciones de este tipo, pese a que técnicamente son confiables.
Según Diego Golombek, biólogo de la Universidad de Quilmes y el Conicet, “se sabe desde hace tiempo que el largo de los dedos de la mano se determina durante la gestación, y está relacionado con la exposición a hormonas sexuales en el útero, particularmente la testosterona”. Golombek aseguró que “eso es un hecho; el resto son correlaciones que afirman que la relación entre la longitud de los dedos índice y anular tienen que ver con la fertilidad, orientación sexual, y hasta se lo ha relacionado con la propensión al autismo o a ciertas actividades académicas”. Para evitar problemas, el autor del libro de divulgación Sexo, drogas y biología pidió que se los entienda estrictamente como trabajos que muestran correlaciones y nada más que eso: “No debe ser considerado como un fenómeno de causa y efecto. Mientras se entienda la diferencia entre ambos conceptos, todo bien, pero si se confunden los límites la cosa se pone complicada”.
¿En qué sentido complicada?
Lo explica el biólogo Pedro Beckinschtein, investigador del Conicet. Para él los estudios están bien hechos técnicamente, fueron publicados en las principales revistas; es decir, que son “verdad”, pero igual le parecen directamente una “porquería” por las posibles consecuencias éticas que implica conocer, “leyendo las manos”, si una persona puede llegar a ser más agresiva o tener gustos por personas del mismo sexo. “Medir la agresividad supone que esa persona puede tener más posibilidades de delinquir, eso ya es juzgar a alguien antes de que cometa el delito”, advirtió. Bekinschtein cree que “el hecho de que haya fondos para estas investigaciones es algo sugestivo”.
Por último, Adriana Schnek, bióloga y coautora de uno de los libros canónicos para el estudio universitario de la materia (“el Curtis”) es más tajante. “Me parece que este tipo de investigaciones son absurdas. El éxito es una construcción social, culturalmente determinada. Un estudio de este tipo, aislado de su contexto histórico y económico, desvirtúa la concepción de la biología como ciencia y de los estudios sociales. Más interesante sería hacer un artículo que discutan este tipo de estudios y de artículos sensacionalistas”.

El cambiante cráneo de Darwin
La idea de que ciertos caracteres externos pueden indicar el temperamento de las personas tuvo como insospechada víctima al mismísmo Charles Darwin. Su padre estaba convencido de que el pequeño Charles estaba condenado al fracaso y al ocio permanente “por la forma de su cabeza”.
Durante ese siglo XIX, estaba tan extendida la idea de que lo exterior estaba vinculado con las formas de ser, que el propio codescubridor de la Teoría de la Evolución de las Especies no fue capaz de juzgar duramente a su padre por eso. Es más, en su Autobiografía cuenta que al volver de su viaje de cinco años alrededor del mundo a bordo del Beagle (que lo terminó de formar como biólogo), su padre, orgulloso, le dijo: “Hijo, si hasta te ha cambiado la forma de la cabeza”.
Pero más allá de esta anécdota, la frenología (así se llamaba la corriente que estudiaba las formas craneanas) tuvo algunos usos preocupantes, sobre todo por la posibilidad de detectar criminales en potencia; es decir, antes de que cometieran crimen alguno, sólo por portación de cara.
El biólogo argentino Pedro Beckinschtein (ver nota central) dice que éste es uno de los posibles usos de estudios tan particulares como los que correlacionan ciertas formas de las manos con caracteres de la vida de las personas en sociedad.

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