martes, 28 de julio de 2009

Casi todas las argentinas están disconformes con su imagen


Por: Gisele Sousa
Para la cultura occidental, la belleza y la fealdad son valores. Para miles de mujeres, la imposibilidad de estar a tono con el modelo corporal de ficción puede convertirse en un problema: terminar entendiendo cuerpo e identidad como sinónimos.
El 95% de las argentinas se siente insatisfecha con su imagen y los especialistas coinciden en que ésto genera el "fenómeno del espejo": quien se ve mal, mal se siente. Una encuesta hecha por D'Alessio Irol entre 876 mujeres indicó que sólo el 5% de las encuestadas está conforme con su imagen.
El resto reniega de alguna parte, especialmente de su peso, de su celulitis o de su flaccidez. Un dato habla de cierta distorsión de la percepción: el 90% de las encuestadas dijo que en algún momento de su vida se sintió gorda (haya tenido o no kilos de más). "Por un lado están las mujeres que sienten una insatisfacción real y concreta y creen que tienen una imagen fuera de los cánones de la estética, aunque estemos hablando sólo de un poco de celulitis o estrías.
El hecho de no poder hacerse un tratamiento, por miedo, falta de dinero o de tiempo, genera angustia y muchas se sienten desvalorizadas", dice María Luisa Rijana, docente de la especialización en Clínica Estética de la UBA.
"Por otro lado, están las que tienen una insatisfacción virtual, ilusoria, es decir que tienden a querer imitar determinados cuerpos o caras, van con la foto de una celebridad al cirujano y sus expectativas no tienen nada que ver con sus vidas reales. Este grupo es el que genera los grandes caos porque ante ese anhelo de perfección no existe cirugía ni tratamiento posible".
Es que muchas pretenden "soluciones mágicas": 3 de cada 10 encuestadas no hace actividad física. Jorge Braguinsky, director del posgrado en Nutrición de la Universidad Favaloro, opina: "En un mundo que empuja a la obesidad hay, a la vez, una fuerte crítica al sobrepeso en la mujer. Ese doble mensaje es sin dudas un conflicto neurotizante.
La mujer de clase media argentina no engorda porque se censura. Esto no pasaba cuando la mujer no era pública pero ahora que hace de todo adquirió una nueva forma de esclavitud: la de estar en un mundo competitivo, ocuparse de sus hijos y a la vez estar delgada y bonita". Si la apología a las curvas y al consumo light –a veces disfrazado de salud– no bastaba para notar que los modelos son inalcanzables, está Barbie.
"Estamos en la 'Cultura Barbie", el problema es que si Barbie fuera de carne y hueso mediría 1.70, pesaría 41 kilos, tendría 99 cm de busto, 55 de cintura y 83 de cadera: una locura", compara Marcelo Bregua, psicólogo de ALUBA.
Jorge Patané, jefe de cirugía plástica del Hospital Fernández, repasa: "Los modelos no son estáticos. Las mujeres de Botticcelli eran de caderas anchas y senos grandes, no eran objeto sexual sino de reproducción. En los 70, se creía que una señorita sin busto y sin cola como Twiggy era el ideal, pero hoy sería una anoréxica. Las mujeres se constituyen como objetos visuales, el asunto es qué toman como parámetro".
Braguinsky habla de lo que ve en su consultorio: "La grasa en las mamas y en la cola es vista como una patología. Hay muchas mujeres que vienen con bajo índice de masa corporal pero se ven gordas. Hasta vienen nenas de 10 años que se ven gordas". Un dato de la encuesta verifica la tendencia: casi la mitad de las que se quejan de su celulitis tiene menos de 24 años.
Pero ¿siempre esta insatisfacción conduce a conductas riesgosas, como trastornos de alimentación? Dice Bregua: "No. Depende de las herramientas con las que se esté equipado. Por ejemplo, si una chica se saca un 8 en la escuela y los padres, en vez de felicitarla, le preguntan por qué no se sacó un 10, esa chica no puede construir una autoestima inspirada en lo que es sino que se tiene que resignar a lo que no es".




Debilidades para ser contadas
Diana Baccaro
"Brasil resultó bestial, pero Buenos Aires es aún mejor. No es Tiffany´s, pero casi". Holly Golightly había encontrado por fin un lugar que la hiciera feliz, según cuenta Truman Capote en su novela "Desayuno en Tiffaniy's, donde el narrador es confidente de esta mujer de mil amantes, dueña de una figura que conquista al jet set de Nueva York y cuyo máximo anhelo es sentarse a desayunar frente a las carísimas joyas de Tiffany's.

Pero su felicidad no pasaba por su aspecto físico ni por el vestido que usaría a la noche, sino por el cobijo del amor. En la pluma del genial Capote, Holly llegó a tener todo el mundo en sus manos, pero se sintió feliz en Buenos Aires, donde la inconformidad de las mujeres por su imagen recuerda la permanente insatisfacción de aquella muchacha aparentemente perfecta que ahoga en el glamour más impostado sus propias debilidades.
clarin.com

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