LUIS DE VEGA RABAT
"Tienes dos opciones. El Corán o el cuchillo". Salimata, nacida el 15 de octubre de 1983, tenía 15 años cuando su familia la casó a la fuerza con un "viejo" de 62. Ella trató de oponerse, pero la respuesta que obtuvo fue esa. "O te casas por el santo Corán o te degüello", le dijo un tío de su padre, según relata a ABC.es entre lágrimas.
No importó que ella fuera católica para imponerle una boda musulmana. Su marido tenía ya otras tres mujeres, pero no tenía hijos con ninguna de ellas. Salimata estaba destinada a dárselos. Por eso desde el primer día no hubo otro objetivo. Era junio de 1998.
"Me golpeaban y estaba obligada a trabajar para todo el mundo", explica. "Me quedé embarazada pero nadie me atendía ni cuando se habían cumplido los nueve meses. Mi hija nació el 7 de agosto de 2000, pero cinco días después murió. Nada más llegar a casa del hospital mi marido quiso acostarse conmigo. Si esto seguía así me moría".
Logró escapar y encontró un trabajo limpiando sardinas por el que ganaba 70 euros al mes. Se había asentado en otro distrito de Abidján (Costa de Marfil) distinto del de su familia, que la buscaba desesperadamente para que volviera al redil del matrimonio forozoso. Con lo que ganaba se iba pagando los estudios que realizaba por la noche y mandaba unos 15 euros mensuales a su madre, divorciada de su padre.
Diez horas al día por 165 euros al mes
Pero Salimata se iba quedando sin trabajo. Había llegado la hora de huir más lejos. Gracias a una amiga instalada en Marruecos pudo hacer la matrícula en el Instituto de Ciencias Aplicadas de Casablanca y juntar dinero para el billete. En el aeropuerto de la urbe marroquí los policías le exigieron 2.000 euros como garantía, algo que no exige ninguna ley. Fue expulsada tras pasar un día retenida.
Tres semanas después logró entrar sin exigencia económica alguna. Era diciembre de 2005 y tenía 22 años. No le costó encontrar trabajo, pero le hicieron en un centro de llamadas de teléfono un contrato de prácticas por el que estaba obligada a trabajar diez horas al día, los siete días de la semana, por 165 euros al mes. Era lo que había si quería seguir estudiando.
Tras dos años, su jefe decide reducirle el sueldo a menos de 120 euros, justo en el momento en que su hermana de 15 años iba a ser casada a la fuerza como ella en Costa de Marfil. Se ve obligada a traerla a Marruecos junto a su hermano gemelo y busca un centro de llamadas en el que cobra 280 euros y le hacen seguro médico.
Allí la pusieron a hacer "doble escucha"con un joven congolés para que ella fuera ganando experiencia. Con la excusa de enseñarle el sistema de trabajo, Salimata accedió un día a acudir al piso de él. "Era un chico atento y amable. Nada me hacía imaginar lo que se me venía encima", comenta cubriéndose el rostro con las manos. Ocurrió la tarde noche del pasado 28 de septiembre.
Nada más cerrar la puerta de la casa él se abalanzó, la golpeó y le desgarró la ropa. "Yo gritaba y le mordía, pero él insistía a gritos: no vas a salir de aquí sin que lo hagamos. De tí depende cómo pase. Lo haré contigo aunque sea muerta. ¿Quién se va a encargar del cadáver de una negra?". Salimata no quiere interrumpir su relato, pero los sollozos a veces la hacen atragantarse. Fueron cuatro horas de palizas y violaciones repetidas hasta que logró escapar aprovechando que él entró en la ducha.
«Si no eres virgen no podemos hacer nada por tí»
Salimata logró llegar a una comisaría a pesar de que, en su estado, no fue fácil que un taxi la llevara. Se convirtió así en la única mujer que se atrevía a denunciar de las 63 atendidas por Médicos Sin Fronteras (MSF) y cuyos testimonios forman parte del informe "Violencia sexual y migración. La realidad oculta de las mujeres subsaharianas atrapadas en Marruecos camino de Europa", presentado este jueves en Madrid.
Sin apenas poder andar, con todo el cuerpo contusionado, a medianoche, sin lavarse, con la mayor parte de su cabellera arrancada, medio vestida... así fue cómo se enfrentó a unos agentes de policía que no dudaron en mofarse de ella. "Lo primero que me preguntaron cuando les dije que quería denunciar una violación es si yo era virgen. Les dije que no por lo de mi matrimonio anterior y empezaron a reírse de mí. Si no eres virgen no podemos hacer nada por tí, me dijeron".
Logró que la llevaran a buscar el piso de su compañero de trabajo donde había sido violada. Al abrir él dijo: "Ya te dije que mi padre tiene mucho dinero y que esta denuncia te iba a causar problemas". Los tres días siguientes los pasaron en distintas dependencias policiales y judiciales siempre juntos, violador y violada ,hombro con hombro. Así tuvo que prestar declaración, con él sentado al lado.
Fue imposible que un médico la reconociera, no pudo asearse, no tuvo acceso a abogado y encima su maltratador la amenazaba constantemente. Mientras, los policías que iban desfilando comentaban: "mira esta es la que no es virgen y dice que la han violado". Tenían que comprobar que mi DNI no era falso, decían. "Cuando una mujer va a casa de un hombre aunque sea por motivos de trabajo todos sabemos a qué va", comentaban los agentes.
Sin ningún tipo de pruebas ni atender a las evidencias, las declaraciones acabaron siendo la palabra de él contra la de ella. Así fue delante del fiscal y delante del juez, que dedicó diez minutos al testimonio de Salimata y más de una hora al de su violador. El juez volvió a preguntarle si ella era virgen. Todo se "resolvió" con la firma de un documento en árabe que deja libres a ambos.
Salimata, que apenas puede moverse ayudada por una muleta, no ha sido aceptada de vuelta en el trabajo porque nadie le da copia de su denuncia y encima pesa sobre ella la amenaza de una denuncia interpuesta por su violador, que asegura que la mujer envía hombres a su casa reclamando dinero.
abc.es
"Tienes dos opciones. El Corán o el cuchillo". Salimata, nacida el 15 de octubre de 1983, tenía 15 años cuando su familia la casó a la fuerza con un "viejo" de 62. Ella trató de oponerse, pero la respuesta que obtuvo fue esa. "O te casas por el santo Corán o te degüello", le dijo un tío de su padre, según relata a ABC.es entre lágrimas.
No importó que ella fuera católica para imponerle una boda musulmana. Su marido tenía ya otras tres mujeres, pero no tenía hijos con ninguna de ellas. Salimata estaba destinada a dárselos. Por eso desde el primer día no hubo otro objetivo. Era junio de 1998.
"Me golpeaban y estaba obligada a trabajar para todo el mundo", explica. "Me quedé embarazada pero nadie me atendía ni cuando se habían cumplido los nueve meses. Mi hija nació el 7 de agosto de 2000, pero cinco días después murió. Nada más llegar a casa del hospital mi marido quiso acostarse conmigo. Si esto seguía así me moría".
Logró escapar y encontró un trabajo limpiando sardinas por el que ganaba 70 euros al mes. Se había asentado en otro distrito de Abidján (Costa de Marfil) distinto del de su familia, que la buscaba desesperadamente para que volviera al redil del matrimonio forozoso. Con lo que ganaba se iba pagando los estudios que realizaba por la noche y mandaba unos 15 euros mensuales a su madre, divorciada de su padre.
Diez horas al día por 165 euros al mes
Pero Salimata se iba quedando sin trabajo. Había llegado la hora de huir más lejos. Gracias a una amiga instalada en Marruecos pudo hacer la matrícula en el Instituto de Ciencias Aplicadas de Casablanca y juntar dinero para el billete. En el aeropuerto de la urbe marroquí los policías le exigieron 2.000 euros como garantía, algo que no exige ninguna ley. Fue expulsada tras pasar un día retenida.
Tres semanas después logró entrar sin exigencia económica alguna. Era diciembre de 2005 y tenía 22 años. No le costó encontrar trabajo, pero le hicieron en un centro de llamadas de teléfono un contrato de prácticas por el que estaba obligada a trabajar diez horas al día, los siete días de la semana, por 165 euros al mes. Era lo que había si quería seguir estudiando.
Tras dos años, su jefe decide reducirle el sueldo a menos de 120 euros, justo en el momento en que su hermana de 15 años iba a ser casada a la fuerza como ella en Costa de Marfil. Se ve obligada a traerla a Marruecos junto a su hermano gemelo y busca un centro de llamadas en el que cobra 280 euros y le hacen seguro médico.
Allí la pusieron a hacer "doble escucha"con un joven congolés para que ella fuera ganando experiencia. Con la excusa de enseñarle el sistema de trabajo, Salimata accedió un día a acudir al piso de él. "Era un chico atento y amable. Nada me hacía imaginar lo que se me venía encima", comenta cubriéndose el rostro con las manos. Ocurrió la tarde noche del pasado 28 de septiembre.
Nada más cerrar la puerta de la casa él se abalanzó, la golpeó y le desgarró la ropa. "Yo gritaba y le mordía, pero él insistía a gritos: no vas a salir de aquí sin que lo hagamos. De tí depende cómo pase. Lo haré contigo aunque sea muerta. ¿Quién se va a encargar del cadáver de una negra?". Salimata no quiere interrumpir su relato, pero los sollozos a veces la hacen atragantarse. Fueron cuatro horas de palizas y violaciones repetidas hasta que logró escapar aprovechando que él entró en la ducha.
«Si no eres virgen no podemos hacer nada por tí»
Salimata logró llegar a una comisaría a pesar de que, en su estado, no fue fácil que un taxi la llevara. Se convirtió así en la única mujer que se atrevía a denunciar de las 63 atendidas por Médicos Sin Fronteras (MSF) y cuyos testimonios forman parte del informe "Violencia sexual y migración. La realidad oculta de las mujeres subsaharianas atrapadas en Marruecos camino de Europa", presentado este jueves en Madrid.
Sin apenas poder andar, con todo el cuerpo contusionado, a medianoche, sin lavarse, con la mayor parte de su cabellera arrancada, medio vestida... así fue cómo se enfrentó a unos agentes de policía que no dudaron en mofarse de ella. "Lo primero que me preguntaron cuando les dije que quería denunciar una violación es si yo era virgen. Les dije que no por lo de mi matrimonio anterior y empezaron a reírse de mí. Si no eres virgen no podemos hacer nada por tí, me dijeron".
Logró que la llevaran a buscar el piso de su compañero de trabajo donde había sido violada. Al abrir él dijo: "Ya te dije que mi padre tiene mucho dinero y que esta denuncia te iba a causar problemas". Los tres días siguientes los pasaron en distintas dependencias policiales y judiciales siempre juntos, violador y violada ,hombro con hombro. Así tuvo que prestar declaración, con él sentado al lado.
Fue imposible que un médico la reconociera, no pudo asearse, no tuvo acceso a abogado y encima su maltratador la amenazaba constantemente. Mientras, los policías que iban desfilando comentaban: "mira esta es la que no es virgen y dice que la han violado". Tenían que comprobar que mi DNI no era falso, decían. "Cuando una mujer va a casa de un hombre aunque sea por motivos de trabajo todos sabemos a qué va", comentaban los agentes.
Sin ningún tipo de pruebas ni atender a las evidencias, las declaraciones acabaron siendo la palabra de él contra la de ella. Así fue delante del fiscal y delante del juez, que dedicó diez minutos al testimonio de Salimata y más de una hora al de su violador. El juez volvió a preguntarle si ella era virgen. Todo se "resolvió" con la firma de un documento en árabe que deja libres a ambos.
Salimata, que apenas puede moverse ayudada por una muleta, no ha sido aceptada de vuelta en el trabajo porque nadie le da copia de su denuncia y encima pesa sobre ella la amenaza de una denuncia interpuesta por su violador, que asegura que la mujer envía hombres a su casa reclamando dinero.
abc.es
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