Existen personalidades cuyo carácter y comportamiento, sin duda patológico, resultan nocivos para aquellos con quienes se vinculan. Gran parte del drama de los conflictos interpersonales consiste en no recorrer al otro en su auténtica intimidad y verlo sólo como uno quiere que sea.
Las relaciones que nos acercan al bienestar y a la salud emocional, y que nos hacen felices son aquellas que ponen sobre la mesa el interés y el amor por la vida, es decir, por el prójimo. Es ese estar integrado de un modo vital y generoso lo que construye una comunidad que tiene por timón la ternura, el entusiasmo, la solidaridad y la compasión.
Cuando esto no existe, y cuando las personas son incapaces de enlazarse positivamente con los otros y enriquecerse en la acción de dar y recibir, lo que producen es soledad, sufrimiento y desamparo. Sucede cuando vemos el interés convertirse en indiferencia, una forma actual de crueldad.
Las relaciones con un individuo indiferente deja al otro con una vivencia de vacío contaminada, con su autoestima dañada y con un abanico de conductas que transitan inhibiciones, sometimientos y dependencias sintomáticas hasta la misma depresión.
Estos personajes nocivos, que lastiman o despojan a quien se vincula con ellos, repiten un variado número de agresiones, como descargar sus impulsos sádicos complaciéndose en humillar y arrollar al otro.
Otro aspecto es la prepotencia, al usar de manera distorsionada la fuerza para desvalorizar, marginar y burlarse de las personas con las que se relacionan. Es muy delicado pretender naturalizar esas conductas como si fueran algo común.
No olvidemos que la autoestima, el amor y la disponibilidad son el trípode sobre el cual crece un sujeto sano y, por lo tanto, el encuentro que muchas veces tiene lugar con individuos que atacan esta construcción enferma termina dando lugar a graves consecuencias.
Dos tipos de personalidades que, por su frecuencia, debo señalar como altamente negativas son las siguientes:
El envidioso, que es aquel más preocupado por que el otro no tenga lo que a él le falta, que en aprender él mismo cómo hacer para conseguir lo que el otro supo ganar. Se trata de personalidades con una autoestima baja, hipotecados por el rencor y el resentimiento y que, en su incapacidad de compartir el logro de quien está a su lado y disfrutar como propio lo que otro pudo conseguir, se encierra en mentiras y difamaciones que eternizan su incapacidad, su agresividad y su carácter intrigante.
Los psicópatas, que son individuos sin conciencia moral, sin autocrítica, que no reconocen los derechos del otro ni están dispuestos a postergar sus propios deseos. Por lo tanto, la gente que con ellos se relaciona está destinada a ser manipulada, engañada hasta el abuso. La mentira es una de sus herramientas favoritas, y no les produce ninguna angustia, dado que su inescrupulosidad los libera del lógico sentimiento de culpa y del sentido de responsabilidad que se debe tener cuando se actúa inadecuadamente.
Ejemplos de distinta intensidad pueblan nuestra actualidad: corrupción, perversiones, trampas, estafas, manipulaciones variables que provienen de verdaderos sociópatas.
El autor es psiquiatra, psicoanalista y escritor.
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