miércoles, 17 de diciembre de 2008

Nosotros y los Simpson


Son amarillos y feos. El padre tiene la boca como una hamburguesa; la madre, un peinado semejante a un cucurucho de helado azul; el hijo, la cabeza como una bolsa de papel, y las hermanas, el pelo con forma de galletita cortada con molde de estrella. Son irreverentes, malhumorados, incorrectos y, sin embargo, a pesar de sus innumerables defectos -o, precisamente, gracias a ellos-, tal vez hoy sean la familia más famosa del planeta Tierra. Una familia disfuncional, según muchos, que no envejece con el paso del tiempo, pero que, aun así, este mes está de cumpleaños. Por supuesto, se trata de Los Simpson , la comedia de situaciones norteamericana que ha estado más tiempo en el aire desde que se inventó la televisión y cuyo primer episodio fue transmitido el 17 de diciembre de 1989.
La serie, creada por Matt Groening, suscitó controversia desde sus inicios y dividió las aguas entre quienes la defendían, alegando que era uno de los programas más morales de la televisión, y quienes la criticaban a rajatabla y se preguntaban qué clase de padres eran aquellos que dejaban a sus hijos ver un dibujo animado en el que uno de los personajes principales es el peor alumno de la clase y otro, un padre de familia holgazán y adicto a la cerveza. "¿Cómo puede ser que esos muñecos detestables se estén convirtiendo en modelos para nuestros niños?", decían.
El rechazo generado por la serie fue tan grande como su éxito: apenas tres meses después de estar en el aire, la Simpsonmanía ya inundaba Nueva York.
La dudosa moralidad de sus personajes llegó a preocupar incluso al entonces presidente George H. W. Bush, quien, en una convención del Partido Republicano celebrada en 1992 dijo: "Vamos a fortalecer a las familias norteamericanas para hacer que se parezcan más a los Walton y menos a los Simpson".
Aunque han pasado diecinueve años desde aquella primera temporada, los Simpson siguen provocando controversia. En un episodio que se estrenó el mes pasado, Homero quiso votar por Obama, pero la máquina contó su voto como si fuera para McCain. Los republicanos inmediatamente levantaron sus puños, enfurecidos. Algún tiempo antes, el gobierno de la ciudad imaginaria de Springfield había legalizado el matrimonio gay, cosa que también agitó la moral de los sectores más conservadores de los Estados Unidos.
¿ Los Simpson es tan iconoclasta como parece? ¿Tienen razón quienes dicen que daña el criterio moral de los niños? Indignarse y esgrimir un índice acusador suele ser fácil -sobre todo, si usamos nuestros prejuicios como combustible para el encono-, pero tal vez antes de sacar conclusiones convendría preguntar qué piensa el público infantil.
Más allá de cuánto los divierte, ¿los niños creen que Los Simpson les enseña algo? ¿Qué? "Los que hacen la serie no están de acuerdo con las cosas que hacen los personajes", me explicó Ian, mi sobrino de ocho años. Le pedí un ejemplo. "Selma y Patty fuman todo el tiempo -dijo-, pero es obvio que les hace mal."
En efecto: uno de los constantes blancos de crítica en Los Simpson es la publicidad de cigarrillos. En el capítulo "La casita del horror VI", por ejemplo, se ve un inmenso cartel publicitario que muestra un montón de gente fumando, acompañada por la leyenda: "50 millones de fumadores no pueden estar equivocados". En el episodio "Lisa, reina de belleza", Cigarrillos Laramie organiza un certamen de belleza de niñas en edad escolar. La ganadora es Lisa y uno de sus deberes es ser portavoz de la marca. "Verás, Lisa, éste ha sido un año desafortunado para Laramie -confiesa un ejecutivo de la compañía-. Mucha gente que fuma nuestro producto ha muerto." En otro capítulo, todos en Springfield piensan que el mundo se está por acabar y Selma y Patty exclaman, sin dejar de fumar: "Lo logramos. ¡Vencimos al cáncer!".
Los ejemplos anteriores son una muestra de la ironía de la que se valen Groening y su equipo de dieciséis guionistas para señalar muchos de los vicios de nuestras sociedades. No se trata, pues, de que la serie incentive la mala conducta, sino más bien de que muestra conductas negativas de modo tremendamente explícito, poniendo en evidencia su más que dudoso contenido moral.
Muchas veces la risa del espectador es provocada precisamente por las inconsistencias éticas de los personajes. "Si quieres algo en la vida, tienes que esforzarte", le dice Homero a Bart. Acto seguido, escucha que en la radio están por anunciar los ganadores de la lotería... ¡y sale disparado a escuchar!
Creo que una de las virtudes de Los Simpson es que no considera a los niños como pequeños débiles mentales a quienes los adultos creadores del programa deben educar desde un púlpito elevado. Al contrario: a diferencia de la tendencia imperante en la TV, Groening trata a su audiencia de igual a igual. La supone dotada de capacidad de reflexión. En vez de decir que beber alcohol en exceso hace mal, elige mostrar a Moe, el dueño de la taberna, escondiendo el juego de dardos. "Hemos eliminado los juegos. La gente bebe menos cuando se está divirtiendo", explica. En otro episodio, mientras se lleva a la boca la jarra de cerveza, Homero dice: "¡Esta sí que es una solución pasajera!".
Los Simpson dicen sin decir; muestran en vez de sermonear. De manera indirecta, tangencial, sin caer en el hierático discurso sobre lo que conviene hacer y lo que no, la serie se despacha sobre una nutrida agenda moral que no deja dudas acerca de la posición de sus creadores en torno a temas como la violencia en la televisión, la desigualdad entre los sexos, la tenencia de armas de fuego, la inmigración, el medio ambiente, la homosexualidad, el consumismo y la inequidad en la distribución de la riqueza.
"Quise darle una alternativa a la audiencia: mostrar que hay otra cosa además de la basura predominante en la televisión," afirmó Matt Groening en 1993. Antes de hacerse famoso con Los Simpson , Groening era un desconocido creador de historietas underground y nunca imaginó que sus personajes se convertirían en íconos planetarios. Ahora, casi veinte años después, con la vigésima temporada en el aire y fans de todas las edades hasta en los últimos rincones del mundo, cabe preguntarse si la serie de verdad actúa como un estimulante del pensamiento crítico o si, por el contrario, la gente ríe al ver sus propias conductas ridiculizadas sólo para olvidarse cómodamente de todo minutos después, en cuanto empiezan los comerciales.
Una de las paradojas de la sociedad occidental contemporánea es que los medios y la maquinaria del consumo masivo terminan asimilando e incorporando a sus propios engranajes lo mejor de la cultura. ¿Qué contracultura sobrevive, qué tipo de crítica es posible, si la contracultura es absorbida precisamente por el mismo establishment cultural que aspira a criticar? La ironía se eleva al cuadrado cuando comprobamos que por cada crítica que se hace en Los Simpson al merchandising hay por lo menos un producto relacionado con la serie que la gente sale a comprar.
En una entrevista con la revista Hour , Groening dijo: "En nuestro tiempo, la contracultura -si acaso se la puede llamar así- está en un terrible aprieto. Todo es asimilado tan rápido que ni siquiera hay tiempo para el escándalo".
A veces parecería que hay tanto de todo a nuestro alrededor que ya no nos queda tiempo para ocuparnos de las cosas realmente importantes.
"No creo que seas tonto. Pero, por otra parte, nunca vas a museos ni lees libros ni nada", le dice Marge a Homero en un episodio. Y Homero contesta: "¿Crees que no quiero? Es la tele, Marge. No me deja. Un buen programa tras otro, cada uno mejor que el anterior. Si sólo trastabillaran una vez, si nos dieran treinta minutos para nosotros mismos... Pero no lo harán, ¡no me dejarán vivir!".
A esta omnipresencia avasallante de los medios en nuestras vidas debemos sumar el escepticismo que se extiende sobre instituciones que en el pasado sirvieron como pilares de la sociedad: la figura del padre, la escuela, la iglesia, la política, la justicia. El descrédito generalizado de las instituciones no es algo totalmente nuevo, pero sí lo es el hecho de que el escepticismo encuentre tierra fértil entre los niños. "Me gustan Los Simpson porque son reales -me dijo un chico de doce años-. Todos tienen problemas: a la familia no le alcanza la plata, Homero odia su trabajo, los maestros también, el gobierno no sirve, los políticos son corruptos."
Algunos padres preferirían mantener a sus hijos alejados de esta realidad. Conservar la infancia como un territorio a salvo del escepticismo. ¿Es posible lograrlo? ¿Son programas como Los Simpson responsables de que nuestros hijos no crean en nada? ¿O será al revés: que esos muñecos de ojos enormes son un imán inevitable porque han tenido la audacia de reflejarnos tal como somos, frágiles, corrompibles, incrédulos, siempre anhelando ser amados, cínicos y tiernos a la vez?
En su edición del 31 de diciembre de 1999, la revista Time eligió a Los Simpson la mejor serie del siglo y a Bart como una de las personas más influyentes de los últimos cien años. ¿Una exageración? No tanto, quizá, si reconocemos que, más allá de la anécdota y los gags propios de la época, el programa en el fondo es una reflexión sobre la condición humana, hecha con dosis parejas de ironía y piedad.
Es probable que el inigualable éxito de Los Simpson tenga que ver con un juego de espejos. ¿Y si nos parecemos a ellos más de lo que creemos? Tal vez también nosotros seamos amarillos y feos. Habrá que ir a mirarse en el espejo con los ojos enormes y bien abiertos para averiguar si no tenemos hamburguesas en lugar de bocas, cucuruchos en el pelo y bolsas tapándonos las cabezas. Todas metáforas, claro, del modo en que la cultura de masas -la misma que ha alfabetizado a la humanidad y puesto al alcance de la mayoría comodidades que antes eran sólo para los reyes- invade nuestras vidas y nuestros cerebros, mientras nos hace reír y olvidar problemas, inmersos, como estamos, de lleno en la diversión.

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