jueves, 25 de marzo de 2010

El terrorífico caso Mobley

DENVER, COLORADO
Con titulares muy preocupantes se ha difundido una noticia que podría ser material de una novela, un film de suspenso o una serie televisiva. Mientras el mundo en general, y muchos países en particular, se debate con intoxicantes conflictos, la amenaza de que un grupo de fanáticos pueda hacerse de armas nucleares es cada vez más grave. Se ha superado la etapa de la Guerra Fría, en la que sólo un puñado de potencias disponía de este recurso letal. Ahora son varios los países que no se conforman con el uso pacífico de la energía atómica, sino que aspiran a disponer de bombas. Y uno de ellos, Irán, ha manifestado su intención de borrar del mapa a todo un país. Si bien existe la tendencia a consolarnos con el argumento de que administraciones más o menos responsables no llegarían a ese extremo, el riesgo mayor se centra ahora en un nuevo protagonista, llamado terrorismo.
El terrorismo ni siquiera responde a una sola capital o a una excluyente ideología. Su colorido archipiélago de fuerzas se une en la aspiración vesánica de causar el máximo daño posible a quienes considera (o alucina) enemigos. Así, tendencias feudales se abrazan con presuntas izquierdas progresistas, fanáticos religiosos con ateos empedernidos.
Sólo los une el espanto. Entre sus ambiciones figura apoderarse de artefactos atómicos. Entonces podrán extorsionar y destruir a gusto. Y será muy difícil controlarlos.
Un técnico de Nueva Jersey trabajó en varias plantas nucleares de los Estados Unidos y ahora le pesa la acusación de haberse integrado a Al-Qaeda. Fue detenido en Yemen, durante una redada puntual de sospechosos. Su nombre es Sharif Mobley, tiene 26 años y se desempeñó en Maryland, Nueva Jersey y Pensilvania de 2002 a 2008. Trabajó para diferentes contratistas de Salem y Hope Creek, las plantas de Peach Bottom, Limerick y Three Mile Island, y en Calvert Cliffs. Suficiente para haberse guardado una montaña de informaciones decisivas.
Cundió la alarma, y la Comisión Reguladora de Energía Nuclear se aplica a realizar microscópicos peritajes sobre las áreas a las que Mobley tuvo acceso mientras duraban los contratos. Son áreas que contienen combustible atómico y mantienen un riguroso secreto sobre los aspectos confidenciales. Sin embargo, no es imposible la existencia de filtraciones. Este personaje contaba con un acceso vital, que le permitía el ingreso a todos los sectores de las plantas donde trabajaba en Nueva Jersey, por ejemplo. Aunque todos los trabajadores deben pasar por controles de seguridad máxima de explosivos y radiación, y toda esa información se registra, parece que algo ha fallado. Y ha fallado pese a que esas plantas también capacitan a sus integrantes para reconocer y denunciar comportamientos sospechosos, en especial tras el atentado contra las Torres Gemelas.
Sharif Mobley tiene la ciudadanía norteamericana, pero su ascendencia es somalí. Es un musulmán que no se ha quejado de discriminación alguna en los Estados Unidos, al extremo de haber sido incorporado a sectores vinculados con la más alta seguridad del Estado. Se sometió a los tests que se aplican a todo el mundo y los aprobó sin dificultades. Su foja no registra antecedentes delictivos ni ha consumido drogas. Su evaluación psicológica y la verificación de su identidad no generaron sospechas.
Haber sido descubierto en una situación muy embarazosa en Yemen plantea serios interrogantes. La Union of Concerned Scientists (Unión de Científicos Comprometidos), un importante organismo de control sobre la industria moderna, destacó que el caso Mobley plantea dudas angustiantes sobre el hermetismo que debería reinar en las plantas nucleares de esta nación. ¿Es posible aceptar que en ninguna de las evaluaciones se hayan detectado indicios sobre la tendencia terrorista que se agazapaba en el corazón de esta persona? Román Castro, un antiguo amigo suyo, señaló que Mobley se estaba volviendo cada vez más radical en sus creencias antes de mudarse a Yemen, dos años atrás. ¿Por qué y para qué fue a Yemen?
Como dijimos, fue descubierto a principios de marzo, entre once sospechosos de pertenecer a una célula de Al-Qaeda. Para más ilustración, Mobley acaba de demostrar que no le repugna la violencia, porque dijo sentirse descompuesto para ser hospitalizado. Apenas ingresado en el nosocomio, le arrebató el arma a un guardia de seguridad y lo asesinó a sangre fría. Ahora sale a luz una reciente información sobre las sospechas que ya se tenían acerca de Sharif Mobley en ciertas instancias de la administración nacional. Emergen, entonces, varios interrogantes sobre la ineficiencia de quienes esperaron demasiado. O querían usarlo como anzuelo de otros terroristas o no se atrevían a detenerlo por la carencia de pruebas categóricas.
De todos modos, el caso quema.
Es interesante, además, para recordar que los progresos de la ciencia no son logrados por los fundamentalistas, sino que éstos se dedican a robar los avances ajenos. La riqueza de las naciones ya no depende sólo de los recursos naturales, sino de los progresos científicos, que utilizan con inteligencia los recursos existentes e inventan nuevos, que ni siquiera necesitan de los naturales. Las inversiones en tecnología y conocimiento son las que más y mejores frutos rinden. Los países inmaduros, o sometidos a regímenes autoritarios, o enceguecidos por ideologías alienantes, no pueden salir de su miseria y no invierten en una ciencia que sólo florece en un clima sin represión. Se entretienen en luchas estériles o gastan su fuerza en utopías ingenuas y sanguinarias. Impotentes, los emponzoña la envidia. Entonces quieren destruir al que está mejor. Incapaces de desarrollar la ciencia y la tecnología por el fundamentalismo que los limita, optan por ejercitar el latrocinio. Roban conocimientos que no pueden descubrir o secuestran científicos que no pueden crecer en su atmósfera antidemocrática. Así ocurrió en la extinta Union Soviética, en la China de Mao, en Paquistán y ahora en Irán. La ciencia prospera con la diversidad, el debate, la exploración infinita y una actualización permanente.
La preocupante situación creada por el caso Mobley ratifica que no es el progreso lo que amenaza a la humanidad, sino quienes lo hurtan para entregarlo a manos asesinas. El novedoso desafío que ahora se presenta ante cada hombre y mujer, en todos los países, consiste en fortalecer una solidaridad activa, apasionada y eficiente contra esos asesinos.

LA NACION

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