KABUL .- “El velo es algo obligatorio para las mujeres musulmanas. ¿Qué hará desde el Ministerio de Asuntos de la Mujer para que esa obligación se cumpla?”, interrogó un diputado afgano a Palwasha Hassan el pasado mes de enero, durante la sesión parlamentaria para ratificarla como nueva ministra de Asuntos de la Mujer del Gobierno afgano.
El presidente, Hamid Karzai, la había escogido para ocupar el cargo, generando la euforia entre las asociaciones de mujeres afganas. Palwasha es una de las activistas más destacadas del país en la lucha por los derechos de las mujeres en Afganistán. Si finalmente conseguía convertirse en ministra, eso, sin duda, marcaría un antes y un después en el país asiático.
“¿Cuál es su conocimiento sobre el Islam?”, preguntó otro parlamentario a la aspirante a ministra. “¿Si llega a ocupar el cargo, dejará a los hombres trabajar en su ministerio?, interrogó un tercero, en un país donde la situación de la mujer es dramática.
Afganistán ostenta el triste récord de ser uno de los lugares del mundo con mayor mortalidad maternal durante el parto, y donde decenas de mujeres se inmolan cada año porque no pueden aguantar más la situación de violencia que viven en el hogar. “Dígame, ¿desde su punto de vista, qué raya las mujeres no pueden pasar? ¿Por ejemplo, aceptaría que fueran sin velo o que viajaran sin que les acompañara un hombre?”, continuó el interrogatorio.
La pregunta que puso la guinda final, no obstante, la formuló una diputada mujer y no un hombre: la que fue responsable del departamento de la Mujer a principio de los años noventa durante el Gobierno de Burhanuddin Rabbani, un señor de la guerra fundamentalista. “Según vemos en su currículo, usted ha defendido la apertura en Afganistán de casas de acogida para mujeres maltratadas”, empezó diciendo la parlamentaria. “Las casas de acogida son lugares de perdición. Las mujeres que van allí difícilmente las aceptan después sus familias. ¿Qué tiene que decir a eso?”, preguntó.
“Las casas de acogida son para mujeres que sufren abusos y no tienen dónde ir. Por lo tanto, habilitar lugares como ésos no va en contra del Islam, y creo que Alá me compensará por ello”, contestó Palwasha, invocando a Dios. Pero ni por ésas superó el examen.
La mayoría del los parlamentarios votaron en contra de su ratificación como ministra, algo que, por otra parte, era de esperar: en la actualidad en Afganistán la cámara baja legislativa está controlada por antiguos señores de la guerra que, si por algo se caracterizan, es por no creer en absoluto en los derechos de la mujer.
Y el país, además, extremendamente conservador, hasta el punto que en la televisión se difumina la imagen de los escotes y los brazos de las mujeres cuando aparecen al descubierto en algunos culebrones indios, e incluso está mal visto que una mujer embarazada se deje ver en público porque el hecho de estar encinta supone que ha mantenido relaciones sexuales, un tema totalmente tabú.
Los taxistas de Kabul, la capital afgana, suelen decorar siempre el interior de sus vehículos. Para ello, utilizan todo tipo de motivos. Hay para todos los gustos. Algunos colocan puntillas y fotos de flores en la parte interior de las puertas, otros pegan postales de lugares hermosos, e incluso alguno se atreve a poner en el salpicadero del taxi un corazón rojo de plástico con una flecha clavada, que se enciende cada vez que pisa el pedal del freno.
Muchos conductores, sin embargo, adornan el interior de las puertas de sus vehículos con fotos de mujeres ligeras de ropa, con pechos prominentes, escotes generosos, falditas que a duras penas les cubren las nalgas, y abrazadas seductoramente a un varón.
En un país donde los matrimonios ni tan sólo se cogen de la mano en público y lo que más se valora de una ministra es que defienda el uso del velo islámico, eso, sin duda, es pura pornografía.
En Kabul las mujeres evitan coger un taxi cuando van solas. No es para menos.
elpais.com
El presidente, Hamid Karzai, la había escogido para ocupar el cargo, generando la euforia entre las asociaciones de mujeres afganas. Palwasha es una de las activistas más destacadas del país en la lucha por los derechos de las mujeres en Afganistán. Si finalmente conseguía convertirse en ministra, eso, sin duda, marcaría un antes y un después en el país asiático.
“¿Cuál es su conocimiento sobre el Islam?”, preguntó otro parlamentario a la aspirante a ministra. “¿Si llega a ocupar el cargo, dejará a los hombres trabajar en su ministerio?, interrogó un tercero, en un país donde la situación de la mujer es dramática.
Afganistán ostenta el triste récord de ser uno de los lugares del mundo con mayor mortalidad maternal durante el parto, y donde decenas de mujeres se inmolan cada año porque no pueden aguantar más la situación de violencia que viven en el hogar. “Dígame, ¿desde su punto de vista, qué raya las mujeres no pueden pasar? ¿Por ejemplo, aceptaría que fueran sin velo o que viajaran sin que les acompañara un hombre?”, continuó el interrogatorio.
La pregunta que puso la guinda final, no obstante, la formuló una diputada mujer y no un hombre: la que fue responsable del departamento de la Mujer a principio de los años noventa durante el Gobierno de Burhanuddin Rabbani, un señor de la guerra fundamentalista. “Según vemos en su currículo, usted ha defendido la apertura en Afganistán de casas de acogida para mujeres maltratadas”, empezó diciendo la parlamentaria. “Las casas de acogida son lugares de perdición. Las mujeres que van allí difícilmente las aceptan después sus familias. ¿Qué tiene que decir a eso?”, preguntó.
“Las casas de acogida son para mujeres que sufren abusos y no tienen dónde ir. Por lo tanto, habilitar lugares como ésos no va en contra del Islam, y creo que Alá me compensará por ello”, contestó Palwasha, invocando a Dios. Pero ni por ésas superó el examen.
La mayoría del los parlamentarios votaron en contra de su ratificación como ministra, algo que, por otra parte, era de esperar: en la actualidad en Afganistán la cámara baja legislativa está controlada por antiguos señores de la guerra que, si por algo se caracterizan, es por no creer en absoluto en los derechos de la mujer.
Y el país, además, extremendamente conservador, hasta el punto que en la televisión se difumina la imagen de los escotes y los brazos de las mujeres cuando aparecen al descubierto en algunos culebrones indios, e incluso está mal visto que una mujer embarazada se deje ver en público porque el hecho de estar encinta supone que ha mantenido relaciones sexuales, un tema totalmente tabú.
Los taxistas de Kabul, la capital afgana, suelen decorar siempre el interior de sus vehículos. Para ello, utilizan todo tipo de motivos. Hay para todos los gustos. Algunos colocan puntillas y fotos de flores en la parte interior de las puertas, otros pegan postales de lugares hermosos, e incluso alguno se atreve a poner en el salpicadero del taxi un corazón rojo de plástico con una flecha clavada, que se enciende cada vez que pisa el pedal del freno.
Muchos conductores, sin embargo, adornan el interior de las puertas de sus vehículos con fotos de mujeres ligeras de ropa, con pechos prominentes, escotes generosos, falditas que a duras penas les cubren las nalgas, y abrazadas seductoramente a un varón.
En un país donde los matrimonios ni tan sólo se cogen de la mano en público y lo que más se valora de una ministra es que defienda el uso del velo islámico, eso, sin duda, es pura pornografía.
En Kabul las mujeres evitan coger un taxi cuando van solas. No es para menos.
elpais.com
1 comentario:
putas barcelona escorts
Publicar un comentario