miércoles, 16 de septiembre de 2009

Amor requiere renuncias


Por Leonardo Peskin *
El amor-odio es un par antitético indisoluble que se nutre de la pulsión, la que mueve toda dinámica pasional. El odio antecede lógicamente al amor. El amor intenta atenuar ese núcleo “ígneo” que es el odio como expresión de la pulsión en su estado “puro”.

El amor se muestra con diferentes modalidades (desde enamoramiento al universo de amores) cuando las instancias psíquicas –yo ideal e ideal del yo– consiguen dar un primer cauce narcisista a la pasión; luego, es el aparato psíquico en pleno el que regula el despliegue de estas tendencias en la realidad.
Las producciones que evidencian amor-odio son los síntomas, transferencias, sueños, acting-out, actos en general, que incluyen proezas y crímenes; todas requieren del soporte del deseo inconsciente y la Ley. Los deseos inconscientes rigen dando constancia en el tiempo a las tendencias originadas en la constelación de fijaciones que sustentan la represión.


Las formaciones reactivas, la negación, la desmentida y el resto de los mecanismos fuerzan la orientación sublime o nefasta de la pulsión, y terminan otorgando la sutil singularidad del objeto elegido y construido con cifras precisas a satisfacer.

Sería preferible invertir en odio-amor la serie que se va modulando desde los modos más logrados a la eclosión inmoderada del odio como fracaso de las instancias atenuantes.
La cultura induce en el sujeto, por vía de las singularidades del entorno parental, las categorías para considerar al prójimo como semejante a desear y amar, o desconocerlo cosificándolo, autorizando a descargar el odio. Esto abarca desde el amor al prójimo y la convivencia hasta la paranoia y las matanzas indiscriminadas.
Una diferencia esencial que atañe a la clínica es no confundir agresividad con odio, ya que ésta es fruto de la frustración yoiconarcisista. El odio, en cambio, está ligado a Tánatos. Del mismo modo el “bienestar” del completamiento imaginario en el enamoramiento no es un amor logrado, porque se origina en la ilusión de unión sin diferencia tal como lo reclama el narcisismo.
En definitiva, el amor-odio es un continuo consonante con otro que es Eros-Tánatos. Son indisolubles porque se modulan entre sí, nutridos por un único término que emana de un cuerpo sexuado que busca satisfacer sus impulsos. Cuanto más directa e irrestricta sea esa satisfacción, más cerca estaremos del odio.


El amor requiere postergación y renuncias a la tentación que cada cultura marca como incestuosa. Con cierto riesgo, afirmaría que toda expresión de odio extremo es parricida e incestuosa.
Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).

pagina12.com.ar

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