jueves, 11 de febrero de 2010

Buscando a Dios en los confines del cerebro

MARÍA SÁNCHEZ-MONGE
MADRID.- Un equipo de científicos italianos ha hallado una nueva evidencia de que la espiritualidad humana tiene una base neurobiológica y está ligada a la actividad de áreas concretas del cerebro. Para demostrarlo, estudiaron la religiosidad de distintas personas con tumores cerebrales antes y después de operarles.
Las lesiones que produjo la cirugía condujeron a un aumento del sentimiento de autotrascendencia -que reflejaría algo así como una menor conciencia de uno mismo unida a la mayor capacidad de sentirse parte integral del universo- sólo en algunos pacientes. Concretamente, en aquéllos cuyos tumores estaban localizados en determinada región cerebral (parietal posterior).
El estudio, publicado en la última edición de la revista 'Neuron', confirma que la inclinación natural de los seres humanos hacia lo espiritual puede ser localizada y analizada científicamente. Este floreciente campo de estudio despierta por igual pasiones y fobias.
Existe una corriente de pensamiento, la 'neurociencia no materialista', que percibe estas investigaciones como un intento de reducir las creencias religiosas a algo puramente biológico, desterrando para siempre la existencia del alma.
En términos filosóficos, los resultados del estudio podrían interpretarse de dos maneras distintas. Por un lado, si hay un 'lugar' dedicado a la espiritualidad en el cerebro, cabe pensar que la religión tiene una explicación biológica y, por lo tanto, se puede dudar de la existencia de Dios. No obstante, también puede argumentarse que el hecho de que nuestro organismo esté preparado de forma innata para albergar sentimientos trascendentales es una prueba de que éstos surgen por algún motivo y Dios está detrás de todo.
¿Qué piensan los autores de la nueva investigación sobre esta cuestión? Uno de ellos, Cosimo Urgesi, del Departamento de Filosofía de la Universidad de Udine (Italia), aclara a EL MUNDO.es las posibles implicaciones teológicas de su investigación: "El avance del conocimiento sobre cómo procesa nuestro cerebro los fenómenos espirituales no proporciona ninguna información sobre su existencia".
Urgesi explica que la constatación de que ciertas lesiones cerebrales modulan la autotrascendencia "podría sugerir interpretaciones metafísicas completamente divergentes". "Y esta es la mejor prueba de que nuestro estudio está relacionado con la neurociencia, y no con la teología", añade.
El autor señala el verdadero interés de su trabajo: "La espiritualidad es una función compleja intrínseca de la naturaleza humana y los avances en las técnicas de neuroimagen permiten explorar sus fundamentos neurales". Se trata, pues, de ampliar los horizontes del conocimiento en un área que hasta hace poco se consideraba totalmente vedada a la investigación empírica.
Pero aún se puede extraer otra finalidad de carácter más práctico: el tratamiento de algunas enfermedades mentales. Puesto que los sentimientos religiosos constituyen una parte fundamental de nuestra forma de ser y se acaba de comprobar que pueden ser modificados mediante lesiones cerebrales, se abre una vía para el tratamiento de los trastornos de la personalidad. Eso sí, con métodos menos agresivos que la cirugía; por ejemplo, mediante estimulación magnética.



La red cerebral de las creencias religiosas
ISABEL F. LANTIGUA
MADRID.- Sin entrar en el debate sobre la existencia o no de Dios, lo que es indudable es que las religiones y la fe sí existen. Están presentes en todas las sociedades y culturas y son un rasgo único y exclusivo de los seres humanos. Investigadores de los Institutos Nacionales de Trastornos Neurológicos de EEUU han logrado ver, gracias a las técnicas de imagen cerebral, dónde se localizan estas creencias y cómo entran en funcionamiento.
"Nuestros pensamientos religiosos están mediados por unas regiones del cerebro que han evolucionado con el paso del tiempo y que sirven para otras funciones, entre ellas la de reconocer las intenciones de las personas. Además están relacionadas con las emociones y la memoria", explica a elmundo.es Jordan Grafman, principal autor del estudio que se publica en la revista 'Proceedings of the National Academy of Science'. "Las creencias religiosas forman una pequeña parte de un proceso cognitivo mucho más amplio, del que no se pueden separar", añade este especialista.
El equipo analizó tres componentes de estas creencias en 66 individuos: cómo percibían la implicación de Dios con el mundo, la emoción provocada por la fe y las propias experiencias religiosas. Mediante diversos test e imágenes de resonancia magnética, los autores midieron la función cerebral de los participantes ante afirmaciones del tipo 'Dios guiará mis actos', 'Dios está siempre presente' o 'Nos castigará o recompensará al final de la vida', entre otras. Así observaron que las áreas cerebrales que se activaban al escuchar cuestiones de religión se situaban en el lóbulo temporal - que desempeña un papel importante en el reconocimiento de las caras y en el lenguaje- y el lóbulo frontal -implicado en la memoria y el juicio-.
"De la misma manera en la que juzgamos a los demás y evaluamos sus acciones, evaluamos a Dios, pues las áreas cerebrales implicadas en ambos procesos son las mismas", argumenta Grafman. No obstante, aunque estas sean las áreas implicadas, las regiones concretas que entran en funcionamiento difieren si el individuo ama a Dios o si, por el contrario, siente ira hacia él, al igual que ocurre con los sentimientos de simpatía o antipatía hacia cualquier otra persona.
Enseñanzas recibidas
Otro de los aspectos que comprobaron los autores del nuevo trabajo es que en la formación de estas creencias tienen mucho que ver las enseñanzas recibidas. Una de las fuentes necesarias para el conocimiento de las religiones es la doctrina, un conjunto de proposiciones que los creyentes aceptan como verdaderas a pesar de que no pueden verificarlo personalmente. La mayor parte de la doctrina religiosa tiene un componente linguístico abstracto que es culturalmente transmitido de generación a generación. Esto explica, según los investigadores, que exista un vínculo claro entre la religiosidad de un individuo y lo que le han enseñado sobre el tema previamente y, todo ello, controlado por el lóbulo temporal, responsable de las actividades discursivas y de memoria.
"Lo más destacable de nuestra investigación es que demuestra que la religiosidad se puede estudiar con las técnicas de neurociencia y compararse con los sistemas crebrales y neuronales que regulan otro tipo de creencias. Además, hemos visto que la fe y los pensamientos religiosos se adaptan a la evolución biológica de las funciones cognitivas", declara a este periódico el especialista del Instituto de Trastornos Neurológicos de Bethesda (EEUU).
De teoría en teoría
Las bases biológicas de la religión han sido desde siempre objeto de un amplio debate en distintos campos, desde la antropología y la genética pasando por la cosmología. Las teorías psicológicas contemporáneas consideran que estas creencias son parte de un fenómeno cerebral complejo que emergió en la especie humana con el objetivo de ayudar a los individuos en sus relaciones sociales. Esto es lo que sostiene, por ejemplo, la extendida Teoría de la Mente.
En cuanto a las redes neuronales de la religiosidad, poco se sabía hasta ahora. Los primeros estudios al respecto se centraron en manifestaciones concretas de la fe relacionadas con ciertas patologías. Así, la hiperreligiosidad mostrada por algunos pacientes con epilepsia motivaron algunas hipótesis que relacionaban las creencias religiosas con las áreas cerebrales responsables de la enfermedad. Lo mismo ocurrió con otros trastornos. No obstante, ninguna de las teorías fue capaz de proponer una arquitectura psicológica y neuronal firme sobre las bases que subyacen a estas creencias.
"El objetivo de nuestro estudio era definir la estructura cerebral y el proceso cognitivo que está detrás de las creencias religiosas. Y con las técnicas de imagen hemos podido ver cuáles son estas regiones del cerebro concretas" afirma Jordan Grafman, que indica que "una vez identificadas estas regiones particulares tenemos una mayor capacidad para caracterizar los posibles cambios de comportamientos que puede experimentar una persona que se dañe dichas zonas".



Áreas del cerebro que están involucradas con la creencia en Dios

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