El tipo salía del cajero electrónico, metiéndose plata en un bolsillo y documentos y papeles en el otro o algo así. Jamás pensó que al poner el segundo pie –el primero estaba firme sobre la vereda– iba a patinar y rodar al suelo de esa manera. Los brazos detuvieron la secuencia. El tipo giró la cabeza, vio el brochazo que se extendía desde el pedazo de mierda que acaba de arrastrar, mientras a unos diez metros, la bestia que había descargado lo que ahora cargaba él en su zapato, se negaba al ejercicio de huida que el dueño intentaba estimular. El bicho, en un momento dado, pareció mirar a los ojos de su víctima como para explicarse: “Y... viste lo que es vivir con este tamaño en un departamento”.
Sucedió un sábado por la mañana –espacio semanal consagrado al arte de los especialistas en inspeccionar el estado físico-anímico de los dogos y a vestir caniches bonsái como para que vayan a una fiesta de 15– y el escenario fue la esquina de Montes de Oca y Suárez: seis cuadras a la redonda, en el corazón de Barracas, hay seis casas de servicios para mascotas. Casi todas con sus correspondientes gatos, perros y también loros, canarios, tortugas, hámsteres, conejos, peces de diversos colores y presentaciones, roedores de nombre japonés que asemejan clones inofensivos por desdentados. Y niños, y alrededor de la veterinaria, edificios de departamentos.
La última medición de la Cámara Argentina de la Industria de Productos Veterinarios (Caprove) muestra una cifra asombrosa: en la Argentina hay unos nueve millones de perros, cuatro millones de gatos y tres millones de pájaros en jaula, además de las especies menos convencionales: hurones, salamandras, axolotes, cazones de tamaño mediano, serpientes, arañas y otras deliciosas compañías que suelen hacer buenas (o malas) migas con las mascotas de la casa, si las hay y no tienen el instinto anestesiado o anulado.
La misma cámara dice que el 20% de los dueños de las mascotas consulta con regularidad al veterinario. El resto, no, nada, y eso acaso explica la cantidad de animales en las calles, abandonados a su suerte.
ZOOECONOMICS.
Entre veterinarias clásicas –a las que no les falta un amplio surtido de gadgets que le ponen calidez a la asepsia de la faena– y los pet shops, orientados a la venta de alimentos y la parafernalia impuesta por la industria de la mascota, se cuentan, sólo en la Capital Federal, unos 4.700 locales. Como para calentar la economía, los dueños de los animales, desde perros hasta yacarés, gastan, según la Cámara Argentina de Empresas de Nutrición Animal (CAENA), unos 492 millones de pesos (de los 670 que produce el negocio) en comida. Ese monto corresponde a las casi 300 mil toneladas producidas con destino al mercado interno, el 75% de la producción total.
“La rentabilidad del negocio básicamente está asentada en la venta del alimento balanceado –explica Walter Esteban Suppa, veterinario egresado de la Universidad Nacional de La Plata–. La circulación de información crece, y cualquiera que se preocupe por su mascota sabe que hay un tipo de alimento de calidad pero más caro y otro más barato que tiene aserrín.”
En 2007 –según datos de la Caprove–, los laboratorios asociados declararon una facturación de 45 millones de pesos. Como zona periférica de la economía animal, sólo el rubro paseadores de perros tiene su importancia. En Capital Federal existen unos seiscientos oficialmente registrados, con permiso para pasear hasta ocho ejemplares y con honorarios variables.
Pero el optimismo de los defensores del “derecho de los perros a pasear” –entre ellos el pensador español Jesús Mosterín o el australiano Peter Singer– termina donde empieza el realismo pesimista de las patrullas callejeras. En muchas partes del país –sobre todo en las zonas de veraneo– jamás se dio de baja a la infausta perrera.
Hay otros rubros además de la inspección veterinaria de rutina, como la compraventa de enseres y servicios para mayor felicidad del animal: canastas de mimbre, de plástico, piedras sanitarias, paseadores de perros, palas de plástico para levantar eso que hacen, golosinas, juguetería, guardería, internación, radiografías y tomografías, ropa para invierno y verano, incluyendo zapatos, etcétera.
Y hay también otros tres servicios fundamentales: farmacología (el más importante, con una facturación de casi 164 millones de pesos en drogas, anestésicos, antiparasitarios y vacunas), peluquería & baños y... psicología. Este último rubro todavía no es muy popular en la patria, pero ya está llegando desde Estados Unidos. Por ahora, sólo acceden los cánidos de familias de pro o prósperas. Es hora de ilustrar al vulgo sobre el asunto.
EL PELUSA ANDA CAÍDO.
No todos tienen la sensibilidad suficiente para entender la necesidad de un psicólogo que atienda gatos, tortugas u otras mascotas. Sin embargo, los animalitos son bien capaces de emitir señales emocionales, según dice Esteban Vitale, de la Facultad de Veterinaria, que está desarrollando un programa para contener, por ejemplo, a perros deprimidos o ansiosos, que los hay, y muchos. Al menos así lo sostiene este veterinario, que aclara que, “en realidad, los bichos no hacen más que reflejar la conducta de los dueños”. Y cómo: el investigador afirma que son muchos los perros que llegan a las veterinarias con síntomas similares a los que padecen sus dueños: “enfermedades cardíacas, diabetes, obesidad. Una vez atendí a un caniche celíaco”, cuenta este hombre, que ha invertido esfuerzos en un posgrado en Estados Unidos y que tiene una estrecha relación con las divisiones para animales de los laboratorios farmacéuticos.
Los estudios etológicos pioneros, tanto de Konrad Lorenz como de Nikko Tinbergen, han probado que los mamíferos de sangre caliente, efectivamente, sueñan. No obstante, se trata de un sueño reflejo, no es el sueño “paradójico” del humano, el llamado “sueño REM”, que se recuerda o se olvida, pero que en caso de logorrea o psicoanálisis es el que se cuenta.
Algunos perros, según estudios recientes hechos en la Universidad de Viena, alcanzan la “inteligencia” de un niño de catorce meses. De ahí a la interpretación de los sueños de Sultán hay un trecho largo. Lo que a su vez no impide que Esteban Vitale trabaje en el campo de ciertos padecimientos mentales en pichichos o felinos domésticos: “Se trata –dice– de que el animal, si tiene conductas celotípicas o asociales, deje de tenerlas. Pero quien primero debe dejar de tenerlas es el dueño, porque el perro imita al dueño. En cierto sentido, el perro es el doble del dueño”. Si las conductas se repiten, ése puede ser el momento para la intervención del psicólogo porque “hay muchos casos de gente sola, que pasa días y días sin compañía, sin que nadie los llame por teléfono. Esa gente suele darle características humanas al bicho, lo antropomorfizan y permiten que el animal se suba a la cama, coma del mismo plato, tenga objetos con su nombre o que haga caca u orine en cualquier lado. Y a la hora de la depresión dominguera, en lugar de salir a pasear, se quedan encerrados. Los animales, lógicamente, imitan a su amo, se caen, pierden fuerza, tonicidad muscular, pierden las ganas de vivir, por decirlo así”.
Hay otro aspecto de la psicología de la mascota, no necesariamente agradable, que suele expresarse en el modo y el lugar en que ésta deja sus deposiciones. Averiguar qué quiere decir un Fox Terrier que insiste en hacerlo sobre las camas recién hechas es tarea de nigromantes, o mejor, de veterinarios especializados. La persona estresada transmite una energía que, según los especialistas, los bichos perciben y a la cual le escapan, pero a la cual también responden, por ejemplo, con un cuadro de incontinencia.
Vitale afirma que es cierto, pero advierte que “hay que tener cuidado con las generalizaciones. El perro que defeca donde no debe está marcando territorio. Eso está claro porque se come la deyección del otro perro o de los otros perros de la casa que invaden su territorio.
El gato parece que estuviera vengándose cuando siente que durante un tiempo largo es objeto de desinterés o despecho. Y está el otro caso, el más común, el de la incontinencia urinaria de los perros castrados. Es el caso más común y más complicado de resolver”, dice el hombre, que ha publicado algunas de sus investigaciones en revistas para todo público, como la inmortal Gruñidos.
EL LUJO ETERNO.
El mejor amigo del hombre merece, si es tal, un trato diferencial. De ahí la proliferación de objetos de consumo, de palitos saborizados, juguetes y esos raptos preferenciales que se organizan, si no todas las semanas, cada quince días: los baños, los cortes de pelo, el masajista, la presentación en sociedad de una bestia. Según The Pet Food Report, publicación especializada que mira al fenómeno como mira a casi todos los fenómenos –un subproducto de la individuación, el cocooning y la supervivencia menguante de la cohesión social, disfrazada de un esteticismo no siempre de buen gusto–, “los médicos veterinarios concuerdan en que las mascotas viven vidas más largas y saludables desde que los alimentos se han vuelto balanceados”.
El concepto de mascota feliz es solidario de la personalidad libre, soberana y solidaria del nuevo milenio, que empezó atragantada de fundamentalismo y certezas rotundas.
Los perros de Susana Giménez han pasado a la posteridad con un único nombre. A menos que Jazmín sea inmortal, o que haya hecho un pacto fáustico o sea amigo de Gilgamesh, el del poema. Aunque no todos alcancen la inmortalidad merecida de Jazmín, todo parece indicar que la necesidad del hombre urbano de acompañarse de otros que no son de su especie seguirá en expansión: “Este negocio continuará creciendo porque la gente está cada vez más sola, más aislada”.
Así define la cosa Pablo Dell’Oro, dueño de Pet Shop Boys, un local inmenso enteramente dedicado al placer de tu mascota, sito en la zona más concurrida de Palermo Rúcula. Ese local, agrega, es como el Barbie Store o el boliche Niceto: “Son lugares para conocerse, tomar un café, un trago. Que la mascota se conozca con otras mascotas, que hagan sociales. Y, si se puede, que vos o quien sea, si está solo o sola, tengas una oportunidad de ligar. Y, si la suerte no acompaña, llevarse una mascota nueva, más la satisfacción del deber cumplido”.
Los argentinos los prefieren Golden
Aunque de recolección inorgánica, los datos tomados en veterinarias y pet-shops por este diario indican que la lista de las razas preferidas por los argentinos podría abrirse con el Golden Retriever, seguido muy de cerca por el Labrador Retriever y el Caniche Toy (muy lejos del minito y y el estándar). Más lejos en la tabla: el Doberman, una complicación para quienes viven en departamentos; el Yorkshire y mucho más atrás, el clásico ovejero alemán y el salchicha, que recuperó terreno gracias a su tamaño, ya que se adapta con facilidad a las nuevas dimensiones de la vivienda actual. El dogo argentino y el Rottweiler están todavía en la zona del top ten. Pero después de la serie de ataques que se registraron, sobre todo hacia niños, la pasión menguó. En esta tierra, los criaderos de perros contabilizan unas ciento sesenta especies. Después de Brasil, es el país latinoamericano con mayor variedad de razas, que no de etnias.
Buenos Aires, ciudad pet friendly
Las mascotas, esos seres que no hablan casi de casualidad, muchas veces no soportan que sus amos los dejen solos por mucho tiempo. El lugar común dice que son bichos consentidos y mañosos, aunque la carátula podría virar a cariñosos y caprichosos, pero no tanto. La cuestión es que muchos pasajeros de ocasión viajan con sus señoras y sus mascotas, y eso requiere toda una logística que –dado el nivel de vida de las bestias, sus gustos y costumbres– la Capital Federal hasta hace muy poco no tenía. Ahora sí. Y también Córdoba y Mar del Plata. Además del Vitrum (sito en Palermo Rúcula), de la cadena New Age (NA), entre los hoteles que incluyen servicios para mascotas figuran el Four Seasons, donde unos muchachos, los doormen, se ocupan del animal cuando éste lo requiere. Muchos de estos bichos llegan, como sus dueños, portando un celular, desde donde no hablan, claro, pero pueden escuchar la voz del ama o el amo a la distancia y tranquilizarse.
El requisito que no debe dejar de cumplirse es que el animal no exceda los siete kilos, porque aunque el parque puede disimular las deyecciones de los bichos, es más delicada la situación con un bicho fornido, que suele cultivar no sólo el jardín sino también las salas de conferencias y las alfombras, sus preferidas, para desesperación de las jóvenes trilingües que hacen las veces de servicio de informaciones. El Tribeca Studio es un apart hotel de inauguración cercana, que también acepta mascotas, y el pionero es el Plaza San Martín Suites, que ofrece este y otros servicios desde hace unos cinco años. En el Vitrum existen tres suites con patio privado para el bicho y ahí, suponen los encargados de informar al cronista, vale todo, menos la compañía de otro cánido, prohibición que no existiría del otro lado de la puerta.
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