Por Facundo García
Nunca hubo tantos idiotas con capacidad de vincularse entre sí. Basta rastrear grupos de Facebook como “Creo que las palomas traman algo” o “Las puertas automáticas me hacen sentir un yedi” –que ya cuentan con más de 80 mil miembros– para comprobarlo. Deseos, sospechas y fantasías salen de mentes evidentemente baqueteadas, y así como brotan van derechito a las pantallas. De hecho, antes de la entrega de los Oscar, más de 216 mil personas habían pedido a través de la famosa red social que Guillermo Francella subiera al escenario y soltara un “a comerlaaa” si El secreto de sus ojos ganaba el premio a la mejor película extranjera. Y eso no es nada: los feisbuqueros están creando muchas asociaciones insólitas. Investigar las consignas que reúnen al rebaño pone en crisis cualquier optimismo por el futuro de la humanidad, pero no deja de ser divertido.
“Todos alguna vez intentamos mover el control remoto con la mente”, por ejemplo, es el espacio para que los que hicieron el esfuerzo compartan su experiencia. En el muro, el aporte de Valentina amplía la polémica. “Mover el control remoto no, pero sí traté de pasar los canales o prender y apagar la tele mentalmente. Qué bueno saber que no era la única”, escribe, acaso telepáticamente. “Yo también me tengo en el Messenger” es una prueba de que el fenómeno no tiene límites racionales; y “Odio que me mire mi mascota cuando me masturbo” pretende hacer un llamado a quienes han pasado por el duro trance de estar “con los pantalones en los tobillos, rojo como un pimiento” y vieron por el rabillo del ojo “la silueta de un cuadrúpedo sentado, como petrificado, con los ojos como platos y sin perder detalle del menester”. Hay más. “Por los que se hacen peinados raros con shampoo cuando se bañan”, “Asociación de amantes de los garbanzos con chorizo” y “Suelo dar vuelta mi almohada para disfrutar del costado más frío” también merecen un lugarcito en el podio. Hasta hay unos que se autoconvocaron porque les gusta apoyar el culo en la estufa, aunque un usuario aclaró que él lo hacía “sólo en invierno”.
José Romero asegura que si un millón de delirantes lo solicitan, él se va a tatuar “los ciento cincuenta y un Pokémon” en la espalda. Lejos quedaron la militancia social o los exabruptos punk. Ahora la papa son esas grandes definiciones que exige la existencia cuando se vive intensamente. Los códigos compartidos hacen que los grupos vibren diariamente entre reflexiones sobre los límites de la amistad –”Mi amigo tiene mal aliento, pero no me animo a decírselo”–, los valores deportivos –”Yo me atrevo a tirar más de dos caños por partido”–, o casi cualquier otro tema imaginable.
Frecuentemente, lo que se trasluce es un dejo de autoironía, una especie de autogastada colectiva. No obstante, la estupidez suele aparecer en su estado más puro. “Yo me opongo a la violación de pandas bebés por jóvenes en Sichuan”, por citar un caso ilustrativo, ha conseguido convocar a 380.774 “activistas”. Muchos de ellos creen que efectivamente existe en China una secta que incita a los jóvenes a fifarse animales (qué injusticia, ¡tal vez sólo se masturben frente a los bichos!). Y es que las informaciones ofrecidas, en general, son falsas, lo que no evita que mucha gente se convenza. Por eso la política no ha quedado fuera del circuito del delirio. “Porque la presidente no es mi tía le digo Fernández y no Cristina” y “La Unión Soviética nos hace creer que se dividió” son dos destacables en este rubro.
¿Y qué decir de los que arman teorías conspirativas? “Si siempre sospechastes (sic) de las palomas; de su forma de mirar, de cómo se juntan y cuando te acercás se separan como si no quisieran que escuches lo que dicen, éste es tu grupo”, clama la presentación de “Creo que las palomas traman algo”, donde además pueden leerse advertencias como “si no tomamos medidas, conquistarán el mundo y tendremos que conformarnos con las migajas que nos arrojen”. En la misma línea está –con más de mil adherentes– “Las lombrices se hacen las boludas, pero planean invadirnos”.
Las hipótesis paranoicas no se restringen a seres reales, claro. Los de “Chuavechito es un limado” sostienen que analizando las canciones incluidas en la publicidad de un conocido suavizante puede comprobarse que el dibujito habla del fassso. La estrofa “Mi mamá sabe muy bien / que el verde hace bien / y a todos da felicidad, / me hace sentir tan libre y tan fresquito, / y creo que también puedo volar” sería una pista de que esos spots promueven el uso de sustancias ilegales. Otros prefieren inclinarse por lemas más cercanos. “Ahora que no están La Niñera ni Michael Jackson, ¿quién se ocupará de nuestros niños?”, es la frase bajo la que se embanderan unos franceses que aprovechan la volteada para mandar spam. Un último detalle: en ese reino de bizarrías y pasiones ocultas, el grupo “Tengo pene” todavía cuenta, paradójicamente, con pocos miembros.
Agrupación imposible
“¡Que Merkel invada a Venezuela y la convierta en colonia alemana!” u “Ojalá que Estados Unidos invada Venezuela” dan la pauta de que el gorilaje continental no da tregua en el ciberespacio. En la Argentina están los que bregan por el “reclutamiento de gente para la guerra por el agua contra Paraguay”; y en Chile hay unos cuantos proyectando que toda Sudamérica quede en poder de los hermanos trasandinos. Igual, hay otras ilusiones. “Compañeros y compañeras, juntemos cien mil amigos para hacer la Revolución. La idea es que cuando lleguemos a la cantidad estipulada, nos reunamos en el Obelisco con un arma y cien pesos cada uno y vemos que hacemo (sic)”, arengan los de “Juntemos cien mil amigos para hacer la Revolución”. Hasta ahora, los rebeldes son sólo diecinueve. Hay tiempo.
pagina12.com.ar
Nunca hubo tantos idiotas con capacidad de vincularse entre sí. Basta rastrear grupos de Facebook como “Creo que las palomas traman algo” o “Las puertas automáticas me hacen sentir un yedi” –que ya cuentan con más de 80 mil miembros– para comprobarlo. Deseos, sospechas y fantasías salen de mentes evidentemente baqueteadas, y así como brotan van derechito a las pantallas. De hecho, antes de la entrega de los Oscar, más de 216 mil personas habían pedido a través de la famosa red social que Guillermo Francella subiera al escenario y soltara un “a comerlaaa” si El secreto de sus ojos ganaba el premio a la mejor película extranjera. Y eso no es nada: los feisbuqueros están creando muchas asociaciones insólitas. Investigar las consignas que reúnen al rebaño pone en crisis cualquier optimismo por el futuro de la humanidad, pero no deja de ser divertido.
“Todos alguna vez intentamos mover el control remoto con la mente”, por ejemplo, es el espacio para que los que hicieron el esfuerzo compartan su experiencia. En el muro, el aporte de Valentina amplía la polémica. “Mover el control remoto no, pero sí traté de pasar los canales o prender y apagar la tele mentalmente. Qué bueno saber que no era la única”, escribe, acaso telepáticamente. “Yo también me tengo en el Messenger” es una prueba de que el fenómeno no tiene límites racionales; y “Odio que me mire mi mascota cuando me masturbo” pretende hacer un llamado a quienes han pasado por el duro trance de estar “con los pantalones en los tobillos, rojo como un pimiento” y vieron por el rabillo del ojo “la silueta de un cuadrúpedo sentado, como petrificado, con los ojos como platos y sin perder detalle del menester”. Hay más. “Por los que se hacen peinados raros con shampoo cuando se bañan”, “Asociación de amantes de los garbanzos con chorizo” y “Suelo dar vuelta mi almohada para disfrutar del costado más frío” también merecen un lugarcito en el podio. Hasta hay unos que se autoconvocaron porque les gusta apoyar el culo en la estufa, aunque un usuario aclaró que él lo hacía “sólo en invierno”.
José Romero asegura que si un millón de delirantes lo solicitan, él se va a tatuar “los ciento cincuenta y un Pokémon” en la espalda. Lejos quedaron la militancia social o los exabruptos punk. Ahora la papa son esas grandes definiciones que exige la existencia cuando se vive intensamente. Los códigos compartidos hacen que los grupos vibren diariamente entre reflexiones sobre los límites de la amistad –”Mi amigo tiene mal aliento, pero no me animo a decírselo”–, los valores deportivos –”Yo me atrevo a tirar más de dos caños por partido”–, o casi cualquier otro tema imaginable.
Frecuentemente, lo que se trasluce es un dejo de autoironía, una especie de autogastada colectiva. No obstante, la estupidez suele aparecer en su estado más puro. “Yo me opongo a la violación de pandas bebés por jóvenes en Sichuan”, por citar un caso ilustrativo, ha conseguido convocar a 380.774 “activistas”. Muchos de ellos creen que efectivamente existe en China una secta que incita a los jóvenes a fifarse animales (qué injusticia, ¡tal vez sólo se masturben frente a los bichos!). Y es que las informaciones ofrecidas, en general, son falsas, lo que no evita que mucha gente se convenza. Por eso la política no ha quedado fuera del circuito del delirio. “Porque la presidente no es mi tía le digo Fernández y no Cristina” y “La Unión Soviética nos hace creer que se dividió” son dos destacables en este rubro.
¿Y qué decir de los que arman teorías conspirativas? “Si siempre sospechastes (sic) de las palomas; de su forma de mirar, de cómo se juntan y cuando te acercás se separan como si no quisieran que escuches lo que dicen, éste es tu grupo”, clama la presentación de “Creo que las palomas traman algo”, donde además pueden leerse advertencias como “si no tomamos medidas, conquistarán el mundo y tendremos que conformarnos con las migajas que nos arrojen”. En la misma línea está –con más de mil adherentes– “Las lombrices se hacen las boludas, pero planean invadirnos”.
Las hipótesis paranoicas no se restringen a seres reales, claro. Los de “Chuavechito es un limado” sostienen que analizando las canciones incluidas en la publicidad de un conocido suavizante puede comprobarse que el dibujito habla del fassso. La estrofa “Mi mamá sabe muy bien / que el verde hace bien / y a todos da felicidad, / me hace sentir tan libre y tan fresquito, / y creo que también puedo volar” sería una pista de que esos spots promueven el uso de sustancias ilegales. Otros prefieren inclinarse por lemas más cercanos. “Ahora que no están La Niñera ni Michael Jackson, ¿quién se ocupará de nuestros niños?”, es la frase bajo la que se embanderan unos franceses que aprovechan la volteada para mandar spam. Un último detalle: en ese reino de bizarrías y pasiones ocultas, el grupo “Tengo pene” todavía cuenta, paradójicamente, con pocos miembros.
Agrupación imposible
“¡Que Merkel invada a Venezuela y la convierta en colonia alemana!” u “Ojalá que Estados Unidos invada Venezuela” dan la pauta de que el gorilaje continental no da tregua en el ciberespacio. En la Argentina están los que bregan por el “reclutamiento de gente para la guerra por el agua contra Paraguay”; y en Chile hay unos cuantos proyectando que toda Sudamérica quede en poder de los hermanos trasandinos. Igual, hay otras ilusiones. “Compañeros y compañeras, juntemos cien mil amigos para hacer la Revolución. La idea es que cuando lleguemos a la cantidad estipulada, nos reunamos en el Obelisco con un arma y cien pesos cada uno y vemos que hacemo (sic)”, arengan los de “Juntemos cien mil amigos para hacer la Revolución”. Hasta ahora, los rebeldes son sólo diecinueve. Hay tiempo.
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