lunes, 22 de marzo de 2010

Llegó el restaurante "vagabundo" más famoso del mundo

Laura Reina
LA NACION
Parece un restaurante, pero el fuerte no es la comida. Funciona en una mansión, pero la casa está en ruinas. Y rompe con dos reglas gastronómicas esenciales: el cartel a la calle y la permanencia. En The Pale Blue Door ("La puerta azul pálido"), nada es lo que parece. O, en realidad, es todo eso, y más.
El restaurante itinerante y vagabundo más famoso del mundo llegó a Buenos Aires, de la mano de su creador, Tony Hornecker, un artista inglés ligado al diseño de moda, que el año pasado comenzó con su particular propuesta gastronómica en su casa londinense. Allí, con una puesta artística de vanguardia, montaba, de forma temporaria, un restaurante en todos los ambientes de su hogar que también utilizaba como estudio.
La idea, que fue furor en Londres, viajó a Santiago, Chile, donde se presentó por seis noches, y desembarcó este mes en Buenos Aires, en una casa en ruinas, en San Telmo, que consiguieron "de prestado" por intermedio del colectivo artístico El Sindicato. En cada lugar al que llegan, buscan una locación que sea interesante e inspiradora creativamente.
Lo primero que llama la atención al llegar a la dirección indicada por e-mail es la falta de carteles o algo que indique que allí es el lugar. No queda otra que llamar por celular. Enseguida, alguien sale de una especie de garaje y guía en medio de la oscuridad a los comensales hacia el interior de la casa abandonada, que próximamente sus propietarios transformarán en un hotel.
En la casona de 16 habitaciones, en lo que alguna vez fue el patio principal de la mansión, se suceden las mesas y sillas intercaladas de manera informal, con vajilla alquilada y heterogénea y servilletas que en algún momento conformaron las mangas de una camisa.
"Funcionamos por trueque, por intercambio. Somos como una compañía circense pobre. Siempre conseguimos alguien que nos facilita el espacio, y nosotros lo intervenimos y transformamos en The Pale Blue Door. Esto lo hicimos en una semana. Encontramos un lugar hecho pedazos y lo convertimos en algo habitable", contó a LA NACION el chileno Cristóbal Muhr, integrante de la compañía, que es el encargado de recibir y acomodar a los comensales. Los recién llegados se van sentando a las mesas. Los primeros pueden elegir ubicación. Los últimos tendrán que conformarse con lo que queda, y hasta compartir el lugar con desconocidos. Pero a nadie parece importarle, porque quienes van a este restaurante están ahí por un motivo claro: la búsqueda de experiencias diferentes.
"Nos cansamos de Palermo, queríamos conocer algo distinto y nos enteramos de este lugar por una cadena de e-mails . Lo vimos, nos pareció interesante y vinimos, sin saber muy bien con qué íbamos a encontrarnos. Nos gusta, es diferente", opinó una pareja que se acomodó en una mesa para cuatro, y que debió sumar luego a dos chicas desconocidas.

Ni lo uno ni lo otro
Algunos creen que vienen a un restaurante. Otros, a una instalación artística adonde se les va a dar de comer. "La verdad que no es lo uno ni lo otro. Algunos seguro se habrán ido desilusionados. Pero no hay derecho a reclamo, esto es el trabajo de un artista. Es como ir a una exposición y presentar una queja porque no te gustó la propuesta", comparó Muhr.
Además de la puesta artística, la música que suena de fondo y la actuación de A man to pet , una especie de drag queen que se pasea por las mesas y hace un show luego de cada plato, le dan color a la peculiar noche.
Para los que van por la comida, hay que aclarar que el menú es austero y fijo: ensalada a la griega, bife con papas, vino discreto y un postre de duraznos con crema. Para los que van por la experiencia, vale decir que no es para todo el mundo: la ambientación es extravagante, con las paredes pintadas, sogas atravesadas y ruedas de bicicletas que cuelgan al estilo Maurice Duchamp.
El patio está sólo iluminado por velas. La entrada está tapeada y, en el medio surge, casi desapercibida, la puerta azul pálido que da nombre al lugar. "Estaba aquí de casualidad, no tuvimos ni que buscarla", explicó Muhr, satisfecho.
Para ser parte de la velada hay que escribir a
thepaledoor@googlemail.com y esperar las coordenadas para llegar a la casa. La cena cuesta $ 120 por persona e incluye media botella de vino por comensal. Próximas aperturas: jueves y domingo próximos.

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