Por cada varón que murió en el maremoto que desató el Tsunami en la costa de Tailandia en el 2004 fallecieron cuatro mujeres, porque a las mujeres tailandesas no se les enseña a nadar y los vestidos tradicionales que usan, les impiden moverse con agilidad.
El huracán Mitch, que levantó casas completas en Honduras en 1998, también las afectó más a ellas: la mitad de las mujeres que recibieron las alertas no escaparon de sus casas, porque no estaban sus maridos presentes y nadie las autorizó a salir.
En Bangladesh y en Brasil la inequidad la atestiguan las “viudas del hambre” y de la sequía. Los hombres migran a las ciudades, empujados por la falta de comida al sur de Asia y por la falta de agua en el Nordeste del país Latinoamericano, y abandonan a sus esposas que se quedan a cargo de los viejos y de los chicos, sin recibir manutención, en una espera eterna que se acaba con la muerte.
En Perú, en cambio, lo que escasea es la información. Los últimos partes climáticos que advirtieron sobre la llegada de El Niño sólo se repartieron entre los pescadores varones. Las mujeres no recibieron ningún aviso, ni de los meteorólogos ni de sus maridos, y en consecuencia, no pudieron prever la falta de pesca, a pesar de que son ellas las que gestionan la economía familiar y en muchos casos, también salen al mar.
Los ejemplos se multiplican hasta el cansancio y atraviesan el mundo entero. Las catástrofes y las emergencias humanitarias –sean naturales como los maremotos, los huracanes y los terremotos o provocadas por el accionar humano, como las hambrunas que desatan las guerras-, exhiben con crudeza la inequidad de género que se vive en las sociedades afectadas.
Frente a una situación extrema, las mujeres están más expuestas a sufrir situaciones de violencia, a ser discriminadas en el acceso a los alimentos y a morir por cuestiones que trascienden el siniestro y calan en lo cultural.
Sandra Dosch es vocal de Cascos Blancos y coordina un taller de género para voluntarios que integran las misiones humanitarias que llevan adelante organizaciones internacionales como la Cruz Roja o Cáritas.
Las catástrofes ponen de manifiesto situaciones que son preexistentes y aumentan la magnitud de la amenaza a la que está expuesta la población”, indicó la especialista a Críticadigital.
En otras palabras, si ellas también supieran nadar o pudieran prescindir de las ordenes patriarcales para abandonar una casa que se viene abajo o migraran junto a sus compañeros o recibieran la ayuda que pactaron cuando él se va o compartieran la misma información en cuestiones que los afectan a los dos como la pesca, tendrían más chances de sobrevivir o al menos, tendrían las mismas chances que ellos.
UN PROBLEMA DE DERECHOS HUMANOS.
Para Dosch, estas diferencias de género que anteceden la crisis se replican a la hora de distribuir la ayuda humanitaria en situaciones clave como la recepción de los alimentos.
Ejemplo. Pese a que en la mayoría de las comunidades son las mujeres las que administran el sustento familiar, las raciones las reciben ellos. Naciones Unidas difundió hace poco una circular donde indica expresamente que la comida llegue a manos de las mujeres, porque hay más posibilidades de que ellas lo distribuyan a todo el núcleo familiar.
Si bien el 43% del voluntariado que integra las filas de los Cascos Blancos es femenino, la proporción en las organizaciones humanitarias suele ser menos pareja. “La mayoría del personal es masculino y tiene una formación técnica, no social”, explicó Dosch y señaló que el taller de género apunta a trabajar sobre estos conceptos con antelación a las emergencias, cuando no hay tiempo para la formación.
“La discriminación de las mujeres en situaciones de desastre es un grave problema de los derechos humanos que pone en peligro sus vidas”, advirtió. Comparativamente, es una problemática menos contemplada que la vulnerabilidad que corren durante los conflictos armados, donde abundan las denuncias.
La Comisión de Cascos Blancos que encabeza Gabriel Fuks depende de la Cancillería Argentina y su misión es la capacitación de voluntariados locales en prevención de riesgos frente a situaciones de emergencias y desastres. Los conflictos en los que intervienen pueden ser eventuales como un sismo o permanentes, como el hambre y la pobreza.
Entre 1994 y la semana pasada, cuando el último grupo regresó de Haití, los Cascos Blancos intervinieron en unas 50 misiones con profesionales que rotan de acuerdo a la necesidad. Para combatir la aftosa, por ejemplo, en la frontera con Paraguay, viajó un grupo de veterinarios. En cambio para asistir a las víctimas del Huracán Katrina en Nueva Orleáns, se conformó un grupo de psicólogos que contuvo a las víctimas hispanohablantes.
PILARES FUNDAMENTALES.
Dosch está convencida de que aumentar la participación de las mujeres en los puestos de liderazgo local e incorporarlas a los equipos de respuesta y asistencia humanitaria, son dos estrategias privilegiadas para reducir el nivel de vulnerabilidad en situaciones de conflicto.
“Las mujeres son más eficaces en la movilización de la comunidad y forman redes que trabajan para satisfacer las necesidades más urgentes”, explicó la coordinadora del taller.
Acá también los ejemplos se multiplican: la casuística no sólo las registra como víctimas sino que demuestra que las mujeres son pilares fundamentales a la hora de reconstruir el tejido social y levantar comunidades enteras, arrasadas por una catástrofe.
En Nicaragua, la localidad que más rápido se recuperó del pasaje del Huracán Joan fue la comuna de Mulukutú, que había establecido un sistema de alerta por handy que en su mayoría, operaron las jefas de hogar.
En Ciudad de México, el terremoto de 1985 dejó varias casas arrasadas y un grupo de mujeres que se organizó para formar el sindicato de trabajadoras textiles que movilizó buena parte de la economía local.
El huracán Mitch también alertó a las guatemaltecas y a las hondureñas que además de replantearse algunos mandatos anacrónicos como el permiso marital para salir de sus casas, construyeron albergues y cavaron pozos y canales.
MUJERES EN PAZ.
Hace ocho años, el entonces secretario general de la ONU, Kofi Annan advertía en uno de sus discursos que las mujeres, “que conocen bien el precio que se paga por los conflictos, están a veces mejor preparadas que los hombres para prevenirlos o resolverlos”. “Cuando la sociedad colapsa –decía-, ellas juegan un rol crítico para asegurar que la vida cotidiana pueda proseguir”.
Annan llamaba de esta manera a las mujeres a integrar las misiones internacionales de paz de los Cascos Azules, esas que los Estados parte impulsan en los países que atravesaron una guerra. “Estamos haciendo esfuerzos especiales para reclutar más mujeres para nuestras misiones de mantenimiento y construcción de la paz y para que todas nuestras operaciones tomen una mayor conciencia de los temas de género”.
El año pasado su sucesor Ban Ki-moon repitió la misma convocatoria. La incorporación de las mujeres como garantes de paz y la mirada de género como paradigma que atraviesa el trabajo humanitario podría prevenir y mitigar la utilización del cuerpo femenino como botín y las violaciones sistemáticas, como armas de guerra.
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