LONDRES.- Tradicionalmente se ha sostenido que los niños pequeños podrían no tener la capacidad de discriminar entre el mundo terrenal y la fantasía, entre la verdad y la imaginación. Pero un nuevo libro que está causando sensación en los medios (y ni que hablar en los padres, siempre dispuestos a abrazar encantados teorías que demuestren cuán inteligente es un hijito) dice que años de investigación empírica han mostrado que esto no es verdad.
Según The Philosophical Baby , de Alison Gopnik, psicóloga de la Universidad de California en Berkeley, los niños tienen la capacidad de discriminar entre lo imaginario y lo real, sea en libros, en películas o en sus propios juegos.
A través de experimentos, Gopnik muestra cómo incluso los niños con férreos amigos imaginarios gentilmente recordarán a los adultos sobreentusiastas que estos compañeros son, después de todo, sólo invenciones. Y, contrariamente a lo que sostiene la sabiduría popular, la autora subraya que los chicos no arman estas fantasías porque no puedan apreciar la verdad o porque sus vidas sean difíciles y las necesiten como escapismo, sino porque son como pequeños filósofos que pueden darse el lujo de pasarse el tiempo teorizando.
Según Gopnik, fantasear no es muy distinto de teorizar, ya que en ambos casos se trata de armar mundos abstractos, pero que se rigen por una lógica interna. Y esto es importante tanto para chicos como para grandes, porque una teoría no sólo nos explica el mundo que vemos, sino que nos permite imaginar otros mundos y, aun más significativamente, nos permite actuar para crear esos mundos.
"No es que los niños tiendan a lo imaginario en vez de a lo real. Es que un ser humano que aprende sobre el mundo real aprende simultáneamente sobre todos los mundos posibles que pueden tener origen en ese mundo", sostiene la psicóloga.
Gopnik señala que la gran diferencia es que, para los niños, esas posibilidades no están limitadas por las exigencias de la supervivencia adulta. No existen límites por restricciones de tiempo, de presupuesto o de aplicación práctica, y ni siquiera por tener que eventualmente publicar los resultados en un journal académico, lo cual los filósofos algo más mayores sin duda no podrán dejar de envidiar.
Según The Philosophical Baby , de Alison Gopnik, psicóloga de la Universidad de California en Berkeley, los niños tienen la capacidad de discriminar entre lo imaginario y lo real, sea en libros, en películas o en sus propios juegos.
A través de experimentos, Gopnik muestra cómo incluso los niños con férreos amigos imaginarios gentilmente recordarán a los adultos sobreentusiastas que estos compañeros son, después de todo, sólo invenciones. Y, contrariamente a lo que sostiene la sabiduría popular, la autora subraya que los chicos no arman estas fantasías porque no puedan apreciar la verdad o porque sus vidas sean difíciles y las necesiten como escapismo, sino porque son como pequeños filósofos que pueden darse el lujo de pasarse el tiempo teorizando.
Según Gopnik, fantasear no es muy distinto de teorizar, ya que en ambos casos se trata de armar mundos abstractos, pero que se rigen por una lógica interna. Y esto es importante tanto para chicos como para grandes, porque una teoría no sólo nos explica el mundo que vemos, sino que nos permite imaginar otros mundos y, aun más significativamente, nos permite actuar para crear esos mundos.
"No es que los niños tiendan a lo imaginario en vez de a lo real. Es que un ser humano que aprende sobre el mundo real aprende simultáneamente sobre todos los mundos posibles que pueden tener origen en ese mundo", sostiene la psicóloga.
Gopnik señala que la gran diferencia es que, para los niños, esas posibilidades no están limitadas por las exigencias de la supervivencia adulta. No existen límites por restricciones de tiempo, de presupuesto o de aplicación práctica, y ni siquiera por tener que eventualmente publicar los resultados en un journal académico, lo cual los filósofos algo más mayores sin duda no podrán dejar de envidiar.
lanacion.com
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