sábado, 25 de octubre de 2008

La piel, sensible a los vaivenes emocionales



En los bebés, que no poseen el lenguaje, se ve muy claramente, pero es una característica que en los niños más grandes y aún en los adultos puede persistir: las emociones no se expresan solamente en palabras y actitudes, sino también en diferentes órganos del cuerpo en forma de síntomas y, muy frecuentemente, "eligen" la piel como órgano blanco.
Se sabe que muchas enfermedades dermatológicas, en una lista que incluye psoriasis, vitíligo, algunas formas de alopecia (pérdida del pelo), líquem plano, urticarias alérgicas, eccemas y acné, entre muchas otras, se acentúan en sus síntomas ante los estados de estrés emocional del paciente, un estrés que puede ser "negativo" como el disestrés por exceso de trabajo y responsabilidades o una pérdida importante, o también "positivo", como sucede ante la proximidad de un examen, los preparativos de un viaje o una competencia deportiva.
Más extraño puede parecer que algunas de esas expresiones en la piel ni siquiera se manifiesten en forma de lesiones. Un intenso prurito, por ejemplo, puede no tener expresión cutánea alguna; pero la persona lo siente, y eso la lleva a rascarse, es decir, a una forma de autoagresión. Así como en el disestrés o el estrés crónico el cuerpo se mantiene tenso y en estado de alerta aún cuando las circunstancias no lo ameriten, las sensaciones de picazón, estímulos que están "registrados" en el sistema nervioso central, pueden activarse en algunas personas aún cuando no haya manifestaciones o lesiones físicas a nivel de la piel (urticaria o eccema), disparados por factores emocionales.
"Esos casos son muy frecuentes: la sensación está, la manifestación cutánea no, pero luego se tiene la consecuencia, y es que la persona se va a rascar y se va a lastimar", explica la doctora Liliana Fernández, psiquiatra especialista en enfermedades psicosomáticas, ex jefa de psicodermatología cuando existía esta área en el Hospital de Clínicas "José de San Martín". Marcas de autoflagelación
Una de las características de este prurito psicógeno es la de hacer que quien lo sufre se autoinfrinja un daño -lesión cutánea al rascarse- que será tanto mayor cuanto mayor sea la molestia psíquica que lo aqueje.
La psiquiatra explica que el mecanismo está muy relacionado con el grado de estrés de la persona. Lo que sucede es que este disestrés, es decir, un grado de estrés permanente y sostenido que se mantiene hasta en los momentos en que la persona debería estar relajada, produce una desensibilización a los estímulos de dolor corporal.
La persona se rasca hasta que siente dolor. Cuando aparece el estímulo de dolor, éste se sobrepone al prurito, y entonces la persona deja de rascarse e impide que llegue a lesionarse la piel. Pero cuando la persona padece, por ejemplo, un pico de estrés, la desensibilización ("efecto de anestesia") que éste le produce hará que el umbral de tolerancia al dolor sea más alto. Y ahí, señala, es cuando aparecen las lesiones dermatológicas reales.
Como a mayor grado de estrés es mayor el grado de "anestesia" o desensibilización, resulta que las lastimaduras suelen ser directamente proporcionales al grado de malestar psíquico que la persona esté padeciendo. La misma persona que en circunstancias más relajadas dejaría de rascarse, cuando está pasando por un momento de mucha tensión sigue haciéndolo.
La doctora manifiesta que, por otra parte, "hay personas que tienen una tendencia compulsiva a lastimarse". En esos casos, el proceso, que por supuesto es de carácter inconsciente, no se detiene hasta que la persona no adquiere la visualización de que se está lastimando.
Algunas razones
Pero no a cualquiera le suceden estas cosas: "Aún las más "psicosomáticas" de las enfermedades tienen un componente de predisposición genética y un componente a nivel del sistema inmunológico".
La doctora Rita García Díaz, médica principal del Servicio de Dermatología del Hospital de Pediatría "Juan P. Garrahan", sostiene que la relación tan estrecha entre la piel y las emociones es algo que no debe extrañar: durante buena parte de la vida embrionaria, las células que conformarán la piel y las que formarán el sistema nervioso central se mantienen indiferenciadas entre sí, y además, "las células de la piel son capaces de producir las mismas sustancias neurotransmisoras que las neuronas del cerebro", y que constituyen el flujo de la información nerviosa entre una neurona y otra.
Estos neurotransmisores, según está comprobado, poseen algún tipo de acción sobre el sistema inmunológico, y ante una situación de mucha exigencia psíquica eso puede actuar como gatillo de mecanismos inmunológicos. Así es como ambos suelen estar casi siempre vinculados en las enfermedades de la piel, "cuando la persona está genéticamente predispuesta", y con diferentes grados de compromiso del sistema inmunológico según la dolencia de que se trate.
Ver al paciente como un todo
La doctora García Díaz señala que expresiones cutáneas como la alopecia areata (caída del pelo en áreas) o el acné, son muy frecuentes en chicos y jóvenes que están pasando por una situación de pérdida de un familiar, o una crisis entre los padres. Y a cualquier edad, las personas que van a ser sometidas a una cirugía suelen padecer dermatitis atópicas.
Años de división conceptual entre cuerpo y mente y una creciente especialización en la medicina han hecho que no sea tan fácil, pero las especialistas consultadas aseguran que cuando llega un paciente con una lesión por enfermedad cutánea siempre es conveniente indagar acerca del momento que está pasando: "No siempre es estrictamente necesario que haga una terapia, y en los chicos, no es obligatorio que toda la familia haga tratamiento, pero sí es conveniente que haya un asesoramiento por parte del médico para que puedan mejorar los vínculos", expresa García Díaz.
La afección cutánea se trata en cada caso de diferente manera; lo que sí es frecuente es ingresar al consultorio por una dermatitis y salir, por ejemplo, con la receta de un ansiolítico: "Eso no va a solucionar el problema de la persona si no hay una indagación más a fondo", asegura Fernández.
La dermatóloga asegura que en general los niños, por tener una estructura psíquica más maleable y pasible de cambios, suelen reaccionar mejor que los adultos a los tratamientos. Sin embargo, "a veces es la propia enfermedad la que provoca un situación de tensión que lo afecta". En esos casos es la familia la que debe ser asesorada para mejorar el vínculo con el niño y no amplificar tensiones.

Capas de la piel

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