Nora Bär
LA NACION
Aunque suene increíble, se calcula que en el cuerpo de un adulto sano hay diez veces más bacterias que células. Sin embargo, estas comunidades de microorganismos son prácticamente desconocidas, y también lo son sus múltiples efectos en nuestro desarrollo, nuestra fisiología, nuestra inmunidad y hasta en nuestra nutrición.
Un estudio de investigadores norteamericanos que hoy se publica en Science empieza a subsanar esta laguna en el mapa del organismo. Los científicos analizaron el ADN o, dicho de otro modo, los genomas de todos los microbios que habitan en la piel, los catalogaron y contabilizaron, y llegaron a algunas conclusiones que calificaron de sorprendentes: al parecer, descubrieron que nuestra piel alberga un abanico de tipos bacterianos mucho mayor de lo que se pensaba.
"Siempre supimos que la piel tenía una cubierta de flora saprófita -opina la doctora Lilian Moyano de Fosatti, docente autorizada de dermatología de la Universidad de Buenos Aires-, pero no que era tan variada."
Este nuevo trabajo muestra que hay más diversidad entre las bacterias que viven en diferentes sitios del cuerpo que entre diferentes individuos.
Para llegar a esta conclusión los científicos tomaron muestras de piel de 20 diferentes sitios del cuerpo de 10 voluntarios sanos.
"Seleccionamos lugares predispuestos a ciertos desórdenes dermatológicos en los que siempre se pensó que las bacterias cumplían un papel en la evolución de la enfermedad", afirma la coautora del estudio, Maria Turner.
Entonces, identificaron (utilizando la tecnología de secuenciación genética) más de 112.000 secuencias genéticas bacteriales, que luego clasificaron y compararon. El análisis detectó bacterias de 205 géneros.
Algunos datos de esta cartografía en escala liliputiense son sencillamente curiosos: el lugar que más diversidad albergó es el antebrazo, con 44 especies en promedio; el de menor diversidad resultó ser la zona que está detrás de la oreja, con sólo 19.
Las áreas seleccionadas lo fueron porque representan tres microambientes: oleoso, seco y húmedo. Las zonas oleosas estaban dentro de la nariz, en la axila, en el cuero cabelludo, en la parte superior del pecho y en la espalda. Las áreas húmedas, en el interior de la oreja, en el anverso del codo, en la zona que queda entre los dedos medio y anular, al costado de la cadera, detrás de las rodillas, en el ombligo. Las áreas secas incluyeron la parte interna del antebrazo, la palma de las manos y las nalgas.
Las áreas húmeda y seca fueron las que resultaron pobladas por una mayor variedad de microbios, y las oleosas, por la mezcla bacteriana más uniforme.
La piel es una de las primeras líneas de defensa contra la enfermedad y el trauma, pero su eficacia depende del delicado equilibrio que se establece entre nuestras células y los millones de bacterias y otros microbios unicelulares que viven sobre su superficie.
Fosatti lo ilustra con lujo de detalles: "La cándida es un habitante normal del tubo digestivo humano, pero cuando se exacerba, causa problemas. Por ejemplo, uno toma un antibiótico para la angina, éste destruye los microbios benéficos que están en el tubo digestivo y predomina la cándida. O sea, es patógena según la densidad de población. Otro caso: todos tenemos Demodex folliculorum , que vive en los poros de la piel, y no pasa nada; pero varía el pH, aumentan y podés tener rosácea o demodesidosis. El estafilococo es un habitante natural de las fosas nasales. Ahora si un chico tiene bajas las defensas o está inmunodeprimido por diversas circunstancias, ese estafilococo le puede producir impétigo [una infección que produce ampollas]. Por eso, en algunos casos se le da un potente antibiótico para ver si uno logra que se quede donde debe estar". Y agrega: "Tenemos una relación amistosa con las bacterias".
Para preservarla, es imprescindible no practicar una higiene excesiva. Basta con un baño diario. "Si uno se baña tres veces por día, destruye el manto lipídico que protege la piel y que es muy necesario -dice la especialista-. Como todo, tanto el exceso como la falta son malos."
Los datos de este microbioma humano son libres para investigadores de todo el mundo y se espera que ayudarán a acelerar la comprensión de los complejos factores genéticos y ambientales involucrados en diversas enfermedades como el acné, la psoriasis y la resistencia a los antibióticos.
Aunque suene increíble, se calcula que en el cuerpo de un adulto sano hay diez veces más bacterias que células. Sin embargo, estas comunidades de microorganismos son prácticamente desconocidas, y también lo son sus múltiples efectos en nuestro desarrollo, nuestra fisiología, nuestra inmunidad y hasta en nuestra nutrición.
Un estudio de investigadores norteamericanos que hoy se publica en Science empieza a subsanar esta laguna en el mapa del organismo. Los científicos analizaron el ADN o, dicho de otro modo, los genomas de todos los microbios que habitan en la piel, los catalogaron y contabilizaron, y llegaron a algunas conclusiones que calificaron de sorprendentes: al parecer, descubrieron que nuestra piel alberga un abanico de tipos bacterianos mucho mayor de lo que se pensaba.
"Siempre supimos que la piel tenía una cubierta de flora saprófita -opina la doctora Lilian Moyano de Fosatti, docente autorizada de dermatología de la Universidad de Buenos Aires-, pero no que era tan variada."
Este nuevo trabajo muestra que hay más diversidad entre las bacterias que viven en diferentes sitios del cuerpo que entre diferentes individuos.
Para llegar a esta conclusión los científicos tomaron muestras de piel de 20 diferentes sitios del cuerpo de 10 voluntarios sanos.
"Seleccionamos lugares predispuestos a ciertos desórdenes dermatológicos en los que siempre se pensó que las bacterias cumplían un papel en la evolución de la enfermedad", afirma la coautora del estudio, Maria Turner.
Entonces, identificaron (utilizando la tecnología de secuenciación genética) más de 112.000 secuencias genéticas bacteriales, que luego clasificaron y compararon. El análisis detectó bacterias de 205 géneros.
Algunos datos de esta cartografía en escala liliputiense son sencillamente curiosos: el lugar que más diversidad albergó es el antebrazo, con 44 especies en promedio; el de menor diversidad resultó ser la zona que está detrás de la oreja, con sólo 19.
Las áreas seleccionadas lo fueron porque representan tres microambientes: oleoso, seco y húmedo. Las zonas oleosas estaban dentro de la nariz, en la axila, en el cuero cabelludo, en la parte superior del pecho y en la espalda. Las áreas húmedas, en el interior de la oreja, en el anverso del codo, en la zona que queda entre los dedos medio y anular, al costado de la cadera, detrás de las rodillas, en el ombligo. Las áreas secas incluyeron la parte interna del antebrazo, la palma de las manos y las nalgas.
Las áreas húmeda y seca fueron las que resultaron pobladas por una mayor variedad de microbios, y las oleosas, por la mezcla bacteriana más uniforme.
La piel es una de las primeras líneas de defensa contra la enfermedad y el trauma, pero su eficacia depende del delicado equilibrio que se establece entre nuestras células y los millones de bacterias y otros microbios unicelulares que viven sobre su superficie.
Fosatti lo ilustra con lujo de detalles: "La cándida es un habitante normal del tubo digestivo humano, pero cuando se exacerba, causa problemas. Por ejemplo, uno toma un antibiótico para la angina, éste destruye los microbios benéficos que están en el tubo digestivo y predomina la cándida. O sea, es patógena según la densidad de población. Otro caso: todos tenemos Demodex folliculorum , que vive en los poros de la piel, y no pasa nada; pero varía el pH, aumentan y podés tener rosácea o demodesidosis. El estafilococo es un habitante natural de las fosas nasales. Ahora si un chico tiene bajas las defensas o está inmunodeprimido por diversas circunstancias, ese estafilococo le puede producir impétigo [una infección que produce ampollas]. Por eso, en algunos casos se le da un potente antibiótico para ver si uno logra que se quede donde debe estar". Y agrega: "Tenemos una relación amistosa con las bacterias".
Para preservarla, es imprescindible no practicar una higiene excesiva. Basta con un baño diario. "Si uno se baña tres veces por día, destruye el manto lipídico que protege la piel y que es muy necesario -dice la especialista-. Como todo, tanto el exceso como la falta son malos."
Los datos de este microbioma humano son libres para investigadores de todo el mundo y se espera que ayudarán a acelerar la comprensión de los complejos factores genéticos y ambientales involucrados en diversas enfermedades como el acné, la psoriasis y la resistencia a los antibióticos.
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