domingo, 7 de febrero de 2010

Sin leyes ni reglas, avanza la adopción de embriones en el país

Les pasó lo que les pasa a muchas parejas que se ven obligadas a jugarse en un consultorio el sueño de un hijo: con el correr de los años, Ana y Ariel se fueron deshaciendo en un puñado de funciones, cálculos y valores de laboratorio. Ariel pasó a ser un "factor masculino severo" (un hombre sin espermatozoides en su semen); Ana, una mujer de treinta y largos, con el reloj biológico en contra; el vínculo, un desencuentro. "No había con qué -repasa ella-.
Tras años de tratamientos, la sentencia de muerte también alcanzó a mis ovarios y quedamos empatados: pareja estéril, sin otro horizonte que la adopción. Jamás imaginé que algún día estaría pujando en una sala de partos para conocer a mi hijo".
El "milagro" que describe esta pareja de Lanús se llama embriodonación y es una técnica de reproducción asistida poco promocionada pero cada vez más frecuente en el país. Una práctica que avanza regalando vida donde no la hubiera habido, pero en un marco de absoluta anarquía, sin ningún tipo de regulación del Estado.
"La donación de embriones es una excelente opción para parejas con varios fracasos en tratamientos de fertilidad, para mujeres de más de 40 sin pareja o para matrimonios que dependan de la donación de óvulos o espermatozoides y prefieran recibir un embrión para encarar el embarazo en igualdad de condiciones respecto a ese hijo", explica la doctora Stella Lancuba, del Centro de Investigaciones en Medicina Reproductiva.
A la vez, es más barato: el procedimiento puede costar entre 10 y 30 por ciento de lo que sale un tratamiento de fertilidad, que oscila entre 12.000 y 16.000 pesos, y que las obras sociales y prepagas no los cubren: en Argentina la esterilidad no se considera una enfermedad.
Existen dos tipos de embriodonación: la tradicional, que es la donación de embriones criopreservados de pacientes que resolvieron no usarlos y dejarlos a cargo de la clínica; y una modalidad nueva y creciente que es la recepción de un embrión, en general en fresco, fecundado con ovocitos y espermatozoides de donantes voluntarios y anónimos, pero chequeados: "Se les hacen estudios infectológicos, inmunológicos y genéticos para garantizar al receptor ciertos estándares de salud o la ausencia de enfermedades hereditarias, y se seleccionan los donantes en función de la apariencia física de la pareja que los demanda. La gente no tiene por qué adoptar a ciegas", explica el doctor Roberto Coco, al frente de Fecunditas. En algunas clínicas, hasta preguntan a los receptores si prefieren alguna religión.
Nada de eso les dijeron a Ana y Ariel, cuando se entregaron a la propuesta del doctor Fernando Neuspiller, del IVI Buenos Aires. Sólo les dieron dos certezas: "ni africano ni oriental". Un mes después, Ana le rogaba a la telefonista que se volviera a fijar: "¿Es positivo?". Sí, serían papás. Iván nació en octubre de 2008. Su mamá fue a la cesárea como a una fiesta.
Son muy pocos los centros que no congelan embriones. La mayoría lo considera una práctica imprescindible para "trabajar bien" en fertilidad asistida. "Tratamos de hacerlo cada vez menos para esquivar dilemas éticos y eventuales problemas legales, pero si no congelamos debemos hacer el tratamiento completo en cada intento, exponiendo a la pareja a un mayor dolor físico, más estrés y más costo", dice Claudio Chillik, presidente la Asociación Latinoamericana de Medicina Reproductiva y director del Centro de Estudios en Ginecología y Reproducción, donde custodian 2.500 embriones en recipientes con nitrógeno líquido a 196 grados bajo cero.
Aunque hace veinte años que los tratamientos de fertilidad implican el congelamiento de embriones, en Argentina ninguna ley regula esta práctica.
El Estado sólo intervino una vez, a partir de una medida cautelar presentada en 1993 por el abogado Ricardo Rabinovich para que se "protegiera" a los embriones congelados. El juez Miguel Güiraldes entendió que debían respetar los "derechos personalísimos de los embriones", y nombró a Rabinovich "tutor especial" de todos.
En 1999, la Cámara Civil confirmó el fallo y ordenó al Gobierno porteño que hiciera un censo semestral de los embiones congelados e identificara a sus padres. Los centros de fertilidad apelaron y la causa quedó parada hasta 2006, cuando Rabinovich fue reemplazado por una defensora de menores que aceptó mantener bajo reserva la identidad de los padres.
Según el primer fallo, antes de realizar cualquier donación habría que avisar al juzgado. Pero allí dicen que jamás recibieron ningún pedido.
Nadie sabe tampoco cuántos embriones congelados hay en el país. "Es un dato imposible de obtener. Todos los días se congelan y descongelan embriones", explica Marcos Horton, al frente de la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva.
En 2006, cuando la Justicia ordenó el primer censo, ocho clínicas enviaron sus datos: había 12.000, sólo en Capital. "Es un número probable, pero no lo sabemos. Sólo sabemos que cada año se hacen 7.500 fertilizaciones in vitro. Como en un tercio se congelan embriones, podemos hablar de unos 2.000 procedimientos de criopreservación por año", dice Horton, y aclara: "Eso no quiere decir que todos esos embriones sean viables ni que estén abandonados. No es tan común que haya embriones para donar", asegura. Los expertos coinciden en que cada vez se congela menos, porque las técnicas mejoraron.
"Antes, el 50% de las parejas que hacía una in vitro guardaba embriones. Hoy sólo los hace el 20%, y la tasa de embarazo es mucho mayor", precisa Lancuba. Congelar embriones cuesta unos mil pesos, a los que hay que sumar unos 300 dólares anuales de mantenimiento.Por supuesto, hay mucho para celebrar. La ciencia avanza sembrando vida donde mandaba la infertilidad. Pero cuando la naturaleza dice no, generar vida con el propio cuerpo depende, en muchos casos, del tamaño de la billetera.
"¿Qué es más importante para ustedes, un hijo o un auto?", cuentan Ana y Ariel que les dijeron tras el fracaso del tercer tratamiento. "Llegué a laburar de asistente en uno de los centros para obtener un descuento. Me sentí humillada. Tuve que llevar hasta el resumen anual de la tarjeta para demostrar que no podía pagar tanto. Los médicos están en un lugar de mucho poder. Te cobran 200 pesos la consulta, tienen arreglos con las farmacias que venden la medicación, que es carísima, y casi nadie te da factura por nada", revela Ana.
En la mayoría de los centros, las parejas que congelan embriones se ven obligadas a firmar un consentimiento informado en el cual aceptan su donación si deciden no usarlos o si dejan de pagar la cuota anual de mantenimiento.
"Antes de criopreservar embriones pedimos que dejen por escrito si los usarán más adelante o los donarán. El 80 por ciento acepta donar", cuenta Lancuba. En otros lugares, el consentimiento informado es cosa del pasado.
"Yo no estoy a favor de la donación de embriones excedentes, aun si la pareja lo dejara por escrito, porque esos documentos se firman en momentos de fuerte asimetría entre médico y paciente", dice Coco. Ningún centro brinda cifras respecto de cuántas parejas "abandonaron" a sus embriones.
"Nosotros no pensamos en el después. Queríamos tener un hijo y en 1999 encaramos los tratamientos con una mirada de corto plazo", cuenta Mariela, de Devoto. En el segundo intento lograron ocho embriones de excelente calidad. Tuvieron mellizos. "Con el tiempo resolvimos que la familia llegaba hasta ahí. No teníamos posibilidades económicas para tener otro hijo", repasa. La crisis de 2001, cuenta, los destruyó. "Pasamos varios años sin pagar el mantenimiento de los embriones, que de 300 pesos por año subió a mil", confiesa Mariela. En 2007, los llamaron de la clínica para avisarles que debían 1.500 dólares. "Si no los pagábamos, los embriones quedaban a cargo de ellos para donación y la deuda se condonaba. Fue duro, pero aceptamos."
"Todo es muy confuso", resume el doctor Coco. "A partir de lo resuelto en el caso Rabinovich, los embriones almacenados no pertenecerían siquiera a sus progenitores; mucho menos, entonces, a los centros que los tenemos almacenados. Es ridículo. Hace dos años, una familia dijo que quería donar y les pedimos que consultaran a la Justicia. Nunca respondieron", asegura. Por el vacío legal, algunos centros suspendieron la embriodonación.
"En Cegyr hace 3 años que no lo hacemos. Seguimos congelando y los padres firman el consentimiento autorizando una posible donación, pero no la concretaremos hasta que el tema legal esté claro", explica Chillik.
Mientras tanto, los embriones se congelan, se guardan, se donan, se investigan y se descartan bajo la más completa anarquía o al amparo de autorregulaciones éticas que se imponen la mayoría de los médicos y clínicas de fertilidad. Es tal el nivel de incertidumbre que ni siquiera hay palabras para nombrar tendencias y prácticas cotidianas. El abogado Roberto Arribere, especialista en bioética, explica que es incorrecto incluso hablar de donación.
"Cuando se trata de material biológico que es fruto de los procesos derivados de las nuevas técnicas de reproducción se habla de 'dación'. Es un acto unilateral, que no requiere aceptación previa por parte del receptor. Tampoco los embriones son 'adoptados', porque estaríamos hablando de una adopción prenatal y, según la Constitución, sólo se pueden adoptar nacidos vivos", explica. A su vez, en Argentina la madre es la que da a luz, la que pare. Entregar un embrión, por tanto, es ceder para siempre la maternidad.
En ese marco, la donación de embriones plantea nuevos desafíos al derecho a la identidad. En Argentina nadie sabe qué ocurrirá en el futuro, cuando una norma establezca derechos y obligaciones.
"Todos los sistemas de dación provenientes de bancos de donantes se basan en el anonimato recíproco entre dadores y receptores, para evitar futuros reclamos por desconocimiento de paternidad o posibles derechos alimentarios y sucesorios. Por eso el consentimiento informado es clave. El mayor problema se presenta en los casos en que la dación no proviene de donantes de bancos sino de familiares o personas conocidas, porque a la cuestión legal se suma el entrecruzamiento de roles familiares o sociales", dice Arribere.
Según el abogado, "la tendencia predominante reconoce que los receptores y los hijos nacidos a partir de la embriodonación tienen derecho a conocer una información general de los donantes que no incluya su identidad. Pero ante una situación de peligro para la vida o la salud del hijo, o cuando sea necesario para el esclarecimiento de un delito, la identidad de los donantes puede ser revelada, sin que eso cree una relación jurídica entre ellos", explica.
El tema de la identidad desvela a los padres receptores. "¿Cómo contarle a Iván la historia de su concepción?", se angustia Ana. "Le vamos a decir la verdad porque le pertenece, saber es su derecho. Pero todavía no acordamos qué vamos a decirle", confiesa Ariel. ¿Cómo explicarle que su cuerpo tiene los genes de otra pareja, pero que estuvo en la panza de Ana y tomó su teta durante un año? ¿Es adoptado? ¿Importa?
Las lagunas legales llenan de fantasmas a los padres receptores. Desde que nació Iván, por ejemplo, Ana nunca lo llevó a Capital. Teme, dice, encontrarse con algún chico muy parecido y que sus padres sospechen que Iván es fruto del embrión que alguna vez donaron. "Es una tontería, ya sé, pero ¿cómo combato ese miedo?"


"Eran células nuestras, pero serán hijos de quienes los amen"
Enterarte de que no podés cumplir el sueño natural de tener hijos hace que uno se enfrente a su historia de otra manera. Buscás ayuda a las puteadas, sintiéndote incapaz, imperfecto, mal hecho. Pero querés ser padre y te bancás los tratamientos y lo que venga.
Soñás con los embriones, necesitás los embriones, querés embriones. Lo que sigue después es para después", repasa Alejandro Rozitchner, filósofo, escritor, seis años y tres hijos después de haberse jugado con su mujer, Ximena Ianantuoni, las ganas de ser papá y mamá en el consultorio de la doctora Esther Polack.
"Cuando hicimos el primer tratamiento lo único que me importaba era tener un hijo. No pensé en los embriones que quedaban hasta después del segundo intento", cuenta Ximena.Las fotos que colorean sus blogs coronan un final feliz. Sonríen Andrés, de 6 años, y Bruno, de 3; muerde el chupete Félix, puro rulo, de apenas uno. Mucho antes, hubo dos tratamientos de fertilización, "dos camadas de seis y ocho embriones", cuatro transferencias, un par de intentos fallidos, dos hermosos bebés y hasta un embarazo natural -el del tercero-, que desafió el diagnóstico de espermatozoides perezosos y sorprendió a una pareja alejada de cualquier barrera anticonceptiva. Fue entonces, cuando la familia escaló a la categoría de numerosa y "suficiente", cuando los Rozitchner tuvieron que decidir respecto de los seis embriones que esperaban su destino congelados en la clínica.
"Ya no sólo teníamos tres hijos, que es un montón, sino también la posibilidad de engendrar naturalmente. Debíamos resolver qué hacer con esos embriones, que eran vida, y no era fácil: eran fruto de mis células y las de mi marido, eran parte de nuestros cuerpos. Pero, ¿eran nuestros?", se pregunta Ximena.
"Después de darle vueltas al asunto resolvimos donarlos. Si bien eran células nuestras, serán hijos de quienes estén dispuestos a amarlos y hacerlos hijos suyos.
"Los Rozitchner se "desprendieron" de los embriones hace apenas unos meses, cuando lograron digerir y duelar los distintos momentos que había transitado su vínculo con ellos. "Yo amé a mis embriones -confía Ximena-. Cada vez que pasábamos por la puerta de la clínica donde estaban guardados sentíamos algo muy especial, y hemos ido a comer a un restaurante cercano para saberlos más cerca. Hay un momento en que tus embriones son tus hijos, pero la perspectiva cambia cuando vivís un embarazo y tus hijos salen de vos, les das la teta, los criás y les hacés lugar en tu vida. Ahí te das cuenta de que un hijo es mucho más que un embrión que se hizo con tus células".
Alejandro confirma: "Cuando finalmente los hijos llegan no tenés espacio mental ni emocional para dedicarte a especular qué significan los embriones para vos, porque esos embriones ya tienen uno, dos, tres años y te rompen las pelotas las 24 horas, pero te vuelven loco de felicidad", se ríe este papá que es hijo único. "No es sencillo. Pero había que dejarlos ir", dice Alejandro.
No dudaron. "O descongelábamos y se morían -y no nos sentíamos tan dueños de la vida como para hacer eso- o los dábamos para que fueran usados para investigación, o los donábamos", enumera Alejandro. Los donaron. Y aunque varias preguntas siguen repicando, Ximena las disuelve con una sonrisa: "Muchas veces me preguntaron si me asustaba que algún día, por las vueltas de la vida, dos hermanos se casaran sin saberlo. Pero no, no me pasa.
Aunque sucediera algo así, no serían hermanos, porque ser hijo y ser hermano es muchísimo más que compartir una información genética".
Para la ciencia sólo se trata de "material biológico"
El debate en torno al estatus biológico de los embriones humanos tiene larga data y destino incierto. Los especialistas remarcan que se debe hablar de preembriones y no de embriones. "Es importante hacer esa distinción para evitar la fantasía popular de que se trata de bebés en miniatura. Recién hablamos de embrión cuando el preembrión es transferido al útero materno, se anida y comienza el proceso de gestación y diferenciación celular", dice la especialista en reproducción Esther Polack, del Centro Especializado en Reproducción (CER).
Esa demarcación, que otras miradas consideran un eufemismo que habilita la intervención (y la manipulación) del hombre en un supuesto orden natural –o religioso– de las cosas, es uno de los ejes de un debate bioético que, con el correr de los años, en lugar de encontrar cauce se complejiza.
"El abanico de posiciones es amplio incluso dentro de las propias parejas que deben decidir si congelar o no. Hay gente que considera que los embriones son sus hijos y guardan con ellos un vínculo afectivo, y otros que sólo ven en ellos un puñado de células. Si deciden no usarlos, a ellos les da lo mismo si la clínica los tira, se los da a otras pareja o los usa para investigación científica. Entre esos extremos hay muchos matices", dice Chillik. Para la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva, la tesis de que un embrión es una persona es insostenible.
Roberto Coco coincide: "No todos los huevos fecundados tienen la posibilidad de terminar en un nacido. En los centros no tenemos superabundancia de embriones congelados sino superabundancia de embriones detenidos: menos del 20% de ese material biológico evolucionará bien. Hoy se seleccionan sólo los que tienen buenas posibilidades de implantar", explica. La palabra "selección" supone otra palabra por lo menos incómoda: "descarte".
En función de este avance de la criopreservación selectiva, actualmente en los grandes centros sólo se guardan los preembriones que llegan al estadío de blastocito (al quinto o sexto día de la fecundación), considerados con buenas chances de evolucionar. Pero a la hora de hablar sobre qué sucede con el resto de los embriones las respuestas se llenan de evasivas. Lo mismo ocurre cuando se pregunta por el destino de los embriones donados para investigación científica. ¿A qué lugar los derivan? No saben, no contestan.
El Congreso y la Justicia, ajenos al problema
Hace más de veinte años que el congelamiento de embriones se ha convertido en una pata fundamental en los tratamientos de fertilidad, generando fuertes debates en torno al estatus biológico y moral del embrión.
Sin embargo, Argentina sigue sin marco regulatorio y las prácticas avanzan en un escenario de absoluta incertidumbre. La única intervención que hubo por parte del Estado fue a partir de la acción de un particular, el abogado Ricardo Rabinovich, que en 1993 presentó una medida cautelar para que se "protegiera" a los embriones congelados.
El juez Miguel Güiraldes entendió que se debían respetar los "derechos personalísimos de los embriones" y nombró a Rabinovich "tutor especial" de los mismos.
En 1999, la Cámara Civil confirmó el fallo y ordenó a la Secretaría de Salud porteña que hiciera un censo de los embriones congelados e individualizara a los padres. Los institutos apelaron, argumentando que se violaba la intimidad de los pacientes, y la causa quedó parada hasta el 2006, cuando Rabinovich fue reemplazado por la defensora de menores Silvia Dascal, que destrabó el conflicto al aceptar que los institutos se reservaran la identidad de los padres.
Según ese fallo, cualquier donación debería ser posterior a una presentación ante ese Tribunal. Sin embargo, en el juzgado aseguran que allí no llegó ninguna solicitud. A su vez, por el Congreso de la Nación desfilaron unos veinte proyectos de ley para regular la embriodonación. Ninguno prosperó.
"No hay leyes que regulen las técnicas de reproducción asistida, ni sus implicaciones sociales, legales ni económicas", dice el abogado Roberto Arribere. Hasta ahora sólo avanza un proyecto muy cuestionado por los centros de fertilidad, porque prohíbe el congelamiento de embriones. Estela Chardón, de la asociación Concebir, que reúne a personas con trastornos de fertilidad, celebra que el proyecto "hable de donación de gametas y que permita conocer la identidad de los donantes en caso de necesidad médica, pero cuestiona otros aspectos: "nos parece muy mal que prohíba la criopreservación de embriones, y que no contemple los riesgos de los embarazos múltiples".
En el proyecto de ley impulsado por Concebir, proponen que "la criopreservación sólo se realice si la pareja acepta donar sus embriones en caso de no reclamarlos después de cinco años, que podrían prorrogarse por cinco más", explica Chardón.
clarin.com

No hay comentarios: