sábado, 12 de septiembre de 2009

La ciudad sin siesta


Como los frutos que maduran hasta hacerse irresistibles, la siesta cobra una dimensión que va sufriendo una sorprendente metamorfosis. Los bebés no saben en realidad de qué se trata, pero la disfrutan como ninguno después de la ingesta y el infaltable provecho. Los adolescentes, aquellos que no son trasnochadores consuetudinarios, suelen aborrecerla, porque les saca tiempo para desarrollar actividades entretenidas, que vienen a oficiar como una descompresión de los períodos de estudio, una suerte de bálsamo que oxigena la atribulada capacidad de concentración. Y a medida de que la edad avanza, se transforma casi en una necesidad. Muchas veces no practicada por razones logísticas.

Práctica religiosa, sagrada, en el interior del país, donde no se concibe un día cualquiera sin ese margen para dormitar después del almuerzo, también es valorada no necesariamente muy lejos de la ciudad, de la Capital. Aunque, ¿cómo hacerse un hueco para recargar las baterías en medio de la vorágine a la que nos vemos sometidos casi como autómatas?

Buenos Aires parece la ciudad sin siesta. Basta con instalarse en el microcentro o en sectores con tránsito peatonal fluido para darse cuenta de la locura que nos agobia.

En una recorrida por el centro porteño, lanacion.com confirmó que la siesta es un gran tema de debate para los habitantes de la ciudad. Hay quienes la extrañan, como Ezequiel. "Cuando vivía en San Juan dormía obligadamente la siesta porque ahí los comercios abrían de 9 a 12 y de 15 a 20. En Buenos Aires, no puedo porque todo está abierto las 24 horas". En cambio, con el Obelisco como marco, Alberto se lamenta: "Es imposible. En Capital sólo se puede trabajar. Los fines de semana siento una gran satisfacción porque puedo dormir la siesta". Claro que en temas de sueño, los adolescentes corren con ventaja. Este es el caso de Daisy, de 15 años, que duerme la siesta todos los días. "Cuando llego del colegio, me tiro a dormir cerca de 3 horas. Es mejor para mi dormir porque si no, me pongo de mal humor". También los lectores compartieron sus experiencias.

¿Pensar en dormir en medio de la jornada laboral? ¿A quién se le ocurre? Si a veces no hay tiempos ni para los amigos. Ahora, si se tuviera la posibilidad, ¿no se invertiría media hora, 40 minutos diarios, para relajarse y recomenzar con bríos semejantes a los matutinos? A pesar de los mitos que existen sobre la siesta, si hurgamos en nuestra intimidad, probablemente la respuesta sea afirmativa. Acaso sea suficiente con repasar lo que ocurre cuando vamos a visitar a amigos o familiares al interior; o los fines de semana de nuestras ajetreadas vidas. Incorporamos la siesta con naturalidad, sumándonos a las costumbres. ¡Y qué bien nos sentimos después! Entonces, el reto hoy bien podría ser: siesta en Buenos Aires, ¿y por qué no?

Porque atención, no es la siesta un patrimonio exclusivo del interior, o si se quiere, de localidades a partir de un radio de 60 kilómetros de la gran urbe. En otros países cada vez se encuentra más desarrollada la posibilidad de disponer de tiempos y, sobre todo, de lugares de descanso. Porque, en primer lugar, "está comprobado científicamente que un lapso para dormir, de unos 30 minutos, trae beneficios de toda clase. Desde mejoras cardiológicas y presión arterial hasta de memoria; cambia el humor, disminuye el estrés", explicó Mirta Averbuch, jefa de Unidad de Medicina del Sueño de la Fundación Favaloro.

Según un estudio revelado por la publicación Archives of Internal Medicine, "tomar una breve siesta en medio de la jornada de trabajo reduce los riesgos cardíacos, sobre todo en los varones". Se basaron en un seguimiento a griegos adultos durante un lapso de seis años; se comprobó que durmiendo al menos 3 veces en la semana reducían de un 35 a 40 por ciento las chances de padecer un problema de corazón o ataque cardíaco.

Si nombres prestigiosos, como Albert Einstein, Leonardo Da Vinci, Winston Churchill y Napoleón Bonaparte han marcado los beneficios, las bondades de la siesta, no es precisamente como generadores de apología de la vagancia. Yendo a personajes más terrenales e ilustrados en estos temas, alguna vez Alejandro Ferrero, a cargo del Instituto de Neurología y Sueño que lleva su nombre, no dudó en identificar los pilares de una vida saludable: una adecuada alimentación, ejercicio, respiración y buen sueño.

La excusa de que Buenos Aires no es compatible con la siesta se desploma como un mamut cuando se advierte que todo lo contrario sucede, por ejemplo, en Madrid: allí, es consideraba como un "arma clave" en defensa de la productividad de la gente, la buena disposición de los empleados y, en consecuencia, el mayor rédito que obtienen las empresas.

Ahora, ¿nadie duerme en nuestra mole de cemento, humedad e irascibilidad? Obvio que sí. Muchos trabajos permiten el corte: aquellas personas que poseen comercios de barrio y cierran al mediodía; profesionales con horarios segmentados o bien con turnos cortos, disponiendo de la tarde libre; estudiantes que no se vean en la obligación de mantenerse. Pero puede entenderse que se trata de un porcentaje menor al dominante. Para quienes a diario transitan el centro de la ciudad, para quienes viven en el conurbano y cumplen rutina laboral en Capital (y viceversa), para aquellos que cursan carreras universitarias de noche y tratan de solventar sus gastos con esenciales ingresos provenientes de un trabajo soporte, imaginar un tiempo para la siesta resulta casi una utopía. Aunque no por ello dejarán de soñar con la mágica tentación.

Producción periodística: Claudio Cerviño, Natalia Trzenko, Micaela Urdínez, Félix Sammartino y Martín Lucesole

Siesteros famosos

Churchill cubrió como joven corresponsal la guerra de independencia de Cuba contra España. Al terminar la contienda salió de la habana cargado de puros, vicio que su estadía en la isla ayudó a arraigar, y con la buena costumbre de echarse una siesta, que le sirvió para doblar su jornada de trabajo durante la Segunda Guerra Mundial.

Durante todos los años de la contienda mundial en que se desempeñó como primer ministro inglés su jornada comenzaba a las 8 de la mañana. Durante un par de horas leía y dictaba a los secretarios desde la cama.

A media mañana se levantaba, y enseguida aparecía vistiendo el mono de trabajo y almorzaba con los visitantes. Tras el almuerzo dormía la siesta de una hora o más de duración, y hacia el final de la tarde se encontraba trabajando y recibiendo a los invitados a la cena. Después se quedaba trabajando hasta las tres de la mañana en que exploraba un flujo interminable de ideas. "Tenía cien ideas al día- dijo Roosevelt- de las cuales al menos cuatro eran buenas".

Napoleón Bonaparte no se privó de dormir una siesta en la batalla de Waterloo, en la que la siesta de Europa, el mundo en ese momento se estaba librando.

A la una de la tarde dejó las ordenes a sus generales de desplegar sus fuerzas contra el ala izquierda de Wellington y durmió una pequeña siesta en la planta baja de la casa de la granja de Caillou. Al despertar comenzó a darse cuenta que esta vez la suerte no iba a estar de su parte.

Mitos y verdades de la siesta
  • La palabra siesta proviene de la expresión latina hora sexta, lapso comprendido entre las 12 y las 15.
Verdadero

  • La lengua italiana fue la creó el término.
Falso

  • Para los niños de hasta 5 años, la siesta es imprescindible.
Verdadero

  • Dormir no más de 30 minutos favorece la salud en general y la circulación sanguínea.
Verdadero

  • Dormir más de 60 minutos ocasiona trastornos de conducta y alteraciones gastrointestinales.
Falso

  • La siesta favorece la memoria.
Verdadero

  • Camilo José Cela, Premio Nobel, dijo que "la siesta había que hacerla con pijama, padrenuestro y orinal".
Verdadero

  • El sexo a la hora de la siesta genera insomnio por la noche.
Falso

  • En un municipio de Valencia, se aplican multas de hasta 750 euros a quienes perturben la tranquilidad en horas de la siesta.
Verdadero

  • Las siestas son almacenables y permiten equilibrar noches más cortas de descanso.
Falso

La siesta internacional

De acuerdo con la una investigación efectuada por Fundación Nacional de Sueño (FNS), de Washington, un 56 por ciento de los empleados tienen somnolencia en el segmento laboral; 34 por ciento de ese total adujo sentirse "peligrosamente" dormido. Asimismo, un 20 por ciento de los 25 millones de personas que trabajan fuera de los horarios usuales señalaron que se quedaban dormidas en su oficina.

Ello ocasiona pérdidas cuantiosas en materia de producción, estimadas, siempre según la FNS, en unos 18 mil millones de dólares al año. La tendencia de las empresas que estimulan la siesta en horarios de trabajo tuvo su punto de partida en sectores como el transporte, de alta tecnología y puestos donde la tarea no suele tener interrupciones.

De la misma manera, la somnolencia amenaza en la llamada "hora sexta", como en España se define el período que va de las 12 a las 15, de donde surgió el término siesta. En derredor de la Plaza de la República, no son pocos los que miran de reojo la posibilidad y la desechan de cuajo, considerándola una pérdida de oportunidades. Pero también son muchos los que esperan y se ilusionan con que las bondades de su práctica se impongan, como beneficio biológico o simplemente como moda: recordar como muchas empresas instauraron el fitness en su estructura y algunos otros impulsan el yoga. Y por qué no que permita, a la vez, disparar un negocio poco explorado que facilite su puesta en práctica en cuestiones de logística. Para volver a dormir como bebés 30 minutos adorables y añorados.

Fuera de España, Estados Unidos también se mostró interesado en elevar sus índices de eficiencia y en compañías de renombre instalaron los denominados Nap Lounges, simples salas oscuras dotadas de mullidos sillones más que aptos para el breve descanso vespertino. En cuanto a la mayor novedad en la materia, Japón cuenta con los "hoteles cápsula". ¿En qué consisten? Son habitáculos diseñados para cuerpos nipones, es decir, estrechos, ubicados uno al lado del otro y también hacia arriba, con formato de panales de abejas. Para quienes han experimentado sensaciones claustrofóbicas al someterse a una resonancia magnética, los cápsula no son aconsejables. Mirándolos fríamente, y ello probablemente le cause escozor a más de uno, se asemejan a nichos.

clarin.com

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