jueves, 6 de agosto de 2009

Pedagogía XXI


El psiquiatra chileno Claudio Naranjo dijo hace tiempo: “Para cambiar la educación es necesario cambiar a los educadores”. En la pedagogía cabal, el profesor no enseña: ayuda al alumno a aprender.
Consecuentemente, nadie ignora ni niega que en nuestro país la llamada enseñanza media –el secundario– sólo funciona para atrás: no educa en medida alguna. Es un lóbrego campo de batalla.
Esta crisis no es patrimonio exclusivo de nuestro país, aqueja al sector en todas partes.
¿Motivo?
Estamos tratando de vivir en el siglo XXI en base a fórmulas y protocolos que, en gran medida, provienen del siglo XIX. El visionario canadiense Marshall McLuhan ya lo advertía en la década de los 60: “Las escuelas gastan cada vez más múltiples energías preparando a los alumnos para un mundo que ya no existe”. Hace poco, Ken Robinson, especialista británico en desarrollo de la creatividad, expresó crudamente: “Todos los niños poseen un talento tremendo, y nosotros lo malgastamos, despiadadamente”.
Sostiene que la creatividad es tan crucial como la alfabetización y que debería ser tratada con la misma importancia.
¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Quiénes?
Obviamente, sería el momento de asumir en profundidad que el estudiante no es un recipiente para llenar sino una lámpara para encender.
A la inversa, en sus aulas, los adolescentes son alejados de sus capacidades creativas. Una vez Picasso dijo que todos los niños nacen artistas pero que el problema fundamental es que no se les permite que crezcan siendo artistas. Se los adoctrina apenas para asumir roles prefijados que mantengan inamovible la sociedad imperante: abogados, arquitectos, economistas y todo lo demás.
Naranjo ha tenido un contacto bastante íntimo con profesores en marcos donde se supone que un profesor es una persona que ha alcanzado un desarrollo suficiente como para poder educar y no solamente ser una máquina de transmitir información.
Pero ocurre que los educadores no se sienten inmersos en esa abundancia interior sino que, como personas, se sienten bastante raquíticos. Y si se habla en términos psiquiátricos, bastante enfermos.
Más bien precisarían una actividad que no consiste apenas en asistir a cursos sobre cómo controlar a los estudiantes o cómo aplicar planes supuestamente renovados que sólo sirven para ser considerados tiempo después como un fracaso.
¿Quién se acuerda ahora del Polimodal bonaerense?
Sucede que en las escuelas y los colegios, los niños y los adolescentes son apartados de las cosas que les gustan para ser perversamente inoculados con el virus de la eficacia estructural. Dicho de frente, para “ser útiles”. Se espera de ellos que funcionen como consumidores, contribuyentes y –en caso extremo– como combatientes.
Entretanto, el 15 de marzo de 2009, el diario Clarín consignó que hay entre nosotros cerca de 180 mil adictos al paco (pasta base de cocaína). Se calcula que el 68% de éstos termina delinquiendo. Y que matar o morir es un destino de muchos.
El paco es tan letal como invisible. Se trata de casi 180 mil individuos que lo consumen en todo el país, pero a pesar de eso no hay ningún plan intensivo y coordinado para combatirlo. En la ciudad de Buenos Aires –donde viven 40 mil de los consumidores–, ni siquiera está reglamentada la Ley de Adicciones que debería paliar el drama.
Tampoco hay lugar en los hogares de rehabilitación. Ni protocolos que definan qué debe hacer la policía frente a estos casos. Ni atención en los hospitales públicos, donde no están preparados para recibir a los chicos del paco. Mientras sus madres, desesperadas, no saben cómo sacarlos de la profundidad siniestra.
Ese mismo día leí en Crítica de la Argentina que tenemos unos 25 mil chicos diagnosticados con un llamado Trastorno Deficitario de Atención y se les receta una droga que quienes se oponen al tratamiento consideran peligrosa.
Las ventas suben durante la época de clases y nueve de cada diez consultas por este tema son a pedido de la escuela.Alberto Sileoni, nuestro flamante ministro de Educación, acaba de señalar que el 10,7% de los 2,7 millones de chicos que cursan el secundario repiten el año, mientras hay 400 mil adolescentes que no están en las escuelas.
A muchos individuos de enorme talento, brillantes, altamente creativos, el colegio los induce a creer que son inservibles. Ni hablar siquiera sobre los niños superdotados cuyos dones no son considerados y que representan un trastorno para docentes sobrecargados de tareas burocráticas.
Sería preciso repensar radicalmente el concepto imperante sobre la inteligencia, que es diversa, dinámica y singular. Todo sistema educativo que, de aquí en adelante, no se aplique a descubrir el talento personal de cada ser humano será una forma de etnocidio.
criticadigital.com

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