viernes, 22 de agosto de 2008

Por qué al comenzar a convivir muchas parejas jóvenes pierden su vida sexual


"Yo, que soy fiel, ya no sé qué hacer con esta sequía”, dice Damián, de 32 años, que desde hace tres meses convive con su novia. Se llevan bien y padecen el mismo contratiempo. De hecho Laura, de 29, lo confirma: “Nunca antes habíamos estado tanto tiempo sin tocarnos”.
Como si fuera una carrera de obstáculos, los dos confían en que todo va a acomodarse pronto y hasta se lo toman a risa. Según el doctor Rubén Benítez, sexólogo, esa es la clave del éxito: “Es muy común que al principio de una convivencia la pareja pierda un poco el interés sexual, pero al adaptarse a la rutina diaria, si antes había pasión, siempre vuelve”.
Los ajustes pueden demorar más de lo que, los antes amantes apasionados, estén dispuestos a soportar y, ahí sí, pueden venir problemas verdaderos. “Algunos pasan esta etapa de adaptación con éxito y otros fracasan en el intento. Es cuestión de tiempo y relajación”, asegura la licenciada Inés Serudiansky, terapeuta de parejas.
Lo cierto es que de pronto un día, dos personas que hasta ese momento sólo se veían cuando tenían ganas, pasan a compartir todo: tiempo, espacio, costumbres y se asustan.
“La mayor cantidad de parejas jóvenes que me consultan lo hace por la angustia que les genera el enorme cambio que viven al pasar del noviazgo a la convivencia. Es como que se encasillan mutuamente en determinados roles y se aterran de terminar siendo como sus padres: eso mata cualquier libido”, reflexiona la licenciada Serudiansky.
“Ya no puedo eructar o sacar afuera mis ventosidades matinales porque a mi mujer le da asco y estoy siempre como incómodo en mi propia casa, conteniéndome. Se me fueron las ganas de revolcarme con mi chica desde que es mi esposa y ni siquiera puedo masturbarme, porque hace falta una intimidad que ya no encuentro. Siento que perdí la autonomía de mi propio cuerpo”, dice Gabriel, un recién casado de 35 años en plena crisis.
“Nunca más se arregló especialmente para mí, esa cosa de ponerse perfume y ropita linda y limpia. Y yo también lo dejé de hacer. Eso al principio nos desanimaba un montón, hasta que nos dimos cuenta y ahora tratamos de ir recuperando espacios de seducción y nos está yendo mejor”, cuenta Malena, de 30 años, que hace ya “once meses y tres días” que convive con Ernesto, de 29.
Se pierde el misterio. Ver esa bombacha colgando en la ducha o a él pegado a la Play Station hasta la una de la mañana hacen que la pasión se vaya al frezzer. Aquellos novios que cuando tenían una cita se iban a dormir juntos y se hacían arrumacos, al convivir comienzan a aumentar la cantidad de veces que se dicen “estoy cansado”, porque saben que el otro va a estar ahí todos los días.
“El gran secreto es hablar del tema, porque si no esa pequeña frustración se puede convertir en algo más grande y establecerse. Yo siempre aconsejo algo simple y efectivo: hay que encontrar un tiempo para relajarse juntos y, además, preservar espacios individuales”, dice el doctor Benítez.
Carlos, casado hace 20 años y taxista, ergo una suerte de filosofo urbano, resume la cuestión: “Después de mucho tiempo, los dos se hartan. Y al principio, hasta que se adaptan a compartir todo con el otro, se distancian un poco. Por eso, lo bueno de la convivencia siempre está en el medio. Esos son los años de verdad gloriosos”.

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