domingo, 16 de agosto de 2009

Cafeomancia


Aun cuando piense que leer la borra del café es un acto más cercano al engaño que al oráculo, aun cuando piense que las formas lánguidas, nocturnas y burbujeantes sobre el fondo del pocillo tienen menos que ver con usted que la cuenta del gas, aun cuando piense que aquellos que se toman el trabajo de leerla están deliberadamente tomándolo por un perejil de cuarta, aun creyendo todo eso, si alguien toma su taza y la somete a un estudio atento, usted sentirá un estremecimiento similar a cuando su médico sostiene sus últimos análisis clínicos. Es decir, algo seguramente se le va a fruncir.

Y es natural que así sea, pues la lectura de la borra del café, cafeomancia para los amigos, viene provocando fruncimientos desde los tiempos de las invasiones otomanas allá en el 1500, y se disputan su surgimiento los sirios, los libaneses, los armenios, los gitanos y los turcos, señal de que una huella concreta, palpable y más allá de este mundo, debe ponerse en funcionamiento mientras uno sorbe distraídamente su café en un bar y se dispone a mirar las nalgas de alrededor. A decir verdad, hace mucho tiempo atrás, unos cinco mil años, los chinos ya predecían el futuro leyendo las hebras del té. Ellos, los padres del I-Ching, fueron los primeros en entender que los restos de una bebida podían dejar rastros más profundos que una simple tirada de cartas, una tirada de runas o una tirada de manga. Sin embargo, hoy en día esta práctica se limita a un puñado de ancianos conocedores de la tradición en su país de origen, mientras que la lectura del café trascendió las colectividades, se internacionalizó y en la actualidad, se sorprenderá al descubrir en ciertos rincones de restoranes, alguien hundiendo sus narices en pocillos ajenos, con el fin de desentrañar qué línea de colectivo terminará pasándolo por arriba.

Si bien circulan manuales de cómo instruirse en cafeomancia al igual que cursos a larga y corta distancia, en el sentido categórico del término, la lectura de borra no es algo que pueda enseñarse y menos aún, aprender de un libro. No hay un método único y avalado de leer el café. Los expertos consultados para esta nota difieren prácticamente en todo. Más allá de que existan dibujos y símbolos que coinciden en darle una misma connotación: un tridente, algo jodido sucederá; cruz, una pelea; un caballo, prosperidad, etc. La verdad es que los practicantes más experimentados sólo toman la significación de estos signos de acuerdo con variables sutiles como el cuadro completo de la taza, la energía del bebedor depositada en ella –algo que, la mayoría, dice poder sentir– y el resto del café que permanece en el plato, para algunos, el lugar donde quedan reservados los augurios del futuro, para otros, apenas un corolario de aquello que la taza quiere decir, el equivalente líquido de Néstor y Cristina.

La borra no es para cualquiera. Exige de una clase particular de persona. Si usted es de los que ven una nube y no percibe un dibujo espumoso, etéreo, que le es propio, o no detecta la fascinante gama de figuras humanas que esconden las manchas de humedad en los telos de baja categoría, la cafeomancia no es para usted. Olvídelo. El INDEC tiene más imaginación.

Las historias de los que practican el descifrado de café está marcada por dibujos y formas donde quiera que vayan. Ana María Garay, por ejemplo, quien lee con reservas de turnos en Moldes 1801 –Wido Bar–, de pequeña veía ángeles en los techos de yeso, animales salvajes en las hojas, rostros desconocidos en el jardín de sus padres, dueños de una funeraria. “Tengo la percepción extrasensorial muy desarrollada”, dice Ana, envuelta en una capelina. “Fui al médico pensando que podía ser algo malo y me dijo: ‘Ana, esto no es un problema, esto es un don’.”

Garay se había especializado en grafología –el arte de captar el espíritu a través de la letra–, hasta que en un viaje a Egipto, treinta años atrás, una anciana armenia se acercó a decirle en inglés: “Cuando yo no esté, usted va a hacer lo mismo que yo. Me dedico a leer la borra del café. Usted tiene algo dentro que debe desarrollar”. “Pero yo soy grafóloga, lo siento”, retrocedió Garay. La mujer era insistente: “Cuando yo no esté, usted va a hacer lo mismo que yo. Ya lo verá”. Garay no supo más de la anciana. Volvió a su país y empezó leyendo toda clase de sobras. Sorprendía a sus amigas diciéndoles: “Dejame que te leo la salsa”. Con sólo verle el tuco, le pronosticó a una solterona que se casaría en breve. “Todo lo que queda de resto en el plato, lo leo”, se entusiasma Ana. De a poco, fue interpretando las cascadas de símbolos taza adentro. “Esto es metafísica pura, uno le pasa su carga a cada cosa. A un joven, recuerdo, le vi claramente que se le terminaba la vida. Y a los tres meses murió de cáncer. Pero no le digo a nadie que se va a morir, eh. A lo sumo, lo mando al médico.” Garay fue secretaria de la Ford y de la Universidad de Belgrano. Hoy es jubilada, ayuda a enfermos terminales, hace unipersonales de teatro y en sus sesiones combina grafología y cafeomancia. Desde hace tres años, atraviesa las dos cuadras que la separan del bar a leer el oráculo con forma de tacita. Lleva su propio café, su pocillo, su jarrito y su plato en forma de flor, y lo prepara ella misma, molido a la turca. No es menor el dato. Pues dice que, en plena ebullición sobre la hornalla, ve cosas. “El otro día vi en el agua que una mujer era monja. Para mí, la letra es como un pantallazo y el café una foto. Yo misma soy descreída, y a veces ni yo lo puedo creer. Veo 5 hijos. Y me dice una mujer que tiene cuatro. Le pregunto: ‘¿no tuviste un aborto?’ ‘Sí’. Ahí están entonces los cinco hijos que vi”.

La historia de Garay es un hecho curioso en el mundo de los lectores de borras, pues, de algún modo, en la mayoría de los futuros lectores existe una transmisión familiar. Cristina Papazian, locutora, 15 años como empleada del Gobierno de la Ciudad en Defensa al Consumidor, 27 años practicando la cafeomancia –con turnos, en Tadrón Teatro, Niceto Vega y Cabrera–, no necesitaba viajar a Medio Oriente para conocer la tradición de la borra. La tenía en el living de su casa. “Mamá era libanesa de origen armenio y leía la borra. Y también sus amigas. Así que venían a casa y yo, de chica, ya veía todo ese mundo. Ellas contaban historias mientras leían la borra a la gente, y es algo que hoy yo repito”. Papazian se zambulle en unas 70 tazas al mes. Tiene sus códigos: fiestas no, mesas con mucha gente no, noticias fulminantes no, embarazadas tampoco –“no quiero dar precisiones sobre cómo será el niño”–, menores, ni lo sueñen. Trabajo difícil de medir, el de la borra. “No sé qué nivel de aciertos tengo. La gente no me lo dice. Hice cursos de bioenergía para entender que uno es como un canal”, dice Cristina, encendida como bombilla eléctrica y cargada de energía, aún cuando enviudó meses atrás. “Más que leer la taza, tengo una gran facilidad para entrar en el otro. No se trata esto de adivinar el futuro. Yo doy lecturas orientativas. La taza puede tener miles de dibujos pero si no los buscás en tu vida, lo más probable es que no te sucedan”.

Garay, la ex secretaria de la Ford, lee los tiempos en el pocillo por sectores longitudinales tomando el mango como referencia: pasado, presente y futuro. Papazian, en cambio, empieza por el lugar de la taza donde uno pone la boca, si necesita precisiones se asiste de un péndulo. Dice que los sucesos que se avecinan con más rapidez suben, como espuma, al borde de la taza. En octubre de 2001, durante una feria de las colectividades, leyó a más de 20 personas y, por alguna razón, todos aquellos bordes de tazas estaban extrañamente vacíos. “Era como si en los próximos tres meses, ninguno de sus planes se fuera a concretar. Pensé que habíamos preparado mal el café. Después sucedió la hecatombe de 2001 y ahí me cerró todo”.

Cada colectividad, con su manual. En Grecia, por ejemplo, la tradición de cafeomancia es de los varones de la casa. Por lo general, cuando hay fiestas, multitudinarias, pantagruélicas y ruidosas fiestas griegas con bailes con platos rotos, es común que un tío sobre un rincón lea la borra a aquellos familiares que prefieren que les lean la taza antes que estrellársela en la cabeza. En la vida de Christian Patakioutas, ese tío se llamaba Giula, gordo, whisky en mano, un tipo que tenía una dolorosa percepción para las fatalidades, empezando por la de su hermana. En las fiestas, cada vez que veía a un niño corriendo, Giula lo capturaba al vuelo, le ponía la taza frente a las narices y le decía: “¿Ves algo?” Fabio, Gerardo y Esteban, hermanos y primos, se encogían de hombros y seguían de largo. Pero Christian se concentraba en la taza un rato: él podía ver. “Mi tío me enseñó los símbolos y la interpretación de cada color. Ellos buscan en las nuevas generaciones quien pueda continuar la tradición. En el café se da la unión de muchos elementos: el agua, el grano de café que viene de la tierra, el fuego que lo calienta, y el metal donde lo preparás. Esto no es brujería. A mí me llaman para que haga unión de parejas pero yo no intervengo en esas cosas. Yo tampoco digo si veo una muerte o si veo cuernos. La lectura de la borra era algo propio de la colectividad, pero con Menem todo lo árabe se puso de moda”.

¿Pero se ven los cuernos?, se le pregunta. “¡Y cómo se ven! A veces, hasta surgen nombres casi completos. El último sábado estaba escrito Alicia”.

Patakioutas, que lee la borra en el Club Sirio Libanés –cien lecturas al mes–, dice que la mayoría de la gente se acerca a preguntar por temas económicos y que su lectura alcanza hasta diez años. Hizo lecturas en el hotel Faena durante el cumpleaños del hermano del empresario y leyó, a pedido, la taza de Lilita Carrió. “No le daba bien. Le dije que tuviera cuidado con un hombre petiso de bigotes. No sé si prestó atención. Con muchos jóvenes pasa que escuchan lo que quieren y se autoengañan”.

Este Christian es un misterio como el café. Tiene 46, no le interesa internet, ni los autos, ni el celular. En el pocillo, ve caballos, islas, personas, tridentes, gatos y la torre Eiffel. Hay clientes fijos, muchos abogados, que le preguntan cómo saldrán las audiencias. A veces, se ponen tan obsesivos y sedientos de cafeína que Patakioutas les tiene que patear los turnos. “Si no, se te hacen muy dependientes y no quiero que eso pase. De todos modos, depende de lo que vos hagas para que los hechos se den. No porque te diga que enero es positivo te vas a tirar panza arriba y se te van a dar las cosas”.

A Christian no le gusta leer los pocillos de su propia familia. Pero a veces, como les sucede a los corredores con los autos, a los jugadores con las pelotas y a los pedófilos con los niños, la taza puede más. Una vez, mientras levantaba los pocillos para lavar, vio algo oscuro que teñía la taza de su mamá. “Era un problema serio de salud. Y al poco tiempo, la dieron por muerta. Cuando iba a ser papá, de ansioso, me leí la borra a mí mismo para ver el sexo. Salió mujer. Y hasta vi la cara de mi futura hija en la taza”.

Patakioutas enseña a volcar la taza hacia el frente del plato, una vez culminado el café. Pues, lo cree así, uno transmite parte de su campo energético al acto. “Cuando uno toma, no hay modo de prevenir lo que te queda grabado”, dice, enigmático. “Cada persona te transmite una energía particular. El caballo es símbolo de prosperidad, pero en una oportunidad, yo lo sentí como algo malo, como un accidente. Y le dije: ‘Tené cuidado con los caballos’. Yo ayudo a la gente a estar prevenida para lo malo y a capitalizar los momentos propicios. En tu taza, por ejemplo, se ve claramente que tenés que cuidarte la zona hepática y que el mes positivo para vos es octubre, ideal para iniciar y agilizar proyectos”.

Al tiempo que escribo esta nota, llevo dos días bebiendo tecito con limón y tomando sopa, y aun así, mi hígado sigue afectado por una extraña pataleta, cercana a una toma de aikido. Espero, por lo menos, llegar vivo a octubre.

Tres lecturas para un cronista

Decidí someter mi destino a la prueba de la borra porque era un buen modo de comparar las lecturas de los tres entrevistados, porque era una forma de vislumbrar mis posibilidades futuras y, además, porque era gratis. Para ponerlo en tema sobre quién es el que bebe el café, le diré: acabo de mudarme y remodelar una casa, por lo cual debo una suma considerable de dinero a mi familia, estoy separado y acabo de ser padre por segunda vez, crío solo a mi primera hija, y, si me preguntas seriamente, no tengo ni la más remota idea de adónde se dirige mi vida. Así que, quién dice, quizás el café lo sepa mejor que yo. Antes de seguir con las lecturas, le advierto: en el momento de asomarse a mi taza, esta gente no sabía nada de mí.

“Veo una parte de mujer que quizás te juegue en contra. Tenés un mandato familiar que no existe y que te tira para atrás. Éste es el fin de una etapa para vos. Vas a tener muchos momentos de cambio. Te cuesta mucho poner límites, ¿no es cierto? Necesitás ser perseverante y llegar hasta el final. Veo una mudanza. Veo un vuelo. ¿Tenés dos hijos? Se ve acá que fuiste más que un papá para tu hija. En agosto puede que te salga un viaje al sur de la Argentina por algo de los K. Y en tu trabajo se ve que hay un hombre que tiene una máscara y te usa. Tené cuidado. No tengas héroes. Atrevete a hacer cosas nuevas. A los 40, vas a tener tu propia revista. Necesitás hacer boxeo o defensa personal para saber que los golpes no te matan”.
Ana María Garay
“Veo una parte afectiva negativa en estos primeros meses. Hay un tema económico que te genera malestar. Veo un egreso de dinero hacia la construcción, ladrillos. Sin embargo, esto a futuro te dará beneficio y tranquilidad. En septiembre y octubre hay cambios importantes. Veo cuatro personas que van a emprender algo con vos. Veo aumento de la parte económica. Tené cuidado en ese proyecto de alguien con la letra J, que puede obstruirte”.
Christian Patakioutas
“Existe un tema económico del que necesitás salir y te consume energías. Para vos es importante la mirada de los otros. Tenés que relajarte. Tu hija te tiene adoración pero hay una mala energía que les llega de afuera. En cuatro meses, una mujer te va a reclamar una definición. No te conviene aceptarla. Tu meta, por ahora, no es encontrar pareja. Tenés un potencial que no tenés claro. Te falta compromiso. Hay una persona con letra E que va a ayudarte en tu vida laboral. Hay muchas proyectos que no se van a dar por ahora, los veo como círculos sin salidas. Recién en dos años te vas a encontrar haciendo lo que realmente querés. Y veo un tercer bebé así que andá ahorrando dinero”.
Cristina Papazian
criticadigital.com

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