sábado, 29 de agosto de 2009

Las armas antidolor


Son más las personas víctimas de dolor crónico que las de infartos, diabetes y cáncer combinados, pero la mayor parte de los fármacos que se usan para aliviar ese dolor tienen una efectividad limitada y muchos efectos secundarios indeseados. Un niño de 10 años paquistaní, pobre de toda pobreza, fue el inicio de una solución.

Solía llamar la atención de los transeúntes de la ciudad de Lahore, en el noroeste de Paquistán, a fines de los ‘90. Daba espectáculos en la calle para ganarse la vida, caminando sobre carbones encendidos sin mostrar el menor problema, con un rostro tan plácido como si pisara una mullida alfombra. Pero la placidez terminó cuando un genetista de la Universidad de Cambridge (Inglaterra) se enteró de la situación y empezó a sospechar que en realidad el chico padecía una rara insensibilidad congénita al dolor.

Sin embargo, el investigador nunca llegó a Paquistán a tiempo para corroborar sus ideas, porque el chico murió al caer de un tejado. Su inmunidad al dolor era tal que tampoco gozaba de alguna de sus ventajas: mantenerse alejado de las situaciones potencialmente peligrosas. Lo que hizo el genetista aquel fue unirse con otros especialistas británicos y paquistaníes, para buscar a otras personas que tuvieran la misma condición que el niño; fueron buscadas entre sus parientes, y finalmente aparecieron seis chicos más, todos con la misma condición genética, todos insensibles hasta al dolor más profundo.

Tras seis años de investigaciones, se descubrió que la responsable de la situación era una única mutación genética. Todo sucedía en virtud de un cambio en el gen SCN9A, responsable de la producción de los canales de sodio 1.7, estructuras que se ubican en las paredes de las fibras nerviosas y que son cruciales para desatar el mecanismo del dolor. En las situaciones crónicas, ellas suelen funcionar excesivamente, ya sea porque son estimulados por una inflamación persistente, ya sea porque se produce un aumento en la cantidad de canales, por causas que la ciencia aún desconoce.

Cuando lo que sucede es una mutación genética como la encontrada en los niños paquistaníes, esos canales no funcionan. Ese descubrimiento, publicado en una de las revistas científicas más importantes del mundo (Nature), despertó el interés de la industria farmacéutica para lograr lo opuesto: sabiendo qué es lo que produce insensibilidad en el organismo, es factible fabricar un fármaco que saque de carrera a los canales de sodio 1.7. Bloquearlos, o al menos disminuir su acción, para calmar los peores dolores.Uno de esos laboratorios está ahora a punto de lograrlo. Se llama Newton, es italiano, y justamente se especializa en sintetizar medicamentos contra el dolor. Ya bautizó a la nueva droga que bloquea los canales de sodio 1.7 como ralfinamida, y prevé que podrá salir al mercado en el año 2013.

La promesa. El objetivo de los creadores de la nueva droga es que sea más específica que los analgésicos disponibles en la actualidad, eso la haría más potente y le quitaría efectos secundarios indeseados. De acuerdo con Ravi Anand, coordinador del equipo médico de Newton, la ralfinamida actuará únicamente sobre los canales de sodio 1.7, a diferencia de lo que sucede con otros medicamentos, que atacan indiscriminadamente a otros canales de sodio existentes en las células del cuerpo, aunque los mismos no tengan ninguna relación con el dolor.

El nuevo fármaco está en la última fase de prueba clínicas en seres humanos, a punto de ser remitido para que las autoridades sanitarias lo testeen y aprueben (o no, siempre cabe esa posibilidad). Quienes lo prueban son personas que sufren de dolor lumbar crónico, uno de los más difíciles de erradicar. Aunque esto no implica que su uso, de ser aprobado, se restrinja a este tipo de molestias, sino que una vez comprobada la eficacia y la inocuidad del medicamento, se ampliará la autorización para emplearlo en otros males con dolores fuertes y persistentes.

Lo que hay. La mayor parte de los dolores crónicos son tratados hoy con medicamentos que fueron indicados originalmente para otro fin, que no es el de aliviar el dolor. Por eso los pacientes suelen tener una larga lista de efectos colaterales. Los antidepresivos y anticonvulsionantes, por ejemplo, suelen causar somnolencia y falta de concentración. Y hasta las drogas más específicas traen problemas: la morfina y otros derivados del opio, aún cuando se usen en dosis menores, pueden provocar dependencia. Y, por ende, situaciones de abstinencia cuando se los deja de ingerir. Por otro lado, el uso prolongado de los antiinflamatorios tiene el riesgo de poder causar hemorragias estomacales, además de otros daños graves.

Una de las dudas que los científicos precisan aclarar respecto de la ralfinamida es si ella es capaz de comprometer la sensibilidad a cualquier tipo de dolor, un efecto nada deseable, si se tiene en cuenta que las sensaciones dolorosas son uno de los medios que tiene el organismo para dar a entender que algo no está bien con él. “Es poco probable que vaya a suceder eso”, opina el neurólogo Daniel Ciampi, miembro del Grupo de dolor del Instituto del Cáncer del Estado de San Pablo, en Brasil. ¿Por qué? Porque aún cuando los canales de sodio 1.7 sean uno de los dos elementos principales en el proceso detonante del dolor, no son los únicos. Por lo tanto, el mecanismo de alerta restante no es afectado por la nueva droga y sigue lanzando mínimas señales dolorosas.

La opinión general de los expertos es que el nuevo analgésico será una revolución. “Los remedios actuales suelen aliviar el dolor crónico entre un 60% y un 70% –explica la neurocientífica Silvia Siquiera, del grupo del dolor del Hospital de Clínicas–. Si los ensayos siguen con buenos resultados, la ralfinamida tendrá más efectividad".

A futuro. Mientras tanto, investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España anunciaron esta semana haber dado con un derivado sintético de la morfina que, al ser administrado en ratas, muestra un efecto analgésico cien veces más potente y dos veces más duradero que la droga original, además de tener menos efectos secundarios.

“A pesar de que en los últimos 40 años se han descubierto nuevos compuestos con capacidad analgésica, no ha habido avances significativos en el repertorio de fármacos disponibles para el “tratamiento del dolor crónico”, reconoce Gregorio Valencia, uno de los autores de la investigación.

“Esta es la primera vez que damos con un derivado azucarado de la morfina con más capacidad analgésica que el fármaco original –asegura–. Administrado por vía intraperitoneal, el compuesto es cien veces más potente que la morfina, con efectos dos veces más duraderos. Y no produce adicción tras una administración prolongada.”

Más allá de tantas promesas, lo cierto es que estos estudios recién se están haciendo sobre ratas, con lo cual pasarán varios años, no menos de cinco, antes de tener indicadores de funcionamiento en humanos.

Producto de la colaboración entre investigadores estadounidenses (de la Universidad de Carolina del Norte) y fineses (de la Universidad de Helsinki), llega también el descubrimiento de un nuevo blanco terapéutico para controlar el dolor. En este caso, se trata de una proteína que, normalmente, actúa en el momento en el que las neuronas (o células nerviosas) convierten ciertos mensajeros químicos que provocan dolor en unos que los suprimen.

La batalla se da en el interior más profundo del cuerpo humano, y lo novedoso es que un antiguo conocido de los científicos ahora cobra nueva dimensión y un nuevo rol. Una proteína cuyo nombre técnico es PAP, usada de manera rutinaria para diagnosticar el cáncer de próstata, es una de las dos sustancias que convierten la señal de dolor en una señal de no dolor. Cuando los investigadores inyectan ciertas cantidades de PAP en la espinal dorsal de ratas, la sensibilidad al dolor disminuye “hasta 8 veces más que cuando se les administra morfina, pero por mucho más tiempo”, asegura Mark Zylka, desde los Estados Unidos.

Esta alternativa es la más lejana de las tres en estudio: todavía es necesario que los investigadores hallen el modo de sintetizar la sustancia y transformarla en una píldora, un jarabe, una inyección que sea posible administrar sin riesgos y con efectividad. Pero todos los caminos parecen llevar a una buena lucha contra el dolor en un horizonte próximo y accesible.

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