lunes, 15 de diciembre de 2008

Bronquiolitis y Neumonía - Descifraron un enigma de la infectología


Un equipo de investigadores argentinos acaba de resolver uno de los mayores misterios inmunológicos de los últimos 40 años: por qué en 1968 fracasó la vacuna contra el virus sincicial respiratorio, lo que causó 160 internaciones y 2 muertes.
Después de poco más de una década de reconstrucción histórica y análisis de laboratorio, los especialistas de la Fundación Infant lograron dar con la respuesta que reabre el camino para desarrollar una vacuna contra la principal causa de hospitalización de uno de cada dos bebes en su primer año de vida: el virus sincicial respiratorio, que causa bronquiolitis y neumonía, entre otras enfermedades.
"Son millones de chicos los que cada año se infectan con ese virus, y por eso todos los inviernos colapsan tanto las unidades pediátricas de Londres como las de Berazategui", comentó la bioquímica Florencia Delgado, coautora del estudio que publica hoy en su edición online la revista Nature Medicine.
¿Por qué, en el invierno de 1968, la única vacuna infantil utilizada para prevenir esa infección pulmonar no logró proteger a los 200 bebes inmunizados? ¿Por qué los anticuerpos que la vacuna había producido en los chicos resultaron ser tan dañinos como para que el 80% necesitase hospitalización y dos chicos murieran?
"Ese desastre inmunológico retrasó el desarrollo de vacunas contra la bronquiolitis, que mata a un millón de chicos por año", dijo a LA NACION el doctor Fernando Polack, director de la Fundación para la Investigación en Infectología Infantil (Infant) y autor principal del diseño del estudio.
Los niños vacunados cuarenta años atrás tenían entre 14 y 16 meses de edad. "No sólo ya eran chicos grandes [como para no responder a la vacuna], sino que después de ese invierno ninguno tuvo la enfermedad por segunda vez, lo que quiere decir que de algún modo el virus y el sistema inmune corrigieron el «desperfecto» para el segundo invierno", agregó.
La hipótesis más aceptada hasta ahora atribuía esa falta de protección a la "rotura" de una proteína del virus sincicial muerto usado para fabricar la vacuna. El equipo demostró que la falla estuvo en realidad en la incapacidad de los anticuerpos creados por la vacuna de madurar lo suficiente como para poder luchar contra la infección en el invierno.
Esa inmadurez desató una reacción exagerada de "pedido de ayuda" al resto del organismo, que generó una reacción autoinmune que agravó la salud de los chicos hospitalizados por neumonía.
"A medida que avanzaban los experimentos, veíamos que podíamos llegar a resolver este misterio", agregó Delgado sobre el trabajo, que es su tesis de doctorado, y en el que trabajó durante los últimos cinco años.
Para demostrarlo, los investigadores visitaron en 2002 el Hospital de Niños de Washington, donde accedieron al depósito en el que se conservaron las muestras de los tejidos de los dos chicos que habían muerto en 1968. "Vimos que, en el tejido pulmonar, esos chicos tenían los mismos anticuerpos que los patólogos habían identificado cuando todos estaban vivos y que eran los que debían protegerlos", comentó Polack. El equipo obtuvo también muestras conservadas de la vacuna original.
Con esa información, elaboraron un modelo animal y reprodujeron en ratones lo ocurrido aquel invierno en el que los chicos desarrollaron neumonía grave con broncoespasmos.
"Encontramos que la vacuna había tenido un defecto central: era incapaz de estimular suficientemente a los receptores Toll en las células indispensables para la maduración adecuada de las defensas contra el virus -comentó-. En 1967 no existía la posibilidad de diferenciar anticuerpos maduros de los inmaduros. Cuando se midieron parecían perfectamente protectores, pero cuando lo hicimos nosotros vimos que no tenían una de sus características esenciales, la avidez."
Cuando un anticuerpo tiene poca avidez, o afinidad, se une al virus muy débilmente y entonces el virus tiene dos frentes contra los que actuar: los anticuerpos y el receptor de las células a la que quiere infectar.
Los Toll son receptores del sistema inmune descubiertos hace menos de diez años. Estos receptores ayudan a las células a reconocer todo agente extraño y activar la defensa. "Son los receptores de lectura del sistema inmunológico que están ubicados en la superficie y dentro de las células", precisó Polack. Cada uno es capaz de reconocer más de un virus, bacteria o toxinas tóxicas. "Cuando algo no activa a los Toll, el sistema inmune no arranca", dijo.
El estudio recomienda que las próximas vacunas contra el virus sincicial incluyan la activación de los receptores Toll. "El virus muerto de la vacuna no logró empujar suficiente esas llaves para poder abrir la defensa del organismo. Los anticuerpos ingresaron en las células con el virus y comenzaron a mandar señales de auxilio al resto de las defensas, lo que generó algo así como un efecto autoinmune para detener al virus sin éxito en ese invierno, pero que fue lo suficientemente correctivo como para modificar el error inmunológico y evitarlo el invierno siguiente", finalizó Polack sobre la explicación que ahora sí responde la pregunta que hasta ahora hacían las autoridades reguladoras para autorizar los ensayos con nuevas vacunas.

1 comentario:

Jose F. Romero T. dijo...

muy interesante, aunque lo seria mas y tendria un caracter mas profesional si tuviera referencias.