¡Tu oportunidad de llevar un libro gratis a tu casa! El Arma te lo regala”. Raúl lanza su latiguillo a los peatones, maneja su auto –que no es un auto cualquiera– a casi dos metros del piso y el viento que choca contra su frente ya no sabe de qué otra forma sacudirle los rulos. Arriba del coche se vuelve histriónico, sonríe, canta, encara a quien lo cruce. A todos les ofrece un libro. “No sé leer”, confiesa un obrero. “¿Y tus hijos?”, retruca Raúl. El hombre se ríe, no contesta y el Arma ruge, apurada por el semáforo que se pone en verde.
Se detiene en una esquina de Belgrano. Son las cinco de la tarde y la zona está poblada de adultos que podrían donar libros para la causa y de chicos que acaban de salir del colegio. Apenas se encuentran con ese automóvil convertido en biblioteca ambulante, los alumnos quedan congelados. La mayoría se inhibe, pero uno corajudo se apura, elige un libro y pregunta si se lo puede llevar. “Claro que podés, el Arma te lo regala”, autoriza Raúl.
Aunque su figura carece de curvas, la máquina cautiva como una modelo. Raúl Lemesoff nació en Entre Ríos, tiene 36 años y hace cuatro transformó un viejo Falcon “hecho percha” en esta “escultura viviente que muta según los libros que tenga”. Con su arma visita barrios, escuelas carenciadas y villas de Buenos Aires para donar libros, sobre todo a los más chicos.
“Los libros de 5 a 18 años son los más preciados por el Arma –explica su creador–, porque es la edad que más padece la falencia de lectura y de instrucción”. Aunque vive en Buenos Aires, el ADIM (arma de instrucción masiva) también conoce otras provincias: el año pasado viajó 500 kilómetros para participar de la Bienal de Arte Joven, en Rosario. “Fue muy alentador llegar a Santa Fe de un tirón sin que el Arma se fatigue y volver recorriendo los pueblos de Entre Ríos –recuerda Lemesoff–. Eso sí, con 400 libros menos de carga, porque los donamos en Rosario”.–¿Por qué eligió el libro como elemento de instrucción?
–Porque el libro es un challenge, un desafío. Implica concentrarse, conseguir un minuto de la vida para poder leer, cosa que a veces nos resulta muy difícil. Encontrar el tiempo, la paz y la concentración para poder leer un libro es todo un logro. Es mucho más fácil poner un DVD, tirarse en un sillón y leer un par de subtítulos en piloto automático.
Después de arengar varios minutos a los escolares y a sus padres, se acerca al vehículo una vecina con bastón y ofrece donar algunos libros.
“¿Podemos efectuar la entrega ahora mismo, señora?”, pregunta Raúl, despierto para los negocios. A los diez minutos sujeta en sus manos dos bolsas llenas de libros de historia y arte americano.
–¿Cuesta tener un stock para reponer las donaciones?
–Sí, cuesta. Recién este año podemos decir que el Arma tiene toda su superficie cubierta de libros. Eso significa que tenemos entre 900 y 1.000 libros que van a todos lados con el Arma. De todas formas, este proyecto está casi al borde de ser insustentable, porque la gente se lleva libros, pero no siempre dona. Incluso yo los paso a buscar cuando me los ofrecen. La idea es que la gente despierte su conciencia, que entienda que esta fuente necesita reabastecerse. No siempre hay conciencia. Yo dejo el Arma en algunas villas y nadie la toca, pero la he dejado en Cabello y Salguero y cuando bajé de un departamento la gente se llevaba los libros de a pilas, gente que por haber tenido la posibilidad de leer también tenía la ambición de llevárselos.
–¿Qué otros proyectos tiene con el Arma?
–Me gustaría apuntar el proyecto hacia Latinoamérica, pero nos falta plata y una estructura de gente. Quisiera recorrer el continente, llevar cultura a ciudades inhóspitas, recolectar información y compartirla con otros pueblos, escuchar las opiniones de sus habitantes y aprender lo que tengan para decirle al Arma. Porque ése es su mayor don, que la gente me cuenta cosas que no me las diría si no estuviera el Arma, y eso es muy gratificante.
criticadigital.com
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