miércoles, 3 de marzo de 2010

EL PHOTOSHOP CUMPLE 20 AÑOS

El cartelón –luminoso, inolvidable– se levanta a un lado de la Autopista 25 de Mayo. No importa si se va a la cancha de Vélez o si se viene de ella. Ahí está, noche y día, despertando toda clase de comentarios en aquellos que, aburridos por la monotonía del paisaje urbano, levantan la cabeza y lo detectan en el horizonte, estampado en una de las paredes de un gran edificio.
“El color que siempre soñé”, leen sólo aquellos que se desplazan en sus autos a menos de 100 km/h. “¿Una marca de pintura?”, se preguntan algunos.
“No, no puede ser: en el cartel aparece una mujer, debe ser una publicidad de una marca de tintura”, concluyen otros. Sin embargo, un interrogante se mantiene: “¿Quién es esa mujer rubia, de mirada conspicua y labios contorneados?”. La duda existencial se agrava al advertir que aquella señora de piel tan lisa como la cáscara de un durazno, a decir verdad, parece no tener edad: ni 30, ni 50, ni 70 años.
Aquellos rasgos fisiológicos que actúan como coordenadas espacio-temporales, como indicadores rápidamente identificables del tiempo de vida de una persona, se han desvanecidos, están ausentes, fueron eliminados. Sólo después de minutos de reflexión, de rememoración de la existencia de una herramienta técnica tan común en diarios y revistas (un bisturí informático), uno termina cediendo. Esa mujer es –aunque usted no lo crea– Mirtha Legrand, cuyo rostro –frente, ojos, pelo, barbilla, nariz, mejillas– pasó por aquel tratamiento de chapa y pintura tecnológico, abusado y, peor, tremendamente naturalizado llamado Photoshop.
No hay números redondos –y el que dice que los tiene, miente– sobre la cantidad total de arrugas borradas, panzas achatadas, tatuajes extirpados por diseñadores que manejan como un pincel este software de retoque y creación digital creado por la marca Adobe hace ya unos 20 años. Ni mucho ni poco; el tiempo suficiente que le tomó a esta herramienta acentuar la profunda transformación infligida hace rato por las ciencias y tecnologías: la redefinición del cuerpo humano.
CARAS Y CARETAS.
Aquel que conciba al Photoshop como un mero software, miles de líneas de código cuyos efectos sólo están contenidos en una computadora y en la materialidad de la imagen retocada, ve únicamente el árbol. Como pocos programas consiguieron, esta aplicación que en dos décadas cosechó enemigos y fanáticos por igual (se cree que tiene más de 10 millones de usuarios en todo el mundo) alteró figuras y moldeó subjetividades por igual, maneras de concebir el cuerpo propio al admirar el cuerpo ajeno. No fue la primera ni será la última técnica en provocar tales alteraciones distinguibles sólo en el largo plazo.
El Photoshop representa un caso de una serie bien larga de “tecnologías de la inmortalidad”, atajos técnicos para abolir el envejecimiento, superar la condición humana, romper aquella barrera impuesta por la temporalidad. Y también la continuación de un régimen dominado por la dictadura de la mirada: la forzada exposición pública de la intimidad vía webcams, blogs, redes sociales.
“El cuerpo y el rostro pueden ser esculpidos con una miríada siempre creciente de productos y servicios que se ofrecen en el mercado –remarca la antropóloga argentina Paula Sibilia en su ensayo “La digitalización del rostro: del trasplante al Photoshop” (http://bit.ly/dmxwUS)–.
De la musculación a los cosméticos, de los alimentos dietéticos a las cirugías estéticas, del Photoshop y otras herramientas de edición de imágenes a, quién sabe, futuros trasplantes faciales”.
Ya sea para vender más ejemplares de revistas o para engañar al avance del tiempo que nos gana a todos (lo quieran o no Nacha Guevara, Susana Giménez, Moria Casán y otras mujeres que estiran las capacidades técnicas de este software), el Photoshop altera la realidad en una especie de repulsión extrema a lo orgánico, a la viscosidad de la carne, una negación del mandato biológico: la condena del cuerpo a la indeclinable obsolencia. El resultado es ni más ni menos que una distorsión, una caricatura por todos advertida.
En estos 20 años, los ojos de los espectadores, consumidores, receptores también se adaptaron y no se tarda mucho en reconocer el artificio, la redefinición de las coordenadas corporales (el tamaño de la cintura, el ancho del mentón, el color de la piel). En una época y un mundo iconocéntrico (plagado y movido por las imágenes, en celulares, computadoras, Facebook, cédulas de identidad, pasaportes), el Photoshop consolida el mandato visual: se es lo que se muestra. El exterior –la cáscara corpórea– es la vidriera de exhibición de la interioridad, de esa firma personal e intransferible llamada “personalidad”.
MARCIANOS EN BUENOS AIRES.
“La mayoría de los lectores de revistas de moda está consciente de que todas las fotografías, por lo menos hasta cierto grado, mienten –admitió Eric Wilson, el crítico de moda del The New York Times–. Como nunca antes las imágenes son alteradas. Los avances en fotografía digital han hecho muy sencillo manipular fotografías, tapas de revistas, en las que las modelos parecen criaturas sintéticas o, como las describió el fotógrafo Peter Lindbergh, ‘objetos de Marte’”.
Todos lo intuimos y, aún así, convalidamos el engaño hasta naturalizarlo: aquella que sonríe en la tanda, en la tapa de su propia revista, es Susana Giménez. O, al menos, como quiere que la vean. Ella y su “photoshopeador” –nuevo oficio en claro auge– lo sabe; nosotros lo sabemos. Aquella mujer sin arrugas, que cierra los ojos y arroja un beso, no es la Susana Giménez “real”. Es, más bien, un artificio de la técnica tan artificial como la fotografía –que tantas vueltas dio en internet– que muestra a un turista en la cima de las Torres Gemelas justo antes de estrellarse uno de los dos aviones de American Airlines.
Si su objetivo es aparentar una edad menor, evidentemente ha fracasado. Porque el cuerpo exhibido no es el de una mujer de 20, 30 o 40 años, sino una figura aséptica, artificial, virtual que sostiene una ilusión: un ideal de mantener, inalterada, una identidad fija y estable, inmutable como los moáis –aquellas cabezas gigantes emplazadas en Rapa Nui (isla de Pascua)–, como la Gran Esfinge de Giza, que custodia el horizonte egipcio hace 46 siglos.
La supermodelo alemana Heidi Klum –presentadora del reality Project Runway y dueña de las mejores piernas del mundo– no lo oculta. Y reconoce: “Consíganme un gran fotógrafo, un estilista inteligente y un experto retocador y juntos crearemos una bella ilusión”.
BORRÓN Y CUENTA NUEVA.
La ética del retoque fotográfico se discute desde hace mucho antes de la masificación de las computadoras. Hace 80 años, el fotógrafo George Hurrell manipuló las imágenes de actrices de Hollywood para hacerlas más glamorosas. Mao, Stalin, Lenin, Mussolini y Franco fueron los primeros promotores del Photoshop al ordenar borrar –literalmente– de fotografías a disidentes, “enemigos del sistema”. No bastaba con eliminarlos –también literalmente– de la realidad. Hacía falta disolver cualquier indicio de su existencia. Así, por ejemplo, Leon Trotsky puede ser considerado el hombre más borrado de la historia de la fotografía.
Sin igualar aquel grado de cinismo y violencia simbólica, el Photoshop puede ser también entendido hoy como una herramienta netamente política que exhibe en cada foto retocada su manifiesto, impone un mensaje, el imperativo de una manera de ser: tener un cuerpo firme, macizo, sin líneas, sin arrugas u otras “imperfecciones”. Y, si no, no se es nada.
Así visto, este software también anula la historia, hace olvidar –con dos clics acá, un contorneo allá– millones de años de lenta evolución de la anatomía humana. Continuación de la fast food, del vértigo del zapping, convierte al cuerpo –como lo hacen también la cirugía estética y la gimnasia– en un campo de pruebas. Esta vez sin anestesia, sin guantes blancos ni barbijos, pero sí con la misma asepsia.
Quizá los críticos del Photoshop, los legisladores que quieren prohibirlo en Inglaterra y en Francia, los que se escandalizan ante la cintura ínfima de Brooke Shields y pegan un grito al advertir la regresión temporal de Mirtha y Susana estén equivocados.
Ellas y ellos –los “photoshopeados”–, tal vez, no son más que ejemplos actuales de la próxima fase de la evolución humana.
criticadigital.com

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