Desde que en agosto de 2003 Marcos Giordano ganó con las más altas notas el concurso para dirigir un colegio secundario en San Francisco, a unos 122 kilómetros al este de esta capital, fue noticia. Padres, alumnos y colegas supieron entonces, con cierto estupor, que el flamante director del Ipem 315 era un joven de treinta y pico que soñaba con una operación para adecuar su sexo, ya que -como en el caso de Naty, el adolescente de Traslasierra a quién tras una ardua batalla judicial de cuatro años que llevaron adelante sus padres intervinieron en diciembre de 2007-, Marcos padecería "disforia de sexo".
Esto es: se trata de una mujer encerrada en un cuerpo masculino. El tema volvió al ruedo esta semana cuando el Ministerio de Educación de Córdoba decidió apartar de su cargo a Giordano, hoy de 42 años, "por mala gestión" y por "problemas de convivencia entre adultos" del instituto en el que cursan más de 400 alumnos.
De inmediato, Marcos Giordano salió a denunciar lo que considera "discriminación pura". En diálogo con Clarín, apuntó que "las cosas comenzaron a marchar mal para mí cuando reclamé al gremio de docentes -sin resultados- que me ayudaran para operarme; y en mayo hice una presentación en tribunales para que la Justicia autorice la intervención".
Desde su casa en Devoto, un pueblo cercano a San Francisco, Giordano se descarga. Y su testimonio es el de un ser en pedazos: "Yo no tuve la suerte de Naty. Mis padres no sólo no me apoyaron nunca; sino que me rechazan hasta hoy que son viejitos. Viven a pocas cuadras y se cruzan la vereda cuando me ven. Soy la vergüenza de la familia. Mi único hermano no me deja ver a mis sobrinos. Tengo 42 años y llueve sobre mi vida. Sobre toda mi vida. La pública y la privada. Estoy solo. Y la soledad es peor con la injusticia que parece que no se termina nunca", enumera oscilando en masculino y femenino, aunque su timbre y tono de voz de mujer le abren la puerta a la pregunta.
-'Marcos, le llaman así todo el tiempo'
Es difícil imaginarlo cuando se le escucha.
Piensa antes de contestar.
-No. En realidad soy Verónica. Ese es mi nombre. Vero -repite-.
Pero estoy tan acostumbrada a vivir con la dualidad que ya no me molesta.
Aunque ojo -se ataja, como si siempre estuviese en guardia- nunca fui a la escuela vestida de mujer, 'eh? Nunca.
Sólo en casa.
Lo dice como si eso se tratara de un crimen. De uno que no cometió. Los reflejos del miedo le impulsan a limpiar de antemano una supuesta mancha en un legajo imaginario. Entonces describe, casi sin respirar, que su uniforme de trabajo es "un jean, una remera unisex que podría usar cualquiera, un saco...".
-'Qué sintió ante el caso de Naty, que logró la operación que usted tanto desea?
-Me dio esperanzas, pero también mucha tristeza atrasada.
A ella le hicieron una terapia hormonal a tiempo, sus padres la entendieron y acompañaron. La obra social de su mamá docente la amparó. Yo siento que mi vida se ha ido entre luchas por ser quien soy profesionalmente, y en una suma de rechazos y discriminación. Mi caso no despierta la solidaridad o la simpatía del de Naty. Mi depresión se profundiza y me siento exiliada de mi vocación y hasta de mi vida.
-'Tiene usted pareja?
-Hasta hace poco. Con él compartimos más de 10 años. No quiero decir más.
Suspira y se ríe con tristeza. Con resignación. Y con un llanto contenido. "Como ya te dije, llueve ahora en toda mi vida. Y mi demanda de ayuda es urgente. Yo nunca nunca podré pagar esa operación sola. No pretendo privilegios, pero he sido, soy buena en mi trabajo, como ser humano. Pido que me incluyan en vez de excluirme".
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