domingo, 21 de febrero de 2010

Sangre, balas, cocaína y oro: bienvenidos a la narcocultura

NARCOMENSAJES. UNA OBRA DE TERESA MARGOLLES CON TEXTOS BORDADOS EN ORO SOBRE TELAS IMPREGNADAS DE SANGRE RECOGIDA EN LOS ASESINATOS.

Hay quien ya habla de un nuevo movimiento cultural, como en su día, en la vieja Europa, lo fueron el modernismo, el surrealismo o el futurismo. Hoy, en países como México o Colombia, donde el narcotráfico ha penetrado en casi todos los estamentos de la sociedad, el mundo de la cultura se ha visto enormemente influenciado por su estética, por sus valores y por su temática. Sea para convertir a los narcos en héroes o, por el contrario, para denunciar el horror y la degradación que el negocio de la droga trae consigo, la literatura, la música, el cine, el teatro, la danza, las artes plásticas, el diseño, la arquitectura, la moda... no han podido sustraerse al embrujo de la narcocultura, un fenómeno con múltiples caras.
Para el escritor colombiano Sergio Alvarez, autor de La lectora, una de las obras literarias que retratan el universo de los narcotraficantes, "en una cultura feudal como la latinoamericana, quien tiene el dinero lo tiene todo".
"A nivel simbólico -añade- se acabó la fuerza de la revolución: el Che está muerto, Fidel enloquecido... Muchos pobres admiran a gente como Pablo Escobar, que vino de lo más bajo y le declaró la guerra al Estado colombiano y a los Estados Unidos. Los narcos copan la esfera simbólica de los desposeídos, que les agradecen la obra social que hacen: escuelas, hospitales, canchas de deporte... El narcotráfico se ha vuelto cultura de modo natural".
Musicalmente, el género narco por excelencia es el corrido mexicano. En las letras de los narcocorridos la figura del traqueto (traficante) cobra una dimensión épica, la misma que tenían antaño personajes como Pancho Villa. Los propios capos se dan cuenta de que esto los hace populares y encargan personalmente canciones a los grupos, los contratan e invitan a sus fiestas. El escritor mexicano Élmer Mendoza, autor de Balas de plata, apunta: "El narcocorrido es épico, alegre y memorable. Algunos señalan sus influencias en el rap".
En las artes plásticas, el pabellón mexicano de la última Bienal de Venecia estuvo dedicado a la obra de Teresa Margolles, cuyas obras siempre contienen algún elemento procedente de la escena del crimen, de un acto de violencia real o del tráfico de drogas: joyas de oro que, en vez de diamantes, lucen pedacitos de cristal de coches acribillados a balazos, atmósferas creadas con agua que ha limpiado cadáveres, instalaciones con mantas que han cubierto cuerpos muertos y que aún conservan la sangre...
Oscar García impactó en París hace poco con una instalación que era una mesa con cocaína y cannabis simulados. Por su parte, Lenin Márquez trabaja la mitología de Jesús Malverde, ahorcado en 1909 y considerado el santo de los narcotraficantes.
Se habla de narcoarquitectura para referirse a las mansiones de los capos, en cuya construcción desaparece, paradójicamente, la figura del arquitecto. Son diseñadas por el propio mafioso en función de sus gustos, de cosas que ha visto en sus viajes, y se encuentran salpicadas de símbolos de poder y ornamentos barrocos y kitsch: columnas jónicas y dóricas, piscinas redondas, imitaciones de edificios de mandatarios (como la Casa Blanca).
Mendoza enumera: "Cúpulas de azulejo, ventanas salientes, canceles dorados de aluminio, ventanas con persianas o cristales oscuros, altos muros circundantes y en algunos casos albercas de cristal en el interior y túneles o búnkeres por donde escapar en caso de emergencia. Estas construcciones son un indicador seguro de quién habita esa casa". Los cementerios y sus ostentosas cúpulas forman parte también del movimiento.
En cuanto al cine, existen dos categorías. La artística, que ha dado filmes como El rey, de Antonio Dorado, Sumas y restas de Víctor Gaviria, Rosario Tijeras de Oscar López, o Amar a morir de Fernando Lebrija. Y, también, la subindustria de las películas rodadas en video, de muy bajo presupuesto (45.000 dólares cada una). Los reyes absolutos son los hermanos Almada y Jorge Reynoso. Son películas de acción y violencia con chica guapa, matones, policías y prostitutas, que se venden sobre todo entre la clase obrera y la población hispana de los Estados Unidos. Algunos títulos elocuentes son Los cuates de Sonora o El compa Nariz de a Gramo.
El octogenario Mario Almada tiene el récord Guinness por haber intervenido en más de 1.300 películas y, sobre la financiación de sus filmes, responde: "Muchos amigos productores llevan diamantes y cadenas de oro, pero son buena gente, gente amable. Nunca he intentado averiguar si son narcos o no...".
En danza contemporánea, el grupo mexicano Lux Boreal ha creado el espectáculo Flor de siete pétalos (conmovedora la escena en que un policía llora desconsoladamente la muerte del capo). ¿Y la moda? Mendoza dice que "no hay criminal que no exija un poco de identidad" y señala: "Aunque los narcojuniors siguen la última moda, los narcos de la generación anterior usan joyas estrambóticas: anillos, cadenas, cruces de oro o plata con diamantes o piedras preciosas. Resplandecen. El sombrero es un Stetson de fieltro. Sus camisas, de gran colorido, de seda. Los cinturones llevan hebillas de oro. Las botas son espectaculares, con puntera de metal y grabados especiales. La decoración de las cachas de sus pistolas pueden ser tapas de oro o hueso con grabados de santos, nombres u hojas de cannabis. Usan ropa de marca. Lo grotesco parece ser cosa de ellos".
En literatura, hay muchos nombres. Algunos de ellos son Gustavo Bolívar, Jorge Franco, Élmer Mendoza, Sergio Alvarez, Evelio Rosero, Mario Mendoza, Julián Herbert... Sin embargo, ha tenido que ser un norteamericano, Don Winslow, quien haya escrito El poder del perro, la que se considera una de las grandes aproximaciones al fenómeno desde la óptica novelística. Todos ellos han cuidado mucho los diálogos, teniendo en cuenta que "el lenguaje narco, su jerga, se ha convertido en el habla coloquial de Latinoamérica; eso demuestra su vitalismo", apunta Alvarez.


Huellas literarias
El poder del perro: La novela del estadounidense Don Winslow publicada en la colección Roja & Negra de Mondadori desnuda el universo de las drogas y sus entretelones. El protagonista, el agente de la DEA Art Keller, de origen hispano, emprende una guerra contra el narco en la frontera entre México y Estados Unidos. En una trama brutal, el libro descorre el telón de la mafia, detrás del cual hay drogas, sangre, torturas, venta de armas, fuertes implicaciones políticas, alta tecnología, traiciones, pasiones, amores, sexo y gente viviendo y muriendo.
Los discursos del narco en la Argentina
En la Argentina, fundamentalmente a través de la música, la mayoría de los relatos se quedan en el punto más visible de la cadena del narcotráfico: las referencias habituales son a dealers, transas, punteros. A veces, son exponentes de una picaresca barrial como en La puntera Rosa o Mamá Pepa, de Las manos de Filippi ("Llamen a la madre, ella las tiene / llamen a la madre, ella las vende"); otras, personajes en caída libre como el clavadista de Drag deal ("se fue de pista y a los turistas / piensa estafar / anda en la transa / mintió en la balanza), un tema de Babasónicos. Todo lejos de la épica traficante de narcocorridos como Camelia la texana, donde se cuenta las hazañas de una mítica traficante y su compañero, y cómo salen de Tijuana con "las llantas del carro repletas de hierba mala".

A diferencia del rock, en la cumbia villera el papel del vendedor ha sido estigmatizado, son violadores de los códigos tumberos. "Te ponés el papel de chorro / y sos un transa nada más", cantaba Damas gratis en Una rata nada más. El antagonismo entre vendedores y ladrones era, también, el eje de Cuando me muera quiero que me toquen cumbia (2003), la crónica de Cristian Alarcón en torno de la vida y el mito de El Frente Vidal.
Alarcón, uno de los pocos escritores que se ha volcado a investigar el mundo narco en la Argentina, tiene casi terminado Si me querés, quereme transa, una novela de no ficción que publicará Editorial Norma. Allí cuenta la guerra territorial entre narcos peruanos en la zona del Bajo Flores: en particular, la historia de la viuda de un sicario que arma una empresa donde, entre otros negocios, se maneja la venta de drogas.
"El escenario de Cuando me muera ... quedó lejano en la historia. El que dice ser chorro y no transa, hoy seguro tiene un familiar relacionado con la venta de droga", explica el autor.
Alarcón dice que los grupos narcos locales tienen estructuras muy distintas a las de los grupos de México y Colombia, pero cree que hay fenómenos religiosos comunes que permiten explicar la transnacionalidad de una cultura narco. "Hay puntos de contacto entre San La Muerte, algunas creencias andinas y la Santa Muerte mexicana; entre el Gauchito Gil, Jesús Malverde y El Frente. Como en México y Colombia, los traficantes acá son muy creyentes. La protagonista de mi libro o tiene un ejército de santos paganos que la protegen, sobre todo, de la policía".
Juan Manuel Bordón
clarin.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, me gustan la reflexiones de los distintos puntos de vista que tiene músicos de distintos ámbitos respecto de los vendedores y el narco tráfico, no se si la escuchaste pero te recomiendo "Yoli" de Babasónicos, Saludos

Miranda