jueves, 2 de febrero de 2012

El síndrome del tiburón

Tiburón quieto es tiburón muerto. El tiburón necesita estar en movimiento para que el agua circule a través de sus hendiduras branquiales y de esa manera recibir el oxígeno necesario para vivir. El movimiento para el tiburón es sinónimo de supervivencia.
Alberto tiene 45 años y acaba de vender una exitosa empresa textil que había fundado hace 15.
No tiene apremios económicos y dispone de un amplio menú de futuras actividades para reiniciar su actividad laboral. Pero no puede esperar. "Necesito la adrenalina que me generan los negocios."
Se despierta con ansiedad extrema al no tener una agenda programada, extraña los teléfonos y las pantallas con información actualizada al minuto de las plazas financieras nacionales e internacionales. Quiere comprar o vender?algo, cualquier cosa, pero no quedarse quieto. Tiene el mismo síndrome que relatan algunas personas cuando sienten que lo único que les calma la ansiedad es salir de compras. El cuerpo se acostumbra a detectar cada vez con más anticipación las señales que anuncian la irrupción de la ansiedad en el sistema total de una persona.
Se acelera el ritmo cardíaco, las ganas de comer algo aunque no se tenga hambre, beber, fumar, sacudir un pie, caminar, hablar, peinarse, mirarse en un espejo, lo que sea. Moverse.
El reflejo ansioso se completa convirtiendo en hábito una serie de conductas que son eficaces para calmar la ansiedad. Pero sólo para eso, pues no son conductas eficaces para un verdadero cuidado del sistema psicocorporal y valorativo de las personas.
Un sistema externo a Alberto le enseña, alimenta y reproduce las condicionantes de la aparición de esa ansiedad ante este no movimiento. Aquí no es la falta de irrigación de las branquias del tiburón, es la falta de movimientos que mantengan el consumo, a veces innecesario e irracional, para sostener un sistema socioeconómico. Alberto no puede sentirse feliz o en calma, si no se mueve, si no compra, si no vende, si no manda empleados y si no acumula bienes, aunque tenga asegurada la supervivencia económica de él y de su familia.
El sistema histórico valorativo aprendido de sus padres, inmigrantes sirios, le enseñó que para sobrevivir hay que moverse, trabajar siempre, ganar dinero, pues eso es lo que les permitió a ellos sobrevivir al huir de la guerra europea e instalarse en América.
Para los padres de Alberto, el moverse fue adaptativo, meritorio y eficaz para fundar una nueva familia. El heredó esos reflejos familiares que fueron realimentados en su educación, escolar y universitaria, en donde la valoración del movimiento-consumo brinda seguridad. Pero ya no es la seguridad del inmigrante que lucha para sobrevivir en un medio a veces muy hostil, sino que el movimiento-acumulación-consumo pasa a ser una regla de vida.
Alberto es inconsciente de este proceso, sólo lo sufre y su cuerpo le da avisos cada vez más serios de que algo no funciona bien. Taquicardias, gastritis, eccemas irritantes, jaquecas, insomnio, mareos, lipotimias y ataques de hambre o sed no justificados. Y en el campo psicológico, irritabilidad, depresión si no se mueve, susceptibilidad, desconfianza en los otros y en sí mismo, poca tolerancia a la frustración, ciclotimias afectivas y aislamiento.
Su entorno familiar es un oasis en medio de este desierto de exigencias de éxito materiales verificables. Hasta que la paz familiar se le transforma en quietud peligrosa.
Y entonces aparece el tiburón y sólo el movimiento lo calma. Pero Alberto pertenece a una especie que en millones de años de evolución logró que su adaptación al medio y la supervivencia no dependieran del movimiento que le permite respirar, como en el caso del tiburón.
En esos millones de años de evolución la especie a la que pertenece Alberto desarrolló un sistema biológico-psicológico-social y valorativo en donde la supervivencia depende de combinaciones muchos más complejas que la simple circulación de agua por las branquias, como en el tiburón.
Alberto puede darse cuenta de este proceso, entender los programas con que fue educado, cuestionar su sistema valorativo, puede hacer modificaciones en sus conductas y quedarse con los movimientos que realmente le permitan evolucionar sanamente. Puede rescatar el movimiento como una elección consciente y útil para el sentido de la vida que él elija.
Al tiburón desde hace muchos millones de años le basta con moverse y nadar para sobrevivir. Alberto, producto de otra evolución mucho más compleja, necesitará nadar, moverse en un mar de determinaciones sociales, afectos familiares, cuidados corporales y elección de valores, quizá muy difíciles, pero con el premio de encontrar el sentido de su vida. Y es probable que encuentre un cardumen que lo ayude en su camino sanador.
lanacion.com

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