lunes, 1 de diciembre de 2008

Madonna: Hard Candy

Si aquella chiquilla que en 1983 fue acusada de tener "más ombligo que talento" logró sobrevivir a sus primeros y efímeros quince minutos de fama warholianos y estirarlos hasta llegar a veinticinco años de celebridad y millones, la obligada explicación del fenómeno, en perspectiva, parece remitirse a unas cuantas palabras: reinvención, astucia, y honestidad (¿o impunidad?) brutal.
Es que, a contramano de tantos artistas mediáticos, Madonna es exactamente lo que parece. Una sumatoria meditada y calculada de estímulos, cambios, apareamientos y modas que hoy, a sus 50 agostos (35 en años Pilates, si cabe la digresión) sigue funcionando como el primer día: perfecta, deseable, imposible.
Atónitos frente a la primera encarnación de Madonna, la Descocada, los medios de la época intentaron una justificación psicológica: su violación a manos de un desconocido, a fines de los años '70, cuando la pobre muchachita de Detroit, ansiosa por triunfar como bailarina, acababa de llegar a la Gran Ciudad. Fue una historia de miserias, necesidades y desamparo, repetida cientos de veces. "Cuando vine a Nueva York fue la primera vez que viajé en avión, la primera vez que viajé en taxi, la primera vez en todo. Y llegué sólo con 37 dólares en el bolsillo".
Madonna no tenía dónde dormir, alegó que debió posar desnuda para conseguir algo para comer, y que vivía de la piedad ajena hasta que decidió calzarse una nueva piel: la de sobreviviente. (Por cierto: tanto Fiona Apple como Tori Amos fueron víctimas de violaciones en circunstancias parecidas; sin embargo, a ninguna de estas dos sensibles y talentosas cantantes se les dio por los corpiños cónicos.) Chica material, Madonna comenzó a sentar las bases de sus propias necesidades: conquistar el mundo. Para mediados de la década del 80, su pop pegadizo y su voz pequeña eran el furor de las pistas de baile, animados por una brillante capacidad de liderazgo en el universo del wannabe (aquellas personas que desean imitar a otra, o aun convertirse en ella). Maestra en el arte de los looks -ropas, actitudes, puestas en escena-, la treintañera consiguió enseguida cortejos multitudinarios de señoritas que se vestían como Madonna, se comportaban como Madonna y construían la mano que da de comer a todo artista: la base de fans.
Luego de una miríada de novios y amantes (entre ellos, los músicos Stephen Bray y Dan Gilroy, los djs/productores Mark Kamins y Jellybean Benítez, y el pintor Jean Michel Basquiat), su matrimonio con el actor Sean Penn duró cuatro años y varios escándalos hasta que se acabó, junto con la década.
Para entonces, Madonna había ganado siete premios MTV y recibido diecisiete nominaciones; había grabado por fin un gran disco ( Like a Prayer); se había divertido coqueteando con un cristo negro en el clip homónimo (el Vaticano se le vino encima y Pepsi perdió millones de dólares al cancelar la campaña) y recolectaba la fama, la prensa y el dinero que siempre había soñado.
Pero el limón estaba a punto de exprimirse del todo, sus wannabes iban creciendo y aburriéndose, y ella debía estar a la altura de las circunstancias. En este caso, la altura sería poco menos que horizontal. A la cama con Madonna, el video de Justify My Love, Erotica y el libro Sex quedaron, con mejor o peor suerte, como legado de aquella nueva Madonna porno a quien se vinculó con John Kennedy Jr., Lenny Kravitz, Nick Kamen, el modelo Tony Ward, el actor Warren Beatty, el rapper Vanilla Ice y el basquetbolista profesional Dennis Rodman.
Tuvo que llegar Evita para que volvieran a tomarla en serio y, embarazada de un fugaz amorío (su entrenador cubano Carlos León), la señora terminó los 90 con una nueva marca: Mater Madonna.
Archivó las sábanas, amamantó a Lourdes y editó otro buen disco (Ray of Light, que se llevó seis premios MTV y tres Grammys). Pero ser madre, a secas, no era suficiente. Aquel rayo de luzbañó de espiritualidad a la dama, y el nuevo milenio la encontró abrazando la kabbalah, cambiando su nombre por el de Ester, y donando 20 millones de dólares para construir escuelas para los hijos de los seguidores de esta corriente mística judía en Nueva York.
Felizmente casada con el director Guy Ritchie (felizmente, hasta recién; ¿hace falta repetir el fatigado tira y afloje mediático que todos los días tiene algo que ofrecer?), trajo más críos al mundo y adoptó a un bebé de Malawi. Sus nuevos álbumes dejaron de resultar tan interesantes o provocadores, y la crítica los aprecia como "más bien modestos".
Madonna come sano, nada de carne, y sus detractores analizan las secuelas que podría dejarle el abuso de lo único que no ha variado, lo único que se ha mantenido en pie reinvención tras reinvención, de la virgen a la zorra, de la madre a la gurú: el gimnasio. Una adicción que, dicen, la está dejando seca y con los tendones al aire.
Hoy, su coro de wanaabes, el mismo con el que jugó este ida y vuelta de décadas que, al parecer, satisface a ambas partes (aunque podría afirmarse que Madonna salió ganando en la repartija), espera de su diva una nueva catarata de estímulos que sacuda el polvo del desierto. Y sonará entonces uno de los versos del nuevo álbum Hard Candy: She doesn't have my Name/ She'll never have what I have. (Ella no se llama como yo./ Ella nunca tendrá lo que yo tengo.)

Entre Evita, Quarracino y Menem
En 1993, Madonna llegó a Buenos Aires por primera vez. Entre las más de cien personas adheridas a la gira Girlie Show estaba Chris, el menor de sus hermanos: bailarín, vestuarista y diseñador de espectáculos como aquél (específicamente concebido para Erotica). El cardenal Quarracino (1923-1998) pidió al entonces presidente Menem que censurara los shows y que de ningún modo recibiera a esta bruja "pornográfica y blasfema", cosa que a Menem le entró por una oreja y le salió por el balcón de la Casa Rosada. Porque cuando, tres años después, Madonna volvió para filmar Evita a las órdenes de Alan Parker, y a pesar de las furibundas críticas del peronismo ortodoxo (una diputada quiso declarar a la artista persona no grata y Alberto Brito Lima llenó la ciudad con pintadas ¡Viva Evita, fuera Madonna!), Menem les cedió el histórico balcón a Parker, a la diva y a Jonathan Price (Perón), y recibió personalmente a la bruja. "Sus ojos se paseaban por cada pulgada de mi cuerpo- escribió Madonna para Vanity Fair-. Vi que tiene pies pequeños y que se tiñe el pelo de negro". Madonna nunca volvió a pisar la Argentina... hasta ahora.
Pero no olvidemos a Chris, el menor de los Ciccone. El 14 de julio de este año, inesperadamente, publicó su libro Mi vida con mi hermana Madonna, una muy discutible biografía repleta de chismes en la que la tilda de narcisista y maniática controladora. No. Obviamente, Chris no viene en esta gira.
La hora de la verdad
Mariano del Mazo
Los kilómetros de palabras escritas que están generando por estos días los detalles de su divorcio con Guy Ritchie sólo son comparables con los que producen los empachos tóxicos de Amy Winehouse. A veces, tanta exposición en vez de mostrar, tapa. En el caso de Madonna, tapa todo lo que ella es como artista. Ni más ni menos que una maquinita pop conciente de su poder y de sus limitaciones. Un terremoto escénico que sabe perfectamente qué se espera de ella. Después de tanto cacareo, de tantos bienes gananciales y kabbalah, llegó la hora de la verdad, el escenario.
La gira dulce y pegajosa (Hard-Candy)
No es La gira mágica y misteriosa: es La gira dulce y pegajosa. The Sticky & Sweet Tour 2008 de Madonna comenzó el 23 de agosto en el estadio Cardiff Millennium de Gales, Reino Unido; atravesó toda Europa con un show cada dos días (Alemania, Suiza, Francia, España, Italia, Grecia, su ruta); recorrió los Estados Unidos, Canadá y México durante octubre y noviembre; y en diciembre recala en América del Sur, con cuatro fechas en el estadio River de Buenos Aires (3, 4, 6 y 7, con Paul Oakenfold de soporte), dos en el estadio Nacional de Santiago de Chile (10 y 11), dos en el Maracaná de Río de Janeiro (14 y 15), y tres en el Morumbí de San Pablo (18, 20 y 21). Con vestuario de Givenchy y joyería de Swarovski, recorre 22 canciones divididas en cuatro partes: Pimp (proxeneta o, en buen porteño, cafisho); Old School (vieja escuela); Gypsy (gitano) y Rave. Particularmente expresivos prometen ser los segmentos Old School, con referencias a la obra de Keith Haring (el artista de graffiti más importante del East Village neoyorquino de los años 80, víctima del sida) y Gypsy, durante el cual La isla bonita termina siendo... ¡rumana!, gracias a tres músicos gitanos de esa nacionalidad.
La apertura de las puertas del estadio de River en las cuatro fechas está prevista para las 17. A las 20 actúa Oakenfold y a las 21.15, Madonna. Todavía quedan algunas entradas tanto en popular como en platea y campo VIP, en un arco de precios que va de los $ 95 a los $ 630.

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