«La gran pregunta que nunca ha podido ser resuelta, y a la que yo, pese a mis 30 años de investigación en el alma femenina, tampoco he sido capaz de responder, es: ¿qué quiere una mujer?». Lo escribió Sigmund Freud en una carta a una discípula, y hoy, casi un siglo después, esa gran pregunta, sigue sin tener una única respuesta. Sexólogos, psicólogos, biólogos, neurólogos y todo tipo de terapeutas continúan investigando no ya el alma, sino los anhelos femeninos, y corroboran que adentrarse en el universo del deseo de la mujer es hacerlo en un enigma todavía hoy irresoluble.
Prueba de ello lo tenemos en las investigaciones de Meredith Chivers, profesora de Psicología en la Universidad de Queens (Ontario, Canadá) y pionera en el estudio del deseo femenino. En su documental Bi the way, presentado en la última edición del NewFest Festival Film en Nueva York, esta reputada científica mostraba los sorprendentes resultados de diferentes estudios realizados a lo largo de varios años, y que venían a ratificar la complejidad del deseo femenino frente a la simpleza del masculino. Dicho sea con el máximo de los respetos.
Pongámonos en situación: para sus investigaciones, realizadas en el Centro de Adicciones y Salud Mental de Toronto, Chivers reclutó a un grupo de voluntarios –hombres y mujeres, hetero y homosexuales–, y conectó sus genitales a unos sensores que medían la erección en los hombres y la lubricación en las mujeres. Asimismo, les dio un teclado numérico en el que debían ir anotando el nivel de excitación que sentían ante las imágenes que se mostraban. Se trataba de medir la excitación objetiva a través de los sensores –de ver, en definitiva, qué estímulos sexuales son los que provocan una respuesta fisiológica–, y de contrastarlo con lo que la subjetividad de los voluntarios interpretaba como «deseable».
Y así comenzaba el show: en la pantalla aparecían películas de sexo heterosexual y homosexual, un hombre masturbándose, una mujer masturbándose, un hombre musculoso caminando desnudo por una playa, una mujer desnuda haciendo gimnasia… , y una peliculilla porno de bonobos –un tipo de simios– apareándose.
En los varones, los resultados fueron los predecibles: los sensores mostraron que los heterosexuales se excitaban con las mujeres y que los homosexuales hacían lo propio con los hombres. Además, la respuesta fisiológica se correspondía en todos los casos con la apreciación subjetiva del varón: siempre que el sensor detectaba erección, el hombre reconocía la excitación.
Pero en las mujeres la cosa cambiaba. Con independencia de su orientación sexual, sus sensores detectaron excitación en las escenas de hombres con mujeres, hombres con hombres, mujeres con mujeres… incluso con las imágenes de los bonobos –algo que no había estimulado en absoluto a los varones–. Y se mostraban también más excitadas ante la mujer haciendo ejercicio que ante el hombre desnudo caminando por la playa.
En cualquier caso, lo más llamativo no es la amplitud de estímulos sexuales que pueden provocar una respuesta fisiológica objetiva femenina, sino la diferencia con lo que, desde su subjetividad, consideraban «excitante»: a las heterosexuales les costaba reconocer que les atraían las imágenes lésbicas; a las lesbianas, que se excitaban con los hombres… Y, por supuesto, ninguna admitía haberse puesto a tono con los simios. En palabras de Daniel Bergner –autor de La otra cara del deseo y que ha recogido en The New York Times sus charlas con Chivers y otras investigadoras–, «es como si la mente y los genitales no pertenecieran a la misma mujer».
Los estudios de Chivers no ofrecen respuestas a la eterna pregunta de qué quiere una mujer; al contrario, ponen de manifiesto nuevos aspectos que corroboran la complejidad del deseo femenino y sondean ese difuso espacio en el que aún no se sabe con certeza si dicha complejidad se debe, en mayor medida, a la biología –con toda su carga hormonal– o a la educación –con toda su carga represiva–.
Deseo y educación. «La excitación tiene un componente cultural», explica Carlos San Martín, médico sexólogo y psicoterapeuta y presidente de la Asociación Española para la Promoción Integral de la Salud Sexual. «Los humanos tenemos una respuesta fisiológica que no siempre reconocemos como deseo. Existen componentes autorrestrictivos, porque se nos ha dicho lo que es correcto y lo que no. Por eso, es difícil discriminar qué es lo que nos puede parecer excitante de una manera espontánea y qué es lo que, una vez pasado por el filtro de ese sistema de valoración social o cultural, permitimos que nos resulte excitante. Esa diferencia es la que ha estudiado Chivers».
En esa misma línea se mueve Ellen Laan, de la Universidad de Ámsterdam, quien realizó un estudio con mujeres a las que se les mostró dos tipos de películas eróticas; unas con sexo más explícito y otras dirigidas por y para mujeres. A todas ellas se les había conectado un fotoplestismógrafo vaginal –un aparato para medir, indirectamente, la excitabilidad–. Cuando se les preguntó cuáles les habían gustado más, dijeron que las que estaban dirigidas por mujeres, aunque lo cierto, señala Francisco Cabello, director del Instituto Andaluz de Sexología y Psicología, es que «el fotoplestismógrafo revelaba que se habían excitado por igual con todas las cintas. Pero ellas, subjetivamente, apreciaban que les gustaban más las que tienen un sexo menos explícito».
Más películas: Marta Meana, profesora de Psicología de la Universidad de Nevada (Estados Unidos), seleccionó a un grupo mixto de heterosexuales y les colocó un aparato que medía sus movimientos oculares. Después, les mostró imágenes de hombres y mujeres en los preliminares del acto sexual. ¿Qué pasó? Que los hombres miraban tan sólo a las mujeres, mientras que las mujeres miraban tanto a la expresión de los rostros masculinos como a los cuerpos femeninos…
Investigaciones de este tipo se han disparado en la última década, coincidiendo con la llamada revolución azul. Tal y como recuerda Cabello, «en 1997, se habían publicado 31 estudios sobre excitabilidad femenina, por más de 8.000 sobre la masculina, todos ellos relacionados con la Viagra, que estaba a punto de salir al mercado. En la actualidad, aunque no han llegado a equipararse, la investigación femenina se está aproximando a la masculina a una velocidad de vértigo. No es de extrañar: con el éxito de ventas de la pastilla masculina, y sabiendo que la falta de deseo es la disfunción más prevalente en la mujer, todo el mundo está como loco tratando de encontrar nuevas moléculas que resulten efectivas para tratarla. Ha sido un cambio abismal».
Habla Cabello de falta de deseo, y aquí surge una vez más el conflicto entre biología y educación. Porque, en esa concesión a la expresión o represión de nuestro propio deseo, parece que la carga de la cultura tiene un peso mucho más determinante en la mujer que en el varón. No desvelamos ningún misterio si señalamos que hombres y mujeres tienen diferentes niveles de impulso o deseo sexual pero, al parecer, la biología no es la culpable.
Maticemos: es cierto que la conducta sexual está determinada biológicamente por la actuación de las hormonas, y que la hormona responsable del deseo sexual, la testosterona, se encuentra en cantidades diferentes en el hombre y en la mujer. Ahora bien, apunta Carolina Muñoz Martínez, psicóloga sexóloga del Instituto de Psicología, Sexología y Medicina Espill, «está demostrado que una menor cantidad de testosterona en la mujer tiene el mismo efecto sobre el deseo sexual que una mayor cantidad en el hombre. Por lo tanto, las diferencias hormonales entre hombres y mujeres no explicarían las diferencias en los niveles de impulso sexual».
No obstante, a medida que se avanza en el conocimiento del deseo femenino, surgen nuevas evidencias que ponen de manifiesto que, en términos estrictamente biológicos, funcionamos de forma diferente. Así, recientes estudios muestran que, si bien hombres y mujeres nos excitamos a través de los sentidos, hay una diferencia abismal en lo que concierne al olfato, hasta el punto de que hay estímulos olfativos de carácter sexual que las mujeres distinguen 2.000 veces más que los hombres. De ahí que la investigación con feromonas –uno de cuyos popes es David Berliner, de la Universidad de Utah (Estados Unidos)– esté en estos momentos en pleno auge.
Más allá de los laboratorios, en el día a día de nuestras alcobas, los cuerpos y los cerebros de hombres y mujeres continúan actuando de formas diferentes. Así, mientras en la inmensa mayoría de los hombres la excitación –entendida fisiológicamente como erección– surge como respuesta al deseo, alrededor de la mitad de las mujeres tiene relaciones sexuales sin que se haya producido una sensación de deseo previa a dichas relaciones. El ejemplo típico es el de la mujer que no tiene ganas de hacer el amor, que no lo espera ni piensa en ello, pero que, una vez que se pone a la faena, se excita y, a partir de ahí, surge el deseo.
En general, los investigadores coinciden en que el deseo sexual masculino es más dependiente del estímulo externo –aunque no quiere decir que no influya el elemento afectivo–, mientras que el femenino, además, tiene en cuenta otros componentes que suelen pasar sin pena ni gloria para el varón. En este sentido, según explica Francisco Cabello, se está investigando la importancia de la paralingüística: «Para el hombre no es muy importante el tono de voz, pero para la mujer sí. No se trata tanto de lo que escucha, que también, sino de la entonación. Es una cuestión discriminativa, de forma que, mientras al hombre cualquier susurro o cualquier rebuzno le viene bien, la mujer necesita una entonación de la voz adecuada que le conecte con sus estructuras de apego infantil».
Algo más que deseo. Esto entroncaría con el concepto de intimidad, tan a menudo manejado por los terapeutas sexuales. Por intimidad se entiende la sensación de la mujer de proximidad, cercanía, confianza y seguridad en la persona hacia la que va a proyectar ese deseo, independientemente de que sea su pareja estable o alguien a quien acaba de conocer. Ahí influye tanto el factor externo –que sea deseable, atractiva desde el punto de vista físico–, como el hecho de que pueda generar esa sensación de intimidad que propicie en ese momento que la mujer pueda desear o no tener una interacción sexual.
Una vez más, nos preguntamos si eso es algo innato o adquirido, y tampoco encontramos una respuesta clara. Carlos San Martín señala que «es muy difícil discriminar factores biológicos y culturales, porque nuestra sexualidad no se puede separar del proceso de socialización y de sexualización. Se nos sigue socializando y sexualizando de manera diferente en función de que seamos hombres y mujeres. Si tuviera que poner en la balanza ese concepto de intimidad, probablemente tendría un mayor peso lo social y cultural que lo biológico».
Quien no tiene ninguna duda al respecto es la sexóloga Pilar Cristóbal. A su juicio, el deseo estrictamente biológico es el mismo en hombres y mujeres; la diferencia está en la educación. Para los hombres, el deseo sexual es un valor incluido en su autoestima, mientras que, debido a la educación, no ocurre lo mismo con las féminas. «No es que lo consideren un valor negativo; es un no valor. Muchas mujeres lo dicen: ‘Yo, cuando me pongo a ello, pues sí, me lo paso bien, pero, entretanto, ni me acuerdo’. En cambio, muchos hombres reconocen que siempre están pensando en lo mismo».
La falta de deseo aparece a menudo en parejas de larga duración: una vez pasada la fiebre del enamoramiento, ese estado de desequilibrio hormonal en el que el sexo fluye de manera tan natural que uno piensa que ha nacido para eso y para nada más, desaparece esa tensión sexual tan intensa. Y con ella, el deseo. «Se pierde el impulso y, a partir de ahí, el sexo debe tener un componente voluntario. Y, como para la mujer es un no valor, pues no le sale de forma natural hacer ese esfuerzo», argumenta Pilar Cristóbal.
No obstante, las investigaciones llevadas a cabo por Marta Meana apuntan en otro sentido. Ella parte de la idea de que el deseo en la mujer es narcisista y que lo que verdaderamente anhela es ser objeto de admiración erótica. En este sentido, el problema del descenso del deseo en las mujeres con relaciones de larga duración obedecería a la sensación que tienen de que sus parejas ya están, de alguna manera, atrapadas, que están con ellas porque no tienen más elección. Y bordea lo políticamente incorrecto al sugerir que lo que una mujer quiere es que el hombre la desee tanto, pero tanto, que no pueda contenerse y le haga ferozmente el amor.
¿Quién tiene la razón? Probablemente todos y ninguno. Al fin y al cabo, ni los bonobos en todo su esplendor ni las feromonas por sí mismas nos van a dar las respuestas. Porque como señalaba Meredith Chivers a The New York Times, «lo terrible de la investigación psicológica es que no puedes separar lo biológico de lo cultural». Aun así, no pierde la esperanza de poder algún día «desarrollar un modelo científico que explique la respuesta sexual femenina». Un modelo que, en definitiva, nos revele de una vez qué es lo que, de verdad, quieren las mujeres.
EL ORGASMO FEMENINO
En 2005, el doctor Gert Holstege, de la Universidad de Groningen, en Holanda, hizo un escáner cerebral a 13 mujeres mientras éstas hacían el amor con sus parejas. Estos fueron los sorprendentes resultados del experimento.
Orgasmo fingido. Cuando no hay orgasmo, las únicas zonas activadas son la amigdala y el hipocampo.
Estimulación del clítoris. Aumenta la función de la corteza somatosensorial primaria en el cerebelo.
Clímax sexual. No queda rastro de la actividad de la amígadala y el hipocampo. Sólo funciona el cerebelo.
DÓNDE HABITA EL DESEO
De acuerdo con una investigación llevada a cabo por Sonoko Ogawa, de la Universidad de Tsukuba (Japón), el lugar del cerebro donde se localiza el deseo femenino es una región del hipotálamo denominada núcleo ventromedial. 1. Corteza prefrontal. 2. Septum cerebral. 3. Fórnix. 4. Núcleo dorsomedial. 5. Amígdala. 6. Núcleo ventromedial.
CON QUÉ FANTASEAN LAS MUJERES
Prueba de ello lo tenemos en las investigaciones de Meredith Chivers, profesora de Psicología en la Universidad de Queens (Ontario, Canadá) y pionera en el estudio del deseo femenino. En su documental Bi the way, presentado en la última edición del NewFest Festival Film en Nueva York, esta reputada científica mostraba los sorprendentes resultados de diferentes estudios realizados a lo largo de varios años, y que venían a ratificar la complejidad del deseo femenino frente a la simpleza del masculino. Dicho sea con el máximo de los respetos.
Pongámonos en situación: para sus investigaciones, realizadas en el Centro de Adicciones y Salud Mental de Toronto, Chivers reclutó a un grupo de voluntarios –hombres y mujeres, hetero y homosexuales–, y conectó sus genitales a unos sensores que medían la erección en los hombres y la lubricación en las mujeres. Asimismo, les dio un teclado numérico en el que debían ir anotando el nivel de excitación que sentían ante las imágenes que se mostraban. Se trataba de medir la excitación objetiva a través de los sensores –de ver, en definitiva, qué estímulos sexuales son los que provocan una respuesta fisiológica–, y de contrastarlo con lo que la subjetividad de los voluntarios interpretaba como «deseable».
Y así comenzaba el show: en la pantalla aparecían películas de sexo heterosexual y homosexual, un hombre masturbándose, una mujer masturbándose, un hombre musculoso caminando desnudo por una playa, una mujer desnuda haciendo gimnasia… , y una peliculilla porno de bonobos –un tipo de simios– apareándose.
En los varones, los resultados fueron los predecibles: los sensores mostraron que los heterosexuales se excitaban con las mujeres y que los homosexuales hacían lo propio con los hombres. Además, la respuesta fisiológica se correspondía en todos los casos con la apreciación subjetiva del varón: siempre que el sensor detectaba erección, el hombre reconocía la excitación.
Pero en las mujeres la cosa cambiaba. Con independencia de su orientación sexual, sus sensores detectaron excitación en las escenas de hombres con mujeres, hombres con hombres, mujeres con mujeres… incluso con las imágenes de los bonobos –algo que no había estimulado en absoluto a los varones–. Y se mostraban también más excitadas ante la mujer haciendo ejercicio que ante el hombre desnudo caminando por la playa.
En cualquier caso, lo más llamativo no es la amplitud de estímulos sexuales que pueden provocar una respuesta fisiológica objetiva femenina, sino la diferencia con lo que, desde su subjetividad, consideraban «excitante»: a las heterosexuales les costaba reconocer que les atraían las imágenes lésbicas; a las lesbianas, que se excitaban con los hombres… Y, por supuesto, ninguna admitía haberse puesto a tono con los simios. En palabras de Daniel Bergner –autor de La otra cara del deseo y que ha recogido en The New York Times sus charlas con Chivers y otras investigadoras–, «es como si la mente y los genitales no pertenecieran a la misma mujer».
Los estudios de Chivers no ofrecen respuestas a la eterna pregunta de qué quiere una mujer; al contrario, ponen de manifiesto nuevos aspectos que corroboran la complejidad del deseo femenino y sondean ese difuso espacio en el que aún no se sabe con certeza si dicha complejidad se debe, en mayor medida, a la biología –con toda su carga hormonal– o a la educación –con toda su carga represiva–.
Deseo y educación. «La excitación tiene un componente cultural», explica Carlos San Martín, médico sexólogo y psicoterapeuta y presidente de la Asociación Española para la Promoción Integral de la Salud Sexual. «Los humanos tenemos una respuesta fisiológica que no siempre reconocemos como deseo. Existen componentes autorrestrictivos, porque se nos ha dicho lo que es correcto y lo que no. Por eso, es difícil discriminar qué es lo que nos puede parecer excitante de una manera espontánea y qué es lo que, una vez pasado por el filtro de ese sistema de valoración social o cultural, permitimos que nos resulte excitante. Esa diferencia es la que ha estudiado Chivers».
En esa misma línea se mueve Ellen Laan, de la Universidad de Ámsterdam, quien realizó un estudio con mujeres a las que se les mostró dos tipos de películas eróticas; unas con sexo más explícito y otras dirigidas por y para mujeres. A todas ellas se les había conectado un fotoplestismógrafo vaginal –un aparato para medir, indirectamente, la excitabilidad–. Cuando se les preguntó cuáles les habían gustado más, dijeron que las que estaban dirigidas por mujeres, aunque lo cierto, señala Francisco Cabello, director del Instituto Andaluz de Sexología y Psicología, es que «el fotoplestismógrafo revelaba que se habían excitado por igual con todas las cintas. Pero ellas, subjetivamente, apreciaban que les gustaban más las que tienen un sexo menos explícito».
Más películas: Marta Meana, profesora de Psicología de la Universidad de Nevada (Estados Unidos), seleccionó a un grupo mixto de heterosexuales y les colocó un aparato que medía sus movimientos oculares. Después, les mostró imágenes de hombres y mujeres en los preliminares del acto sexual. ¿Qué pasó? Que los hombres miraban tan sólo a las mujeres, mientras que las mujeres miraban tanto a la expresión de los rostros masculinos como a los cuerpos femeninos…
Investigaciones de este tipo se han disparado en la última década, coincidiendo con la llamada revolución azul. Tal y como recuerda Cabello, «en 1997, se habían publicado 31 estudios sobre excitabilidad femenina, por más de 8.000 sobre la masculina, todos ellos relacionados con la Viagra, que estaba a punto de salir al mercado. En la actualidad, aunque no han llegado a equipararse, la investigación femenina se está aproximando a la masculina a una velocidad de vértigo. No es de extrañar: con el éxito de ventas de la pastilla masculina, y sabiendo que la falta de deseo es la disfunción más prevalente en la mujer, todo el mundo está como loco tratando de encontrar nuevas moléculas que resulten efectivas para tratarla. Ha sido un cambio abismal».
Habla Cabello de falta de deseo, y aquí surge una vez más el conflicto entre biología y educación. Porque, en esa concesión a la expresión o represión de nuestro propio deseo, parece que la carga de la cultura tiene un peso mucho más determinante en la mujer que en el varón. No desvelamos ningún misterio si señalamos que hombres y mujeres tienen diferentes niveles de impulso o deseo sexual pero, al parecer, la biología no es la culpable.
Maticemos: es cierto que la conducta sexual está determinada biológicamente por la actuación de las hormonas, y que la hormona responsable del deseo sexual, la testosterona, se encuentra en cantidades diferentes en el hombre y en la mujer. Ahora bien, apunta Carolina Muñoz Martínez, psicóloga sexóloga del Instituto de Psicología, Sexología y Medicina Espill, «está demostrado que una menor cantidad de testosterona en la mujer tiene el mismo efecto sobre el deseo sexual que una mayor cantidad en el hombre. Por lo tanto, las diferencias hormonales entre hombres y mujeres no explicarían las diferencias en los niveles de impulso sexual».
No obstante, a medida que se avanza en el conocimiento del deseo femenino, surgen nuevas evidencias que ponen de manifiesto que, en términos estrictamente biológicos, funcionamos de forma diferente. Así, recientes estudios muestran que, si bien hombres y mujeres nos excitamos a través de los sentidos, hay una diferencia abismal en lo que concierne al olfato, hasta el punto de que hay estímulos olfativos de carácter sexual que las mujeres distinguen 2.000 veces más que los hombres. De ahí que la investigación con feromonas –uno de cuyos popes es David Berliner, de la Universidad de Utah (Estados Unidos)– esté en estos momentos en pleno auge.
Más allá de los laboratorios, en el día a día de nuestras alcobas, los cuerpos y los cerebros de hombres y mujeres continúan actuando de formas diferentes. Así, mientras en la inmensa mayoría de los hombres la excitación –entendida fisiológicamente como erección– surge como respuesta al deseo, alrededor de la mitad de las mujeres tiene relaciones sexuales sin que se haya producido una sensación de deseo previa a dichas relaciones. El ejemplo típico es el de la mujer que no tiene ganas de hacer el amor, que no lo espera ni piensa en ello, pero que, una vez que se pone a la faena, se excita y, a partir de ahí, surge el deseo.
En general, los investigadores coinciden en que el deseo sexual masculino es más dependiente del estímulo externo –aunque no quiere decir que no influya el elemento afectivo–, mientras que el femenino, además, tiene en cuenta otros componentes que suelen pasar sin pena ni gloria para el varón. En este sentido, según explica Francisco Cabello, se está investigando la importancia de la paralingüística: «Para el hombre no es muy importante el tono de voz, pero para la mujer sí. No se trata tanto de lo que escucha, que también, sino de la entonación. Es una cuestión discriminativa, de forma que, mientras al hombre cualquier susurro o cualquier rebuzno le viene bien, la mujer necesita una entonación de la voz adecuada que le conecte con sus estructuras de apego infantil».
Algo más que deseo. Esto entroncaría con el concepto de intimidad, tan a menudo manejado por los terapeutas sexuales. Por intimidad se entiende la sensación de la mujer de proximidad, cercanía, confianza y seguridad en la persona hacia la que va a proyectar ese deseo, independientemente de que sea su pareja estable o alguien a quien acaba de conocer. Ahí influye tanto el factor externo –que sea deseable, atractiva desde el punto de vista físico–, como el hecho de que pueda generar esa sensación de intimidad que propicie en ese momento que la mujer pueda desear o no tener una interacción sexual.
Una vez más, nos preguntamos si eso es algo innato o adquirido, y tampoco encontramos una respuesta clara. Carlos San Martín señala que «es muy difícil discriminar factores biológicos y culturales, porque nuestra sexualidad no se puede separar del proceso de socialización y de sexualización. Se nos sigue socializando y sexualizando de manera diferente en función de que seamos hombres y mujeres. Si tuviera que poner en la balanza ese concepto de intimidad, probablemente tendría un mayor peso lo social y cultural que lo biológico».
Quien no tiene ninguna duda al respecto es la sexóloga Pilar Cristóbal. A su juicio, el deseo estrictamente biológico es el mismo en hombres y mujeres; la diferencia está en la educación. Para los hombres, el deseo sexual es un valor incluido en su autoestima, mientras que, debido a la educación, no ocurre lo mismo con las féminas. «No es que lo consideren un valor negativo; es un no valor. Muchas mujeres lo dicen: ‘Yo, cuando me pongo a ello, pues sí, me lo paso bien, pero, entretanto, ni me acuerdo’. En cambio, muchos hombres reconocen que siempre están pensando en lo mismo».
La falta de deseo aparece a menudo en parejas de larga duración: una vez pasada la fiebre del enamoramiento, ese estado de desequilibrio hormonal en el que el sexo fluye de manera tan natural que uno piensa que ha nacido para eso y para nada más, desaparece esa tensión sexual tan intensa. Y con ella, el deseo. «Se pierde el impulso y, a partir de ahí, el sexo debe tener un componente voluntario. Y, como para la mujer es un no valor, pues no le sale de forma natural hacer ese esfuerzo», argumenta Pilar Cristóbal.
No obstante, las investigaciones llevadas a cabo por Marta Meana apuntan en otro sentido. Ella parte de la idea de que el deseo en la mujer es narcisista y que lo que verdaderamente anhela es ser objeto de admiración erótica. En este sentido, el problema del descenso del deseo en las mujeres con relaciones de larga duración obedecería a la sensación que tienen de que sus parejas ya están, de alguna manera, atrapadas, que están con ellas porque no tienen más elección. Y bordea lo políticamente incorrecto al sugerir que lo que una mujer quiere es que el hombre la desee tanto, pero tanto, que no pueda contenerse y le haga ferozmente el amor.
¿Quién tiene la razón? Probablemente todos y ninguno. Al fin y al cabo, ni los bonobos en todo su esplendor ni las feromonas por sí mismas nos van a dar las respuestas. Porque como señalaba Meredith Chivers a The New York Times, «lo terrible de la investigación psicológica es que no puedes separar lo biológico de lo cultural». Aun así, no pierde la esperanza de poder algún día «desarrollar un modelo científico que explique la respuesta sexual femenina». Un modelo que, en definitiva, nos revele de una vez qué es lo que, de verdad, quieren las mujeres.
EL ORGASMO FEMENINO
En 2005, el doctor Gert Holstege, de la Universidad de Groningen, en Holanda, hizo un escáner cerebral a 13 mujeres mientras éstas hacían el amor con sus parejas. Estos fueron los sorprendentes resultados del experimento.
Orgasmo fingido. Cuando no hay orgasmo, las únicas zonas activadas son la amigdala y el hipocampo.
Estimulación del clítoris. Aumenta la función de la corteza somatosensorial primaria en el cerebelo.
Clímax sexual. No queda rastro de la actividad de la amígadala y el hipocampo. Sólo funciona el cerebelo.
DÓNDE HABITA EL DESEO
De acuerdo con una investigación llevada a cabo por Sonoko Ogawa, de la Universidad de Tsukuba (Japón), el lugar del cerebro donde se localiza el deseo femenino es una región del hipotálamo denominada núcleo ventromedial. 1. Corteza prefrontal. 2. Septum cerebral. 3. Fórnix. 4. Núcleo dorsomedial. 5. Amígdala. 6. Núcleo ventromedial.
CON QUÉ FANTASEAN LAS MUJERES
1. El lugar. Para un 42,65% de mujeres (frente al 26,68% de hombres) el lugar donde se tienen relaciones desempeña un importante papel.
2. El trío. A un 33,63% de las mujeres (39,70% en el caso de los hombres) le excita la idea de una fiesta a tres bandas.
3. Fantasía homosexual. Un 18,58% de mujeres heterosexuales reconoce que fantasea con sexo homosexual. Esto sólo le ocurre al 5,39% de varones.
4. Sexo en grupo. Un 17,70% lo admite, frente a un 22,89% de los hombres.
5. Sexo oral. Forma parte de las fantasías de un 16,46% de las mujeres (un 24,17% de los hombres).
6. Exhibicionismo. El 14,69% de las féminas tiene estas fantasías, frente a un 4,70% de hombres.
7. Sexo anal. Con un 13,98%, también ocupa un lugar en la imaginación de las mujeres. Entre los hombres, 22,89%.
8. Con desconocidos. Es una fantasía común a un 12,21% de las mujeres y al 5,07% de varones.
9. Voyeurismo. La idea de espiar a los demás atrae a un 10,44% de las mujeres y a un 11,79% de los hombres.
10. Riesgo de ser pillados. Un 8,14% admite que esta fantasía le excita; sólo le ocurre lo mismo a un 3,42% de los hombres.
EL DESEO EN CIFRAS
Disfunción sexual. El estudio más amplio es el que se llevó a cabo en 1992 en la Universidad de Chicago conocido como Sexo en América. En él, el 43% de las mujeres de entre 18 y 59 años informaron de que padecían algún grado de disfunción sexual. La mitad citó falta de deseo.
Preocupación. Más recientemente, el director del Instituto Kinsey, John Bancroft, ha concluido que el 24% de mujeres muestra preocupación a causa del sexo.
Falta de ganas. En un artículo del Journal of the American Medical Association se incidía en la falta de consenso en torno a las cifras: mientras para unos expertos la escasez de deseo sexual afecta al 8% de las mujeres, otros elevan la cifra al 50%.
España. Según datos de la Asociación para la Investigación de las Disfunciones Sexuales en Atención Primaria, un 6,6% de las españolas confiesa no tener deseos eróticos; el 6,4% sufre dificultades para la excitación; el 6,3%, para llegar al orgasmo; el 4,1% padece dispareunia (dolor durante la penetración); el 3,4%, aversión sexual, y el 2,8%, vaginismo.
VINO TINTO PARA EL DESEO
2. El trío. A un 33,63% de las mujeres (39,70% en el caso de los hombres) le excita la idea de una fiesta a tres bandas.
3. Fantasía homosexual. Un 18,58% de mujeres heterosexuales reconoce que fantasea con sexo homosexual. Esto sólo le ocurre al 5,39% de varones.
4. Sexo en grupo. Un 17,70% lo admite, frente a un 22,89% de los hombres.
5. Sexo oral. Forma parte de las fantasías de un 16,46% de las mujeres (un 24,17% de los hombres).
6. Exhibicionismo. El 14,69% de las féminas tiene estas fantasías, frente a un 4,70% de hombres.
7. Sexo anal. Con un 13,98%, también ocupa un lugar en la imaginación de las mujeres. Entre los hombres, 22,89%.
8. Con desconocidos. Es una fantasía común a un 12,21% de las mujeres y al 5,07% de varones.
9. Voyeurismo. La idea de espiar a los demás atrae a un 10,44% de las mujeres y a un 11,79% de los hombres.
10. Riesgo de ser pillados. Un 8,14% admite que esta fantasía le excita; sólo le ocurre lo mismo a un 3,42% de los hombres.
EL DESEO EN CIFRAS
Disfunción sexual. El estudio más amplio es el que se llevó a cabo en 1992 en la Universidad de Chicago conocido como Sexo en América. En él, el 43% de las mujeres de entre 18 y 59 años informaron de que padecían algún grado de disfunción sexual. La mitad citó falta de deseo.
Preocupación. Más recientemente, el director del Instituto Kinsey, John Bancroft, ha concluido que el 24% de mujeres muestra preocupación a causa del sexo.
Falta de ganas. En un artículo del Journal of the American Medical Association se incidía en la falta de consenso en torno a las cifras: mientras para unos expertos la escasez de deseo sexual afecta al 8% de las mujeres, otros elevan la cifra al 50%.
España. Según datos de la Asociación para la Investigación de las Disfunciones Sexuales en Atención Primaria, un 6,6% de las españolas confiesa no tener deseos eróticos; el 6,4% sufre dificultades para la excitación; el 6,3%, para llegar al orgasmo; el 4,1% padece dispareunia (dolor durante la penetración); el 3,4%, aversión sexual, y el 2,8%, vaginismo.
VINO TINTO PARA EL DESEO
Un trabajo realizado con un grupo de 789 mujeres de la región de Chianti por investigadores del hospital Santa María de la Anunciación de Florencia mostró que quienes tomaban vino tinto regularmente (una o dos copas al día) tenían una vida sexual más activa que las que bebían ocasionalmente o eran abstemias.
La proliferación de fármacos para la disfunción eréctil –y los beneficios que otorgaron a la industria– propició más investigaciones sobre la sexualidad femenina. Los resultados, en cambio, han sido más bien mediocres.
Pt 141 (bremelanotide).
La proliferación de fármacos para la disfunción eréctil –y los beneficios que otorgaron a la industria– propició más investigaciones sobre la sexualidad femenina. Los resultados, en cambio, han sido más bien mediocres.
Pt 141 (bremelanotide).
Anunciado como la viagra femenina, se esperaba de este inhalador que activara el deseo femenino. Se suponía que en 15 minutos conseguiría provocar en las mujeres «calor genital, cosquilleo y un aumento del apetito sexual». Finalmente, y tras comprobarse que puede provocar hipertensión arterial, no ha llegado a las farmacias. «Se publicitó como un fármaco que actuaba despertando el deseo directamente en el cerebro, pero realmente el efecto que produce es vasocongestión genital», señala el sexólogo Francisco Cabello.
Parches de testosterona.
Parches de testosterona.
Estos parches, que liberan testosterona a la sangre a través de la piel, sólo están autorizados para tratar a mujeres a las que se ha extirpado el útero y los ovarios y que, debido a ello, no tienen deseos sexuales. «Pueden ser eficaces en mujeres que han sufrido una intervención de este tipo y desean volver a excitarse y a lubricar como antes. Si la falta de deseo es por problemas de pareja, ya se pueden plastificar el cuerpo con parches que no surgirá el deseo», explica Cabello.
Feromonas.
Feromonas.
Si bien se ha demostrado que la acción de estas hormonas relacionadas con el olor del sexo opuesto es real en muchos animales, en el ser humano la reacción no es tan clara. Según científicos suecos, la inhalación de androstadienona, un derivado de la testosterona que se encuentra en el sudor, activaría en el cerebro femenino –y en el de los gays– un área del hipotálamo que libera hormonas sexuales.
Lubricantes.
Lubricantes.
Ante un trastorno de falta de lubricación –normalmente asociado a trastornos de la menopausia–, lo más socorrido es un buen lubricante. La humilde vaselina ha sido sustituida por otros productos más específicos, eficaces y seguros. Un buen lubricante debe tener una base soluble en agua que no se adhiera a la mucosa vaginal y su pH no debe ser mayor de 5.0. Es preferible no usar vaselina ni aceites minerales.
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