lunes, 29 de septiembre de 2008

Los chicos que se aíslan en su cuarto y sólo se relacionan con la tecnología


El fenómeno de los "hikikomori" nació en Japón, pero llegó a otros países, entre ellos la Argentina.
Por:
Pilar Ferreyra
Durante casi dos años, en la casa de Uriel sólo se cocinó lo que a él le gustaba. Comía, dormía y vivía en su habitación atestada de tecnología que sus padres habían comprado a su pedido y exigencia. No chateaba ni escribía correos electrónicos, ni jugaba en red con otros chicos. Sí contra sí mismo, en la consola de juegos o en la PC. Sus cuatro hermanos debieron adaptarse a sus horarios. La salida al colegio y a los trabajos debía ser silenciosa para no despertarlo. Desde su hermano más chiquito (que iba al jardín) hasta el adolescente, todos hablaban en voz baja y caminaban en puntas de pie. Decían: "Uri está durmiendo".
Uriel (no es su verdadero nombre) hoy está recuperado pero alguna vez fue lo que en Japón llaman un "hikikomori". O un joven con "trastorno de autoencierro", como los designa la psicóloga clínica argentina Sonia Almada, también directora del centro asistencial de salud mental Aralma.
Los hikikomori aparecieron en nuestro país después de la crisis de 2001 y aunque cada día son más, la mayoría de ellos tiene un diagnóstico de depresión o de fobia social que concluye en medicación y, muchas veces, en internación. "Sin embargo -opina Almada- los hikikomori con medicación no se curan, ni internándolos salen del autoencierro. Así no mejoran. La única forma de que mejoren es atendiéndolos a domicilio".
Los hikikomori son mayormente jóvenes de entre 13 y 20 años, varones y primogénitos de familia de profesionales. Jóvenes brillantes que un día se hartaron de no jugar al fútbol como sus padres querrían. Que se hastiaron de nunca destacar lo suficiente en la escuela ante la mirada de la madre. Ni de dibujar con perfección "davinciana" o de ganar todos los partidos de ajedrez. Son chicos que un día colgaron los botines para recluirse en una habitación repleta de tecnología y que pueden recluirse allí hasta varios años.
A diferencia de los esquizofrénicos, que tienen delirios y alucinaciones, o de los que sufren de algún tipo de trastorno de ansiedad, que deriva en incapacidades cognitivas y sociales, el hikikomori no quiere salir. "La sensación de los hikikomori es que si hacen algo, a los ojos de sus papás, van a fracasar. No se sabe muy bien por qué deciden encerrarse. Pero todos son hijos de padres que les exigen que hagan lo que ellos no pudieron.
Por lo mismo, un día deciden autoencerrarse y eso, al principio, les da alivio. No socializan con nadie ni quieren salir a ningún lado", describe Almada.
"Me encierro porque me siento indefenso e inseguro. Incapaz de afrontar la realidad. Me encierro porque me siento solo en este mundo, me siento perseguido, observado y cuestionado". Estas palabras, de uno de los pacientes hikikomori de Almada, explican por qué se autoencierran. El fenómeno hikikomori nació en Japón en los 90, y allí afecta a 1.200.000 adolescentes ultraexigidos por una madre sobreprotectora, un padre ausente y una sociedad posmoderna que demanda competitividad, rendimiento y alto consumo.
Los criterios para detectar el hikikomori en un adolescente son:
Se aislan progresivamente, hasta el autoencierro.
Muestran desinterés por los proyectos anteriores y también por el futuro.
Evitan las situaciones públicas o a los desconocidos.
Se oponen absolutamente a salir de la casa o a recibir visitas.
Descuidan su higiene y ropa.
Sus únicas actividades e intereses son los juegos de PC y de las consolas.
La mayoría de los padres de los hikikomori no asumen su responsabilidad en el padecer de su hijo. Con el tiempo comprenden que es una problemática de origen familiar y que todos necesitan ayuda.

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