Cuentan quienes le conocen que es adicto al trabajo. 'Workaholic', diría un anglosajón. Pero Lula, por enérgico que siga pareciendo, ya no es el chaval que décadas atrás luchaba sin descanso por los trabajadores. Ya son 64 las primaveras que pesan sobre sus espaldas, y esta semana el estrés acumulado en siete años de presidencia le ha dado su primer susto.
Era la medianoche del miércoles al jueves cuando el jefe de Estado brasileño se disponía a despegar de la base aérea de Recife rumbo a Davos, donde dos días después debía ser reconocido como 'estadista global'. Un premio que nadie antes había recibido en los 40 años de historia del Foro Económico Mundial.
Pero Lula llevaba el día entero dando muestras de cansancio, con dolores de garganta y de pecho, e incluso había cancelado un encuentro con la prensa por ese motivo. Ya por la noche, a punto de partir hacia la pequeña localidad suiza, el médico del presidente comprobó su estado y confirmó que no estaba en condiciones de volar. Su nivel de presión arterial se había disparado: 180/120 milímetros de mercurio (mmHg), o 18/12, muy por encima de los 11/8 que registró después de ser tratado con medicamentos.
El amago de crisis sólo duró unas horas –el tiempo que tardaron los expertos en ingresar al enfermo y darle el alta a la mañana siguiente–, pero refleja el ritmo de trabajo que lleva el gobernante del gigante sudamericano en su recta final en el poder. Dilma Roussef, su jefa de gabinete y aspirante a tomar el relevo tras las elecciones del próximo 3 de octubre, resumió la situación sin rodeos: "La agenda de Lula es como el rally París-Dakar. Lo ideal sería intercalar una semana más ligera con otra más pesada, pero es díficil".
Un viaje al día
Traducido en cifras, el cofundador del Partido de los Trabajadores (PT) ha visitado ya 11 ciudades del país desde que puso fin a sus vacaciones a mediados de enero. Prácticamente un viaje al día, descontando los fines de semana. Tan ajetreada es la vida del presidente que su médico personal, el cardiólogo Roberto Kalil Filho, ya ha dejado claro que le someterá a la revisión anual que llevaba aplazando desde diciembre "aunque tenga que llevarlo cogido de la oreja".
"Le debe de estar cayendo una bronca de Marisa [la primera dama] y de su médico", intuyó el ministro de Planificación, Paulo Bernardo, en declaraciones que recoge el diario 'O Globo'. Y tanto el titular de Sanidad, José Gomes Temporão, como el presidente del PT, Ricardo Berzoini, insistieron en llamar la atención sobre la frenética actividad del mandatario. "Es un trabajador obsesivo, no para. Lo que necesita ahora es descansar", apuntó el ministro. "Trabaja 16 horas al día. Si yo tuviera su agenda, acabaría en la cama en poco más de una semana", reconoció el dirigente del partido.
Desde que aterrizó en el Palacio de Planalto en 2003, Lula ha dedicado gran parte de su tiempo a viajar por el país y también por el extranjero. Sólo el año pasado, el presidente pasó más de 80 días fuera de Brasilia –la sede del Gobierno– y durmió en total unos tres meses fuera de sus fronteras, con visitas a una treintena de países.
elmundo.es
Era la medianoche del miércoles al jueves cuando el jefe de Estado brasileño se disponía a despegar de la base aérea de Recife rumbo a Davos, donde dos días después debía ser reconocido como 'estadista global'. Un premio que nadie antes había recibido en los 40 años de historia del Foro Económico Mundial.
Pero Lula llevaba el día entero dando muestras de cansancio, con dolores de garganta y de pecho, e incluso había cancelado un encuentro con la prensa por ese motivo. Ya por la noche, a punto de partir hacia la pequeña localidad suiza, el médico del presidente comprobó su estado y confirmó que no estaba en condiciones de volar. Su nivel de presión arterial se había disparado: 180/120 milímetros de mercurio (mmHg), o 18/12, muy por encima de los 11/8 que registró después de ser tratado con medicamentos.
El amago de crisis sólo duró unas horas –el tiempo que tardaron los expertos en ingresar al enfermo y darle el alta a la mañana siguiente–, pero refleja el ritmo de trabajo que lleva el gobernante del gigante sudamericano en su recta final en el poder. Dilma Roussef, su jefa de gabinete y aspirante a tomar el relevo tras las elecciones del próximo 3 de octubre, resumió la situación sin rodeos: "La agenda de Lula es como el rally París-Dakar. Lo ideal sería intercalar una semana más ligera con otra más pesada, pero es díficil".
Un viaje al día
Traducido en cifras, el cofundador del Partido de los Trabajadores (PT) ha visitado ya 11 ciudades del país desde que puso fin a sus vacaciones a mediados de enero. Prácticamente un viaje al día, descontando los fines de semana. Tan ajetreada es la vida del presidente que su médico personal, el cardiólogo Roberto Kalil Filho, ya ha dejado claro que le someterá a la revisión anual que llevaba aplazando desde diciembre "aunque tenga que llevarlo cogido de la oreja".
"Le debe de estar cayendo una bronca de Marisa [la primera dama] y de su médico", intuyó el ministro de Planificación, Paulo Bernardo, en declaraciones que recoge el diario 'O Globo'. Y tanto el titular de Sanidad, José Gomes Temporão, como el presidente del PT, Ricardo Berzoini, insistieron en llamar la atención sobre la frenética actividad del mandatario. "Es un trabajador obsesivo, no para. Lo que necesita ahora es descansar", apuntó el ministro. "Trabaja 16 horas al día. Si yo tuviera su agenda, acabaría en la cama en poco más de una semana", reconoció el dirigente del partido.
Desde que aterrizó en el Palacio de Planalto en 2003, Lula ha dedicado gran parte de su tiempo a viajar por el país y también por el extranjero. Sólo el año pasado, el presidente pasó más de 80 días fuera de Brasilia –la sede del Gobierno– y durmió en total unos tres meses fuera de sus fronteras, con visitas a una treintena de países.
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