"Mi marido había estado trabajando fuera y un día cayó enfermo. Descubrieron que estaba infectado por el VIH", recuerda Nila Akhtar. "En ese momento, yo estaba embarazada y me dijeron que también tenía el virus". A su alrededor escucha un grupo de unos 15 hombres y mujeres con historias similares. Cada mes viajan desde sus casas hasta Dacca, la capital de Bangladesh. Acuden a la Sociedad Ashar Alo (luz de esperanza, en español), una ONG que trabaja con seropositivos en el país asiático, en donde viven alrededor de 150 millones de personas y unos 7.500 seropositivos, con una prevalencia inferior al 1% en las poblaciones de riesgo, una cifra bastante baja.
El trabajo de organizaciones como Ashar Alo, el compromiso del gobierno y la financiación de entidades como el Fondo Mundial para la Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria –organizador de la visita– es responsable de este éxito. Pero, según todos los implicados, Bangladesh atraviesa ahora un momento crítico en el que confiarse puede provocar un repunte de la infección. "No podemos ser complacientes por nuestros buenos resultados", asegura Nizam Uddin, director del área de VIH de Save the Children en este país, una de las organizaciones que recibe dinero del Fondo Mundial. "Queremos seguir teniendo una prevalencia baja pero no sabemos cómo lo vamos a hacer", añade.
El problema en Asia "no es el número de casos, como en África, sino los comportamientos", apunta Uddin. "Las costumbres están cambiando y la sociedad se está abriendo", añade. Esto se traduce en relaciones antes del matrimonio y extra maritales. "La gente hace lo mismo aquí que en Washington DC". A este cambio social hay que añadir la apertura progresiva de las fronteras, cada vez más porosas, y la aparición de nuevos grupos de riesgo del VIH/sida.
Mientras que los típicos (prostitutas, drogodependientes y hombres que mantienen relaciones con hombres) están al amparo de diversos programas de tratamiento y prevención, "no hay ninguna intervención dirigida a los emigrantes, que suman el 60% de los nuevos diagnósticos", destaca Uddin. Se trata de varones que salen del país (medio millón cada año), sobre todo a destinos en Oriente Medio, para trabajar durante unos años. Allí se infectan y regresan.
Este nuevo panorama "va a cambiar la dinámica de la infección en el país", asegura Uddin. Las prioridades para afrontar esta etapa de la forma más eficaz posible son centrarse en esta población emigrante, alcanzar una cobertura del 80% de las personas que pertenecen a los grupos riesgo (actualmente, sólo llega al 50%) y lograr los fondos para hacerlo.
La religión también ayuda
Pero la lucha en Bangladesh no sólo consiste en mantener la prevalencia de la infección baja y empezar a reducirla. También es importante la batalla que los afectados libran con la sociedad, influida por la religión musulmana profesada por más del 95% de la población. Y en esta materia también ha habido éxitos.
Además del trabajo de las ONG, en este pequeño país del sur de Asia muchos líderes religiosos de las cuatro confesiones mayoritarias (islam, cristianismo, budismo e hinduismo) 'predican' contra el VIH. Se reúnen en la organización Padakhep Manabik Unnayan Kendra (PMUK) en donde son instruidos acerca de esta infección y de las formas de prevención para que ellos se lo expliquen a sus fieles cuando acuden a la mezquita, la pagoda o la iglesia. También editan unos pequeños folletos informativos que se reparten en los templos.
"Queremos reducir el estigma y explicarle a la gente el problema del VIH y de los grupos de riesgo", asegura uno de sus miembros ante la delegación de periodistas y enviados del Fondo Mundial. Aunque la postura de estos líderes religiosos frente a la homosexualidad o la prostitución no difiera en nada de la habitual ("están prohibidas por principios", advierte uno de los imanes) y de que su objetivo principal sea "traer de vuelta a la vida normal" a aquellos que las realizan, el hecho de que informen a sus fieles de que el uso del preservativo ayuda a evitar la transmisión del virus es un paso importante y algo que no es fácil escuchar en el contexto religioso.
elmundo.es
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