jueves, 21 de agosto de 2008

Divorciados bajo el mismo techo


La Justicia otorgó el divorcio a una pareja de septuagenarios que vivía bajo el mismo techo. Alegando motivos económicos, son cada vez más las parejas que inician el divorcio sin que uno se mude. Ella y él –los actores del fallo se mantienen en secreto– se casaron en 1955, tuvieron tres hijos y en enero de 2003 empezaron el juicio de divorcio. La relación venía en picada desde antes. Dormían en diferentes habitaciones.

Pero en la primera instancia judicial, el pedido fue rechazado, aludiendo que no habían transcurrido los tres años de separación de hecho sin voluntad de retomar el vínculo. “Se estaría permitiendo el acceso al divorcio a parejas que estuvieran pasando sólo crisis pasajeras”, expresaron en aquel momento los fiscales.

El hombre, que en 2002 había sido excluido de su hogar por violencia doméstica, insistió ante la Cámara Civil. Dijo que hacía más de diez años que no tenían relaciones sexuales.
Ella alegó violencia física y psicológica, infidelidades, humillaciones.
Ayer la Cámara Civil revocó el fallo y consideró que estuvieron separados de hecho durante un tiempo lo suficientemente largo para concederles el divorcio. Aclaró que la mujer “no fue culpable de la separación”. No es la primera vez que dos personas piden el divorcio desde la misma casa ni que la Justicia lo otorga.

Nina Brugo, presidenta de la Comisión de Mujer de la Asociación de Abogados de Buenos Aires, recuerda uno de estos primeros casos, a fines de los años noventa. “Un matrimonio de gente mayor, sin hijos; atendí a la señora. Vivían separados bajo el mismo techo, y él no le hablaba pero usaba cosas que compraba ella: artículos de higiene y perfumería. Hicieron el divorcio mientras vivían ahí y, cuando salió, siguieron así dos años. Acordaron que cada uno pagaría sus gastos. Llegué a conversar con el señor y él dijo: ‘Mientras ella no me moleste, todo bien’”, recuerda Brugo. “Somos compañeros de departamento. No cumplimos ninguna de las obligaciones maritales: asistencia, alimento, fidelidad y sexo. Queremos el divorcio y no nos da la plata para que uno de los dos se vaya de casa.”
Los abogados dicen que esta actitud se empieza a ver con más frecuencia.

“Antes había que acreditar tener más de tres años de separación de hecho. Pero se empezaron a hacer presentaciones donde el argumento vertebral era que quienes pedían este divorcio convivían sólo por una cuestión económica. Esa cohabitación no implicaba que cumplieran con los otros órdenes legales de un matrimonio. El orden público de Familia se fue haciendo más flexible”, explicó Gabriela Silva Alpa, abogada. “Muchos siguen conviviendo mientras tramitan su divorcio. A veces uno propone que una de las partes se vaya porque puede ser peligroso vivir bajo el mismo techo si hay violencia”, expresó Ana Rosenfeld, abogada.
Rosenfeld está convencida de que La Guerra de los Roses no es sólo una película: “En la práctica existe. Cada caso es distinto, pero por norma no conviene convivir bajo el mismo techo mientras sale el divorcio; puede terminar en una guerra que hace mal a todos, y peor a los chicos”. Y advierte que, a veces, la falta de recursos “es la excusa para no perder terreno”, dice Rosenfeld.
Gimena es de las hijas que crecieron con padres que tienen la misma llave pero hace diez años no son pareja. “A los hijos nos afecta más que a los padres, por la anormalidad de la situación y de la imagen de pareja que uno se forma. La guerra deja secuelas en todos. Quedás de rehén”, dijo.
Irene Meler, coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género (APBA), señaló: “Se ve en matrimonios no muy jóvenes y civilizados. A veces funciona. Es contradictorio: pedir el divorcio y vivir juntos. Habla de una ambivalencia emocional que no permite romper completamente el vínculo”.
Sin ruptura no hay nueva vida
“Vivir bajo el mismo techo cuando no existe vida de pareja provoca confusión, bronca y boicots, y afecta a los hijos, los más perjudicados”, explica Graciela Moreschi, psiquiatra especialista en vínculos. “Si la convivencia continúa, uno sigue participando y controlando, aunque no quiera, lo que le pasa al otro. Se promueve aún más esa competencia de a quién le va mejor, quién tiene más éxito. Aunque uno se crea indiferente, esto afecta. Para los hijos se vuelve terrible estar del lado de la madre o el padre. Hay confusión, por más que sepan que cada cónyuge hace lo suyo, al mantener la estructura de antes, perciben la nueva vida de sus padres como un engaño. Tiene un costo emocional altísimo y genera una bronca crónica. Sin desenganche, no se puede empezar una nueva vida.”
Crítica de la Argentina

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