domingo, 7 de septiembre de 2008

La ley de la ligadura de trompas no se cumple



Eva Bravo tiene 34 años. Y ocho hijos. Hace diez, a los 24 y ya con cinco, pidió ligarse las trompas y le dijeron que no. “Yo no quería saber más nada con quedar embarazada, pero me dijeron que no podía porque no estaba permitido”, explica.
Hace dos años, en septiembre de 2006, se promulgó la ley nacional 26.130, que estableció el derecho a acceder a la ligadura de las trompas de Falopio (para las mujeres) y a la vasectomía (para los varones).
La ley se hizo para todos. Entonces Eva volvió a pedir: fue el 19 de junio de 2007, cuando tuvo a su último hijo –Matías– en el Hospital Mercante, de José C. Paz. Y una vez más, le dijeron que no. La ley ya estaba vigente. “Hasta pariendo les pedía que me hagan la ligadura, pero ellos me contestaron ‘si te gusta el carozo, ahora bancate la pelusa’.” Igual que hace diez años.
Igual que cuando la ligadura de trompas no estaba prohibida, aunque sí accesible para las mujeres que podían pagarla en una clínica privada. Eva trabaja ocho horas como albañil de un programa de viviendas de José C. Paz. Gana 250 pesos por quincena. La canasta básica del INDEC dice que una familia tipo necesita 928,38 pesos para no caerse de pobre. Eva es pobre y la familia tipo –de mamá, papá y dos hijos– no es su tipo. Los mantiene ella sola y no tiene dos hijos sino 2 + 2 + 2 + 2 y con la mitad de la canasta básica. “Yo vivo en una pieza chiquitita de cuatro por cuatro y ahí duermen los chicos, duermen en el piso”, cuenta. Fue mamá por primera vez a los 18 años. A esa edad tuvo a Ezequiel (que ya tiene 16 y se siente el padre-hermano de sus hermanos) y después a Brian (que tiene 15 y camina la cuadra con anteojos negros), a Noelia (de 14, que es perseguida en la cuadra por Ezequiel para que vuelva a casa), a Eva (que tiene 12 y prefiere buscar amigas a recoger el polvo que levantan los más chicos), a Andrea (que tiene 9, ojos almendra, uñas pintadas de violeta y una campera con corazones), a Leonel (de 5, que grita “a mí me toca” cuando le toca que le atajen a un Winnie Poh hecho pelota), a Eduardo (que tiene 3 y anuncia “voy a dar una vuelta” en una bici sin cadena a la que corre de parado igual que al sueño de la bici propia) y a Matías (que tiene uno y quiere tener siempre a su mamá para él y estar a upa).
“Ellos almuerzan, cenar no. Cenar, toman una taza de té con bastante pan. Cuando puedo conseguir que me den leche en polvo, les doy leche. Pero yo tengo de gasto cinco litros de leche por día. Sacá la cuenta: a 2,50 el litro de leche. Y tengo que tener todos los días”, dice. Cuando Leonel y Eduardo ven fruta, se asombran, preguntan, piden permiso con ganas: “¿Puedo comer una?”–Yo me doy cuenta de que estoy embarazada cuando me salta la panza, puedo estar de seis meses que no me doy cuenta, porque tengo mi ciclo normal –cuenta Eva.
–¿Y usar otros métodos anticonceptivos?
–No me funcionaron. Ya probé inyecciones, el espiral no me gusta, no le tengo confianza, ahora tengo para las pastillas.
¿Y si no tengo?
Por eso quiero directamente la ligadura. Pero no me la hacen –protesta.
“Se violan los derechos humanos de las mujeres porque la ley no se cumple y no hay decisión política de hacerla cumplir”, denuncia Margarita Nicoliche, presidenta del Centro de Estudios Sociales y Políticos para el Desarrollo Humano (Cesppedh) de San Miguel.
“Se generan situaciones injustas donde no se respetan la ley ni la calidad de vida de las mujeres que quieren que se cumpla con su derecho. No existe ningún argumento válido para no aplicar la ley y la decisión política es que se cumpla y si no se cumple lo tienen que denunciar en el Ministerio de Salud”, dice Silvia Kochen, asesora de Graciela Ocaña en el Ministerio de Salud de la Nación.
Pero la ley se cumple a veces. Y a veces no, como en el caso de Eva.
“Está bien que te dicen que si voy a un hospital de Capital me lo hacen, pero a mí me lo descuentan y si falto dos días son 60 pesos. Yo no puedo.
Además, ¿por qué tengo que irme tan lejos y dejar a los chicos solos, si es mi derecho?. Si yo tuviera la plata para pagarlo me lo hago, pero tampoco tengo por qué pagar algo que existe”, dice, con su derecho incumplido y latente.
“Yo a veces tengo ganas de ir y hacerles pito catalán –‘me lo hice aunque ustedes no quisieron’–, cuenta Silvia Fanny Buelba, que tiene a Melina (17), Marcos (15), Mauro (12), Macarena (9), Milena (7) y a Mariela (4), y ya sabe, a los 36 años, que no va a tener ninguna M. más en su mesa. “En el Hospital Larcade, de San Miguel, pedí hacerme la ligadura y me trataron como a una porquería. Finalmente me la hice en el Hospital Álvarez. Pero en San Miguel siguen poniendo trabas. Y la mayoría de las mujeres no buscan. Parece que quieren familias numerosas, gente ignorante, que no salga adelante, porque son los de los votos y los que pueden llevar de acá para allá. Y yo no quería eso ni para mí ni para mis hijos. Yo los quiero sacar adelante”, dice.
En el caso de Silvia, la decisión de ligarse las trompas no sólo paró sus embarazos. La paró a ella. “Yo empecé a sentirme libre. Mi hija tiene cuatro años y medio. A esta altura, tendría dos hijos más. ¿Qué estaría haciendo ahora? Cuidando más bebitos. Y ahora, en cambio, empecé a vivir. Pude empezar a trabajar, a salir, a ocuparme de mi salud y de mis chicos. Ahora me puedo ocupar un rato de cada uno. No se descontrola tanto la cosa.”

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