Por Daniel Lyons
El sueño más osado de Ray Kurzweil es convertirse en un cyborg —un humano de carne y hueso mejorado a través de pequeñas computadoras integradas, un hombre-máquina dotado con miles de millones de nanobots microscópicos que corran por sus venas—. Y en un momento dado, a mitad de la conversación que tuve con él en su oficina de Wellesley, comencé a pensar que la transformación de Kurzweil ya había comenzado.
Es por la forma en que habla: un tono monocorde, robótico, imperturbable. Tal vez sea porque hace años que dice el mismo discurso, una y otra vez. Da 70 conferencias por año —cobra US$ 30.000 por cada una—, a las que van multitudes de seguidores que lo adoran como si fuese una suerte de profeta. Kurzweil es una leyenda en el ámbito de los fanáticos de la informática; es un inventor y un experto en computación que se ve a sí mismo como un futurista. Las ideas que promueve son extremadamente radicales. Pero lo más raro es que cuando uno se sienta a hablar con él, frente a frente, es terriblemente aburrido.
De todas formas, su relato podría resultar un tanto aterrador. Kurzweil cree que la inteligencia informática está avanzando tan rápido que, en un par de décadas, las máquinas serán tan inteligentes como los seres humanos. Y que, poco después, superarán a los humanos y comenzarán a desarrollar una tecnología aún más inteligente. Para mediados de siglo, la única manera de mantenernos a tiro de las máquinas será fusionarnos con ellas para que su inteligencia superior estimule nuestros débiles cerebritos y refuerce nuestros patéticos cuerpos, propensos a las enfermedades. Algunos de los colegas que comparten ese panorama futurista de Kurzweil creen que esas computadoras superhumanas no querrán relacionarse con nosotros; que nos convertiremos en sus mascotas o, peor aún, en su comida. Kurzweil tiene una visión más positiva. Jura que esas computadoras superhumanas nos van a adorar y a honrar, ya que nosotros seremos sus ancestros. También piensa que vamos a poder transferir nuestra conciencia a silicio, por lo que podremos seguir viviendo dentro de las máquinas, por los siglos de los siglos, amén.
Kurzweil denomina ese momento “La singularidad”, y dice que es el próximo gran paso en la evolución, con el que los humanos trascenderán la biología al fusionarse con la tecnología. Kurzweil está convencido de que esto va a suceder, y ansioso por ser parte de ese futuro. Lo único que tiene que hacer es vivir hasta el 2045, en el que, según Kurzweil, ya se habrá desarrollado la tecnología necesaria. Por eso, sigue una dieta estricta y toma 150 suplementos nutricionales todos los días para “reprogramar” la bioquímica de su organismo. Hoy, Kurzweil tiene 61 años y una muy buena salud. En 2045, tendría 97 años. En otras palabras, no es imposible.
En las últimas cuatro décadas, Kurzweil alcanzó varios logros en el área de la alta tecnología, lo cual hace que los demás presten atención a sus ideas, incluso si son descabelladas. Ganó varios premios —entre ellos, la Medalla Nacional de Tecnología de los EE. UU.— y recibió 15 doctorados honoríficos en ciencias, ingeniería y hasta música. Sin embargo, muchos creen que Kurzweil está totalmente loco y/o que lo que dice es pura “materia orgánica desagradable”.
“La popularidad de Kurzweil me deja perplejo”, comenta P. Z. Myers, biólogo de la Universidad de Minnesota. Myers dice que la teoría de “la singularidad” propuesta por Kurzweil está más cerca de ser un movimiento religioso lleno de falsas promesas que de una teoría con fundamentos científicos. “Es un espiritualismo New Age, nada más”, afirma Myers. “Los fanáticos de la computación también quieren encontrar un Dios en alguna parte, y Kurzweil les da lo que buscan”.
Aún así, la visión de Kurzweil se está diseminando. Algo que lo hace muy convincente es el hecho de que no es un loco que se pone frenético en el escenario. Es calmo y agradable, y tiene una voz suave. Usa trajes y corbatas oscuros. Está casado, vive en las afueras de Boston y tiene un Lexus. Kurzweil y su mujer, una psicóloga llamada Sonya, tienen dos hijos que ya son adultos.
Está bien, Kurzweil tiene su ego. Pero también es cierto que está dispuesto a debatir con sus detractores, y que los trata con respeto, como si fuese un profesor paciente y bondadoso. Se describe a sí mismo como un fanático de la computación, inteligente y bondadoso, que tiene a su disposición el tiempo y los recursos necesarios para dar rienda suelta a esta pasión un tanto excéntrica.
El cofundador de Google, Larry Page, trabajó con Kurzweil en un estudio sobre el futuro de la energía solar. En febrero, Page lanzó Singularity University, un programa de nueve semanas que pretende reunir a expertos en nanotecnología, bioinformática, robótica e inteligencia artificial, a cargo de Kurzweil. Sin embargo, hasta algunos de los socios de Kurzweil creen que está un poco fuera de sus cabales y que sus ideas se basan más en el miedo a la muerte que en fundamentos científicos. Uno de los científicos que van a dar clases en Singular University, quien prefiere permanecer anónimo porque no quiere criticar a un colega de forma pública, asevera: “Ray está atravesando la crisis de la mediana edad más pública que un hombre haya experimentado jamás”.
Aún mientras armaba sus compañías, Kurzweil siempre tuvo pasión por la inteligencia artificial. Lo consumía la idea de que, algún día, las computadoras nos permitieran extender la vida. O, quizás, vivir para siempre. Desarrolló esas ideas tras la muerte de su padre Fredric, compositor y director de orquesta, quien falleció de una enfermedad cardíaca en 1970, cuando Kurzweil tenía 22 años. “La muerte me parece totalmente inaceptable”, dice el visionario, que idolatraba a su padre, y se obsesionó con desarrollar formas de revivirlo (aún cree que será posible).
Comenzó a escribir libros hace veinte años. Entre ellos, La era de las máquinas inteligentes (1990), La era de las máquinas espirituales (1998) y Se acerca la singularidad (2005). Hace poco, publicó uno nuevo, Trascender: Nueve pasos para vivir bien eternamente, en el que explica cómo mantenerse saludable el tiempo suficiente para experimentar “la singularidad” y, así, inmortalizarse.
A Kurzweil también le gusta hacer predicciones. De hecho, sostiene que encontró un método infalible, respaldado por datos, para predecir el futuro. Sus predicciones se basan en la noción que denomina “la ley de los retornos acelerados”, que sostiene que la tecnología no crece de forma lineal sino exponencial. Es la diferencia entre 1-2-3-4-5 y 1-2-4-8-16. Den diez pasos en cada secuencia: la secuencia lineal llega a 10, mientras que la exponencial llega a 512.
Kurzweil cita como ejemplo la investigación del Proyecto Genoma Humano. Durante el transcurso de 1990, los científicos habían logrado transcribir sólo una diezmilésima parte del genoma. Sin embargo, su objetivo era descifrarlo entero en los siguientes 15 años. Siete años después, habían podido secuenciar sólo un 1 por ciento. Lejos de ser malo, esto significaba que el proyecto iba por buen camino. La tasa de progreso se duplicaba año a año, lo cual significaba que cuando los investigadores terminaron ese 1 por ciento estaban a apenas siete pasos de alcanzar el 100 por ciento. Y así fue: el proyecto se completó en 2003.
Si aplicamos esa misma progresión exponencial a la computación, la inteligencia artificial, la nanotecnología y la biotecnología, obtenemos por resultado “la singularidad”. De momento, muchas mentes humanas siguen siendo mejores que las computadoras en ciertas tareas, como el reconocimiento de patrones. Eso sucede porque, si bien el cerebro trabaja más lento que una computadora, cuenta con 100 billones de conexiones interneuronales, lo que le permite llevar a cabo 20 petaflops (20.000 billones de operaciones o cálculos por segundo), mientras que la supercomputadora más rápida puede realizar apenas uno o dos petaflops. Pero las computadoras duplican su poder de procesamiento todos los años, y aprenden a realizar más tareas simultáneamente. En tanto, los científicos empiezan a descifrar el funcionamiento del cerebro humano. Kurzweil cree que dentro de dos décadas, los científicos van a poder llevar a cabo una “ingeniería inversa” del cerebro humano y recrear su funcionalidad en silicio. Para el año 2029, las computadoras van a tener una inteligencia equivalente a la de un ser humano, o van a ser tan similares que no se podrá distinguir una de otra.
Luego, las computadoras comenzarán a diseñar sus propias partes de repuesto, y la curva relativamente aplanada rápidamente se convertirá en una pronunciada ascendente. Kurzweil estima que ya en 2045 vamos a poder usar computadoras para potenciar nuestra inteligencia y “nanobots”—máquinas microscópicas— que patrullen nuestro torrente sanguíneo y aplasten las enfermedades antes de que se propaguen. Quizás parezca descabellado. Pero Kurzweil destaca que, actualmente, los médicos pueden implantar una computadora del tamaño de una arveja dentro del cerebro de alguien que sufre de Parkinson. ¿Por qué sería descabellado pensar que dentro de 20 años esas máquinas van a ser del tamaño de una célula?
“La computadora que está dentro de mi teléfono celular es un millón de veces más barata y miles de veces más potente que la computadora que teníamos cuando estudiaba en el MIT”, explica Kurzweil.
“Ése fue un incremento millonésimo. Y en 25 años, vamos a lograr el mismo incremento exponencial”.
¿Y qué pasa después? Cuando las computadoras sean mil millones de veces más potentes que hoy en día y nosotros seamos un montón de cyborgs con cerebros semejantes a supercomputadoras y cuerpos inmunes a las enfermedades.
En primer lugar, hay que señalar que las cosas van a cambiar muy, muy rápido. Imagínense a mil científicos, todos ellos mil veces más inteligentes que ahora y con la capacidad de realizar tareas mil veces más rápido. Kurzweil cree que la primera medida de estos cyborgs sabelotodos será hacerse más inteligentes, y luego, más inteligentes, hasta que la inteligencia brote por todos lados y se extienda “como reguero de coeficiente intelectual”. Eventualmente, vamos a traspasar los límites de nuestro planeta, y cada pequeña porción de materia en el universo va a tener inteligencia. Estas ideas atrajeron a algunos seguidores muy poderosos. Peter Diamandis, el socio de Kurzweil en el programa Singularity University, es reconocido por ser presidente y fundador de la X Prize Foundation, una organización sin fines de lucro que premia avances en tecnología espacial y otras áreas. Hace tres años Diamandis leyó “Se acerca la singularidad” y se sorprendió tanto por el trabajo que se comunicó con Kurzweil y le propuso crear una universidad para enseñar sobre la Singularidad.
Diamandis toma 40 suplementos vitamínicos por día y dice que espera vivir varios siglos. “Existen muchas formas de vida en este planeta que viven cientos de años”, asegura, “no hay motivos para que nosotros no podamos hacer lo mismo”. Diamandis dice que los académicos que reniegan de la Singularidad se sienten amenazados porque representa un cambio del orden establecido.
“Estas tecnologías pueden acabar con grandes compañías, incluso con gobiernos”, dice. “Estas ideas se centran en darle poder a los individuos”.
Kurzweil está en excelente estado físico, gracias a que se ejercita, hace dieta y toma muchos suplementos. También aumentó su fortuna en gran medida. Escribió tres libros sobre el tema. Y tiene un Plan B por si llega a morir antes de la Singularidad. Lo congelarán en nitrógeno líquido y lo almacenarán, esperando que la tecnología lo rescate de la tumba. Kurzweil también tiene la esperanza de resucitar a su padre obteniendo ADN de su tumba y utilizando un ejército de nanobots para crear un nuevo cuerpo que sea exactamente igual que la persona original.
Por supuesto, lo bueno de ser futurista es que nadie te puede decir que estás equivocado. Uno puede predecir lo que quiera, con la certeza de que nadie va a viajar al futuro y volver para decirle al mundo lo equivocado que te encontrabas. O que estás completamente chiflado. Todo lo que sabemos es que Kurzweil es muy inteligente, rico y sincero. Y categórico. No importa qué planteo se le haga, Kurzweil tiene una respuesta.
¿Pero las tecnologías de la Singularidad no van a estar disponibles sólo para los que las puedan pagar? Kurzweil dice que no, porque el precio bajará tan rápido que todos van a poder pagarla. Bueno, ¿y qué hay de la selección natural? Si dejamos de morir, ¿no estaríamos cambiando eso radicalmente?
“La selección natural dejó de ser relevante”, dice Kurzweil. “Los cambios tecnológicos son la evolución del momento”. Respecto del miedo a que las computadoras nos asesinen, o que nos hagan sus esclavos, Kurzweil insiste en que ellas van a querer tenernos cerca.
Kurzweil se enfrentó a grandes planteos en el último punto de debate del panel de discusión tras la presentación de El Hombre Trascendente en un festival de cine en Tribeca el mes pasado. Algunos expertos en inteligencia artificial de la audiencia opinaron que estamos yendo hacia un futuro distópico. Pero Kurzweil no cree en eso, piensa que la “civilización hombre-máquina” será maravillosa. No discute. Se queda sentado, sonriendo. Cuando le hacen preguntas difíciles, las esquiva, y comienza otro monólogo.
Nunca duda. De nada. Está absolutamente convencido de que vivirá por siempre. Se reunirá con su querido padre, y serán inmortales y pasarán el resto de la eternidad juntos. Nada lo puede convencer de lo contrario. Y eso, a fin de cuentas, puede que sea los más tenebroso, o triste, de todo.
elargentino.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario