sábado, 12 de septiembre de 2009

La música experimental


En nuestro país existe un campo artístico que se ha extendido notablemente en los últimos años: la escena de la música experimental. A diferencia de otros campos como el del jazz, la música académica contemporánea o la música electroacústica, que son promovidos o subvencionados por las gestiones culturales municipales, nacionales y universitarias, con festivales internacionales, ciclos, laboratorios y carreras, la música experimental es el “género” más desamparado, desconocido y menospreciado de nuestra sociedad. Sin embargo, desde el estallido social de 2001, explotó en casi todo el país. Como un grito de revulsión estética, poniendo en el sonido la más cruda representación de la vida cotidiana, esta música “para pocos”, según los medios masivos que la ignoran consecuentemente, se expandió como un virus entre los músicos de todo el país. Fuera de todo amparo, sus artistas comenzaron a generar ciclos, eventos y series para inundar de experimentación nuestras ciudades. No fue ajena a esta expansión la aparición de la web 2.0 y sus estimulantes formatos “hazlo-tú-mismo”, con la consiguiente y facilitada distribución de información entre la comunidad interesada. Los nuevos contextos son salas en desuso, casonas recicladas, livings de casas, galerías de arte, bares, galpones y también museos. A contramano de las normas y en sintonía con una sana prepotencia anarquizante, la música experimental devino marginal y clandestina, sin habilitación ni licencia para existir, sonando en cuanto espacio la acepte, poblando reductos incómodos pero libres, inaugurando modos de convivencia pública con artistas de distintas disciplinas pero idéntica actitud, que viven las mismas penurias pero que no dejan de activar situaciones e inventar excusas para intercambiar energía en sus lugares de acción. La crisis económica contribuyó sin duda a deprimir fatalmente el campo de apoyos, pero la escena experimental no dejó de crecer. En sus actividades no pareciera incidir el grado cero de interés reflejado a través del mutismo del mercado y de sus vías de difusión e intercambio, como siempre ocurre con las nuevas corrientes estéticas cuando no buscan el efecto comercial: es como si no existieran. En esta nueva escena, fuertemente establecida local e internacionalmente, habitan exponentes de distintas generaciones, tendencias y personalidades, formados en diferentes escuelas o meramente autodidactas y con proyectos muy disímiles. Podría decirse, en un plano idealista, que cada uno es una escuela en sí mismo. ANTIMERCADO.
El campo experimental edita caseramente sus productos y los ofrece en sus presentaciones públicas. El material circulante es mayormente CD-R, aunque su gráfica sea profesional y su música esté bien grabada. Visto así, amparado por el silencio mediático reinante, alguno podría pensar que la música experimental no existe.
¿De qué música hablamos? Si fuera posible describirla con palabras, es aquella que se descubre a sí misma en cada interpretación, la que no puede ser fijada más que en una partitura mutable y que impulsa la creatividad del músico que se le arrima. Aquella que no se duerme en los laureles de las obras maestras, que se mueve por el aire del presente y se ensucia con las impurezas de nuestra vida. Improvisada, guiada, azarosa o pensada, pero siempre reveladora. No hay revistas, libros, programas de radio ni de cable. Tan sólo internet, con su autonomía, permite oxigenar el circuito y mantener informada a una parte de la población interesada y curiosa, que asiste a las actividades a pesar de la indiferencia general. Sólo faltan los espacios donde mostrar. En este contexto son esenciales los programadores de lugares, muchos sin habilitación, que siendo conscientes de la desprotección y el ausente apoyo, ofrecen sus salas a los músicos experimentales sin asustarse por el carácter no comercial de su arte, y lo incorporan como una energía incontenible e imprevisible, que sorprende y contagia. Con esa apertura permiten que la escena se concentre, una sus fuerzas y divulgue sus producciones marginales. Algunos no pueden dar sus direcciones ni sus nombres, por temor a clausuras o a persecuciones, que siguen a la orden del día. Este informe no pretende facilitar las tareas represivas y confiscatorias, poniendo en peligro la continuidad de dichos espacios, sino que trata de reflejar una realidad escondida pero muy despierta.
UNA CASA.
Así se llama el espacio con mayor continuidad de trabajo en el campo experimental, al menos desde hace cinco años en San Telmo. Gerenciado por una pareja de intelectuales muy activa, interesada en abrir un lugar multidisciplinario y funcional. Transformaron una amplia casona y allí conviven informalmente las distintas artes con la música. Sus mentores permanecen en el anonimato para evitar inconvenientes porque su habilitación no reúne todos los requisitos y prefieren dejarlo así, sin publicidad de sus actividades, que sólo se difunden de boca en boca entre un sinnúmero de “amigos”. La música experimental ocupa sólo un 10% de las actividades”, dice C, el coordinador. “Creo que el Estado no tendría que intervenir en el arte en general ni en la promoción de las nuevas músicas en particular. Lo que se hace acá demuestra que es posible promocionar esta música sin su apoyo ni el de los medios. En mi caso particular, ruego que no se meta en mis asuntos”, resume con lucidez, sin dejar de reconocer que la ausencia institucional que margina no tan sólo a la comunidad musical de vanguardia finalmente lo beneficia. “En mi caso, no tener apoyo me fortalece. Me sentiría muy vulnerable al tener que acudir al Estado o a los medios para hacer lo que hago hoy en día. Me satisface saber que a pesar de las dificultades algo se puede hacer”.
Resulta claro: lo que el Estado deja de hacer en su carácter de gestor cultural, con presupuestos destinados a sectores desprotegidos que se dirigen siempre a los que todo lo tienen, termina haciéndolo la misma sociedad, generando anticuerpos para la sinrazón oficial. Hoy, por ejemplo, a las 22 se presenta Pasajero Uno, la unión de Uno x Uno, Gastón Caba y Kamusabi.
DOMUS ARTIS.
Este club de Villa Crespo (Triunvirato 4311) goza del prestigio y la exclusividad de ser el único espacio con piano de cola. Con una programación que mezcla géneros populares, actividades de teatro y danza con ciclos experimentales, Domus marcó una presencia vital en una zona de la ciudad no frecuentada, desde su inauguración en 2001. “Lo que más nos interesa es que la persona o el grupo tenga una búsqueda creativa, creación personal y originalidad más que nada”, dice Vanesa Ruffo, propietaria y programadora. Ella es compositora de música académica e integrante de orquestas experimentales.
Domus contiene actualmente ciclos como Instantes Sonoros, un domingo por mes, y ha presentado sesiones de improvisación libre y composición experimental. “Yo pertenezco a ese mundo, soy compositora, siempre que hay una oportunidad le abro las puertas a los colegas, pero no tengo muchas propuestas de música contemporánea o experimental”, aclara Vanesa. La sala de Domus es pequeña pero de excelente acústica, se utiliza también para grabaciones en vivo y se complementa con los espacios circundantes: patio, bar, salas de ensayo, donde también se realizan actividades, en tanto no estén ocupadas por clientes que las alquilen. La programación se hace con las propuestas que le llegan, no hay una producción que convoque a los artistas, pero es selectiva: “No programo música comercial, no quiero manchar la programación, que es el lado artístico del lugar”. Mañana a las 20 estarán Nicolás Diab, Wenchi Lazo, Diego Pojomovsky, Ezequiel y Christof Kurzmann. En los ocho años transcurridos desde el comienzo, Ruffo ha visto un notable crecimiento en el área experimental: “Creo que durante un tiempo estaba en un circulo muy cerrado y lentamente fue abriéndose mucho más, ahora veo que hay público que viene a ver qué es, no sólo el público fiel de lo experimental, y eso quiere decir que se está abriendo al mundo. No creo que haya sido de golpe pero creo que es una necesidad. En esta sociedad hecha tan ‘en serie’, el ser humano tiene que escapar por algún lado, salir del automatismo. Y todos estos espacios de investigación sobre el instrumento, con materiales, sonoros o plásticos, atraen a las personas para hacer que salga hacia fuera lo que hay adentro”.
OPINIÓN

Cada vez hay más lugares

Juan Carlos “Mono” Fontana (Músico)
Aunque muchos no se enteren, hay una zona en nuestra música –como en la de cualquier otro lugar– donde se trabaja con otras formas y otros conceptos, que no son los que se escuchan por radio. Y en ella, si hay improvisación, no será con el vocabulario del jazz. Recuerdo que, cuando era muy chico, por insistencia de un amigo, me animé a llevar una cinta con algo muy experimental que había hecho en casa al Cicmat, un laboratorio que había en el Centro Cultural San Martín, donde estaban Kropfl y Reichenbach. Me atendió un tal Maranzano y recuerdo que la escuchó y me dijo que no sabía; yo menos, y allí quedó la cinta. Hay ambientes muy cerrados y no creo que deba ser así. Es una necesidad de la música, pero también del cine y de la pintura. Hay que abrir la cabeza. Recién cuando tuve la idea de dejar de tocar en grupo y salir solo, en los años 90, empecé a armar un banco de sonidos que había grabado desde siempre, que me permiten armar un tejido externo sobre el cual tocar arriba. Hoy, cada vez hay más lugares para tocar estas músicas, pero hace veinte años recién abría Templum, uno de los primeros, cuando Marisa Salas tuvo esa visión. Gracias a que los músicos tienen la polenta para seguir adelante, ahora hay más gente abierta a escuchar cosas nuevas y espacios dispuestos a programarlas. Para avanzar, se necesitaría al menos un programita en Canal 7 el domingo a la mañana, y que el Rojas y Recoleta gestionen un poco, con alguien que los agrupe.
criticadigital.com

No hay comentarios: